Capítulo 38

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El matrimonio almorzó en la habitación con los señores Fortunato. Mercedes estaba muy feliz y se alimentaba como no lo hacía desde hace tiempo, terminando completamente lo que tenía en su plato e incluso el color le regreso al rostro.

Víctor le contaba a su madre como era su vida durante esos casi 3 años que estuvieron alejados, sobre sus trabajos y adquisiciones, de la cual estaban orgullosos, como su casa a orilla de la playa, también hablaron sobre sus amigos que dejaron en aquella ciudad portuaria y sus vivencias, la vida con las lobas, su matrimonio, la neumonía que casi lo mata y por último, la pérdida de su hijo, lo que hizo llorar a Mercedes, pues en el relato, ella podía notar la angustia y el dolor que sufrieron cuando perdieron a su primer hijo.

— Como lo lamento, debió ser muy triste para ambos. Si ese niño hubiera nacido ya tendría dos años.

La señora Fortunato le tenía tomada la mano a Amelia, lo que le hacía recordar a la joven sus charlas cuando borraban pañoletas.

— Si fue triste, pero ya lo superamos y seguimos buscando familia — respondía Amelia sonriente.

— Es una lástima que yo nunca conoceré a mi nieto

— No mamá... esto pronto pasará y tú estarás con nosotros. Las enfermedades se sanan, si yo pude vencer a la neumonía tú puedes vencer ese tumor — Víctor hablaba con convicción, estaba seguro de que su madre tendría muchos más años de vida.

Celenia toca a la puerta y entra, traía agua y un frasco con medicamentos que debía triturar en el mortero, para formar una pasta.

— Discúlpenme, pero vengo a realizar el tratamiento para la señora

Víctor mira a Celenia con un profundo desprecio. Aquella mujer mantenía encaprichado a su padre y por ella, nunca sus progenitores tuvieron un matrimonio armonioso.

— ¿Por qué esta mujer realiza tus tratamientos? Seguramente es ella quien te está enfermando

— Ya para con eso Víctor — dice Agustín, frotándose la frente, le estaba comenzando un dolor de cabeza, puesto que nuevamente su hijo estaba siendo grosero con el ama de llaves.

Mercedes mira de manera tierna a su hijo y le acaricia la mano.

— No mi amor. Ella cuida muy bien de mí, no podría existir mejor persona y más dedicada en mantener mis cuidados

— No te engañes madres, muchos lobos están vestidos de ovejas y tú eres demasiado buena como para notarlo

— Por favor Víctor... no crees conflictos — Agustín se lo dice en voz baja, pero de manera muy seria.

Amelia le lanzaba una mirada de disgusto a su esposo. Sentía que volver a aquella mansión, regresaba aquel niño rebelde y mimado que siempre fue.

— Está bien... guardaré silencio si eso es lo que quieren — responde Víctor molesto y con un tono de burla.

El médico llega esa tarde para ver la condición de su paciente y es el momento que tenía Víctor para aclarar todas las dudas sobre la enfermedad de su madre, así que se reúnen en el despacho privado de su padre para poder hablar calmadamente.

Por su lado, Amelia fue a las cocinas, ella también tenía asuntos pendientes que aclarar. Estaba nerviosa y de cierta manera no quería entrar en las cocinas, tenía miedo, pero su ansiedad podía más que ella. Abre la puerta y varias de sus antiguas compañeras de trabajo la miran sorprendida, pero su atención estaba posicionada solo en aquella mujer que estaba inclinada colocando algo en el horno. Se acerca y queda de pie a su lado)

— Mamá...

Mariana levanta la vista rápidamente para ver quien le hablaba. De hace mucho que no escuchaba esa voz, pero era verdad, era su hija quien la llamaba, dejando de hacer su labor y se levanta.

Un Amor Tan IntensoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora