1. "La gema"

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La nieve crujía debajo de sus botas de cuero, el invierno se acercaba amenazador. No era recomendable recibirlo en Las Vertebradas, a no ser que deseara morir. Sin embargo, hacía tres días que seguía el rastro de un ciervo joven, tal vez con suficiente carne para aguantar la dura estación.

Sus labios cortados y secos por el frío, sus manos rígidas, pues sus viejos guantes ya estaban demasiado desgastados. Se agachó y palpó una huella en la nieve...

—Está cerca— dijo, mientras el vaho blanco salía de su boca con cada sílaba.

Otra pista, la corteza mordisqueada de una abeto blanco, le anunció que su presa había estado ahí hacía solo un instante. Caminó lo más silencioso que pudo y justo detrás de un arbusto, estaba el asustadizo animal, rebuscando en la nieve alguna raíz seca para comer. Sacó una flecha de su carcaj, la colocó en la cuerda y muy lentamente, tiró de esta para evitar que la madera de su arco crujiese. La punta de metal señalaba justo al pecho del animal, pero este levantó la cabeza asustado y justo antes de que él disparase, pegó un brinco y salió corriendo despavorido.

Ni siquiera tuvo tiempo de maldecir su mala suerte, porque en el mismo lugar donde estaba el siervo, ocurrió una explosión que lo dejó aturdido. Una llamas verdes derritieron la nieve en el pequeño claro y la hojarasca de abajo quedó calcinada. Con los ojos muy abiertos y el corazón desbocado, el joven muchacho miró el centro del lugar cuando divisó una esfera roja y brillante, envuelta en las mismas llamas. Todo quedó en tranquildad después de unos segundos. El fuego se extinguió y luchando contra todo instinto de preservación, se acercó a la rara gema. La tocó, estaba tan fría como la misma nieve, a pesar de que hacía unos segundos era puro fuego.

—¿Qué es...?— preguntó, casi sin aliento.

La tomó, pesaba lo mismo que una jarra vacía, lo que le hizo pensar que tal vez estaba hueca. Aún temblando un poco, metió la piedra en el bolsillo de su aljaba.

En Las Vertebradas pasaban cosas raras, ya más de una vez se lo habían advertido los ancianos del pueblo, pero para Naruto, que nunca había creído en esos cuentos de magos y hechizos, las dichosas montañas solo era un sitio traicionero e inhóspito donde cazar, y la reciente gema encontrada sería una fuente de ingresos. Al venderla tal vez podría comprarle al carnicero suficiente alimento como para soportar el crudo invierno, en El Valle de las Hojas.

Tardó medio día en bajar de la empinada montaña. Justo cuando el Sol alargaba las sombras de los temibles y secos pinos sobre su cabeza, llegó al risco de una cascada; debajo se encontraba El Valle. Las pequeñas casas de piedra con techo de pajas, todas en filas con una sola calle central. Solo apartada de la formación estaba la casa del curtidor, ya que el terrible hedor de las pieles con las que trabajaba, hacía que los vecinos no dejaran de quejarse.

Al anochecer llegó a la casa de Chōza, el carnicero. Entró a la pequeña tienda y al cerrar la puerta tras de sí, se acercó a la hoguera para calentar sus manos heladas.

—¿Naruto, que te trae por aquí a ésta hora?— dijo el obeso hombre mientras afilaba dos cuchillos —Ya estaba cerrando— el chico respiró hondo antes de hablar.

—Vine a comprar un poco de carne, ¿a qué más?— se acercó a la barra de madera y vió como el hombre gordo y grasiento, levantaba una ceja, divertido.

—Espero que tengas dinero, sabes que no doy nada fiado— clavó el enorme cuchillo en la tabla de madera donde deshuesaba.

Naruto no tenía mucho dinero, solo unas cuantas monedas que había reunido ayudando al herrero y algún que otro trabajo en su tiempo libre. Recordó la rara gema y sacándola de su aljaba, la puso en la barra con un golpe sordo.

PRESAGIO (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora