95. "El nombre del idioma antiguo"

1.1K 224 17
                                    

El aran tenía toda la razón, él era el único que podía enfrentarse al Akatsuki de cabello rojo.

Un hechizo de teletransportación llevaba una gran cantidad de energía, tanta, que él, siendo el rey de los edhel y su mayor hechicero, solo podía realizarlo tres veces antes de perder completamente el sentido e incluso la vida. Pero sabía que su enemigo poseía algún eldunarí, incluso podría tener más de uno, y sentía rabia. Después del cese de sangre y la batalla de los elfos contra los dragones, estos se unieron tanto, que los consideraban como hermanos. Un profundo respeto a esas criaturas mágicas casi extintas, lo llevaba a luchar con más convicción, contra alguien que los usaba en contra de su voluntad.

El hechicero estaba sorprendido, Itachi había esquivado cada uno de sus ataques. Aparecía y desaparecía a su alrededor como un espectro, pero no lo podía tocar, aún estando completamente ciego ¿Por qué? Porque el aran edhel, al perder sus ojos, utilizaba la energía de las cosas a sus alrededor para "ver", de alguna manera. Esa capacidad creció al perder uno de sus sentidos, y lo que para cualquier otro mago fuese imposible, para él no era difícil.

El truco estaba en percibir rápidamente la honda de energía que se formaba en la atmósfera, justo en el lugar en donde aparecería su contrincante. Era una mancha blanca en el plano oscuro. No fallaba, no había lugar para el error.

—¡¿Por qué no mueres?!— gritó el enemigo, chocando por milésima vez su espada cilíndrica y oscura con el arma plateada del rey. Itachi rió, su sonrisa se veía siniestra debajo de la venda oscura.

—Soy el aran del pueblo elfo, no moriré a manos de un donnadie— gruñó —Un hombre inmundo, sin honor, que apuñala por la espalda— giró cuando el enemigo desapareció nuevamente y luego interceptó su ataque.

—Te crees muy importante...— soltó una carcajada —Es irrisoria tu conducta, considerado que en tan solo unos momentos, toda tu raza dejará de existir.

⌘⌘⌘

—¿Por qué no me contestas? ¿Tan poco respeto me tienes?— inquirió Madara.

—No he venido a tener una conversación contigo— gruñó el jinete, apuntando su espada de hoja roja hacia él.

—Lamento decirte, que no tienes más opción que hacerlo— lo vió encogerse de hombros y luego frotar sus manos enguantadas de cuero negro —Te haré otra pregunta, Naruto... ¿Cuál crees que es el principal problema de Naudôr?— el joven no contestó —Vamos, si quieres ser rey, tienes que conocer estas cosas— instó.

—La injusticia— respondió en voz baja.

—¡Exactamente!— aplaudió —Es un mundo injusto. La acumulación de poder, la desigualdad, han llevado a Naudôr hasta donde está.

—No eres quien para hablar así— siseó.

—Solo luché por lo que me fué negado— extendió los brazos y señaló a su alrededor, haciendo a Naruto percatarse por primera vez, que detrás del trono había una enorme cortina negra, en lugar de una pared —Tu tienes un lazo con tu dragón. Sabes lo que significa, el dolor que se siente al ser contado es indescriptible. Te carcome por dentro como una enfermedad putrefacta. No es compañerismo, o familiaridad... son cadenas de hierro lo que te une a esa bestia.

—No lo veo de esa manera— bramó el jinete, mirando por un momento a Kurma al sentir su incomodidad.

—Yo amaba a mi dragón, hubiese dado lo que fuere porque no muriera... Pero sucedió, y cuando intenté llenar ese vacío, los elfos me negaron volver a presentarme ante un huevo ¡¿Con qué derecho?!— gruñó —Creen que por nacer rodeados de magia, son superiores a los otros.

—¡Eso no es cierto!— espetó Naruto.

—No es el oro lo que gobierna esta tierra, es el angol. Mientras exista, todos estaremos subyugados a quienes posean la mayor cantidad. Primero los dragones, luego los elfos...— enderezó su postura —Pero ya acabó,— sonrió de lado —la magia de Naudôr desaparecerá en todos, y solo yo la controlaré. Adiós a los dragones, adiós a la inmortalidad de los elfos... Pero te necesito a tí.

—Estás demente...— siseó.

Él sabía la verdad; tal vez al inicio los había visto como criaturas fantásticas de leyendas, a lo mejor incluso le habría creído al rey tirano en ese entonces, pero los edhel distaban mucho de como Madara los había descrito. Un ser de luz de Luna le mostró la verdad; su vínculo con la naturaleza, su amor, su juramento. Los elfos respetaban a Naudôr como ninguna otra raza.

El usurpador no lo escuchó, se acercó unos pasos, poniéndolo en guardia. Naruto pronunció el hechizo que encendía su espada en llamas y cerró su mente con todas las defensas. Kurama gruñó, enseñando sus colmillos afilados.

—Eso es interesante— mencionó Madara al ver el arma —Pero no lo suficiente...

Lo próximo que pronunció, a Naruto le pareció más como un zumbido en su oído. Los labios finos del rey se movieron, pero la palabra que dijo era tan dispersa, que apenas podía retenerla en la mente. Era esa, la única, la perdida, el nombre de los nombres.

Su magia quedó anulada y su espada se apagó. El idioma antiguo fué borrado de su cabeza como si lo hubiesen barrido. Todas sus lecciones, hechizos... completamente olvidados.

Naruto, calma...— gruñó Kurama, cuando percibió su miedo.

—Como puedes ver, tengo el poder absoluto sobre el idioma, pero un hechizo tan grande, como para borrarlo de todas las mentes de Naudôr, me mataría. Ahí es donde entras tú— el joven, totalmente en shock, lo miró con sus ojos azules abiertos de par en par —Lo dirás por mí. Acabarás con la vida de los edhel, pues cuando desaparezca su inmortalidad, envegecerán rápidamente y se convertirán en polvo ¿Qué edad tenía tu esposo?— se burló y luego soltó una carcajada estrepitosa —Acabemos con esto ¡Erio! (¡Arriba!)— exclamó.

Un gruñido profundo desvió la atención de Naruto hacía la cortina detrás del trono. El suelo vibró un momento y luego la enorme tela cayó, revelando a una criatura gigantesca. El aterrador lobo negro se desperezó, mostrando unos colmillos terribles. Sus ojos eran tan rojos como los de Kurama, pero apagados.

Es una bestia— observó el dragón —No tiene pensamientos, solo... Es un simple animal

Naruto también intentó contactar con su mente, pero no encontró más que oscuridad.

—Creo que Los Rebeldes ya han tenido suficiente diversión— dijo el rey y chasqueó los dedos —¡Ve a comer!

Le dijo al dragón negro y este, después de sacudirse, se incorporó por completo y extendió sus alas. Su envergadura era incluso mayor que la de Gama. Derrumbó parte del tejado del salón y luego una pared. Dejando pasar la luz del atardecer en el exterior, soltó un rugido poderoso y emprendió vuelo.

¡Tengo que detenerlo!— gruñó Kurama.

—¡Te va a matar!— exclamó su jinete, aterrorizado y sin darse cuenta de que había gritado en voz alta.

—No te preocupes,— dijo Madara —tu dragón se quedará. No morirás solo.

PRESAGIO (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora