Capítulo especial: "Un amor que rompió cadenas"

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Allí estaba de nuevo, atando las correas de un vestido escotado, regalo de Madara. Otra forma de pedir disculpas por haberla golpeado y sometido a humillaciones. A él le encantaba que usara colores oscuros, decía que resaltaba su piel blanca y ese cabello color fuego, indomable y larguísimo, del que le gustaba tirar cuando la montaba. Cubrió lo mejor que pudo los moretones de sus muñecas con las mangas, y se dió cuenta de que había quedado otra cicatriz que debía disimular con más tatuajes sobre su piel. Se llenó de joyas, otro de sus caprichos, se perfumó y salió erguida de su habitación.

Por muchos lujos y comodidades que él le proveía, Kushina seguía siendo una prisionera, esclava en un palacio. Su cuerpo no le pertenecía, incluso su nombre ya no era suyo. Madara lo había robado, condenándola a esa vida superficial y vacía, llena de abusos, a la que era sometida.

Otra fiesta llena de especulaciones, las bailarinas desnudas danzando sobre las mesas repletas de hombres gordos y soldados hambrientos, por tener un lugar donde encajar sus partes privadas. Cada vez eran más jóvenes, la decencia había abandonado hacía mucho a la fortaleza oscura, pero el abuso infantil, era algo que no podía tolerar.

Cuando vió a una de ellas, que no sobrepasaba los doce años, ser tocada indecentemente por uno de los Akatsuki, Kushina se levantó de su asiento al lado del trono, y bajo la vista de todos, tendió una mano a la niña y la bajó de la mesa. La pequeña se escondió entre sus faldas, mientras ella encaraba al furioso hechicero.

—¡¿Pero qué haces?!— gruñó él, su cabello era blanco y los ojos desagradables, le decían que estaba tan vacío de sentimientos como una cáscara de nuez.

—Es muy pequeña para estar aquí— justificó sin demostrar emociones, y a punto de retirarse, él la tomó con fuerza del brazo.

—No tienes derecho a quitarme mi diversión, veremos que opina el soberano de esto— advirtió, mirando sobre su hombro.

No necesitaba girar para saber que Madara había entrado al salón. Siempre que lo hacía, el aire se volvía denso y el silencio ocupaba el espacio. Escuchó sus botas y su pesada capa oscura, rozar contra el suelo de mármol negro, el calor de su cuerpo impactó contra su espalda y luego esa voz poderosa, lenta y grave, llenó sus oídos.

—¿Qué ocurre, Kushina?— ella tragó en seco y tomando valor, se volteó.

Siempre traía su cabello negro, suelto y bien peinado, pero esta vez lo había amarrado en una coleta, haciendo que los mechones sueltos enmarcaran su rostro de manera atractiva. Lo admitía, el tirano era increíblemente hermoso. Su nariz, boca, mandíbula, todo perfectamente dibujado. Pero lo que más llamaba su atención, eran sus ojos negros y profundos, y unas orejas ligeramente puntiagudas, que junto con la marca de su frente, eran pruebas de que estaba en presencia de un jinete de dragón.

Al ver que no contestaba, levantó una ceja, advertencia de que no lo hiciera impacientar.

—Esta niña es demasiado joven para dar placer— dijo con la voz más firme que pudo lograr. Él ladeó la cabeza para ver a la criatura y luego volvió a enderezarse.

—Comprendo— concedió, para su sorpresa.

—Mi rey, estaba divirtiéndome con ella. No puede privarme de esa manera tan injusta— reclamó el hechicero a sus espaldas.

—Hidan,— habló Madara —hay otra mujeres en la sala, puedes escoger la que quieras.

—¿Puedo obtener a Kushina?— preguntó divertido, la pelirroja se volteó y clavó la mirada furiosa sobre él.

—Claro, no la voy a utilizar hoy— dijo el rey, con un ademán despectivo de su mano.

—¡Ni en tus sueños! ¡¿Me oyes?! No soy una maldita prostituta— gritó.

PRESAGIO (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora