83. Norte III

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Xenres se levantó del suelo rápidamente y vio a Elisa y a Laya frente él. Antes de que el hombre pudiese realizar cualquier acción, Laya extendió el brazo bueno, chasqueó los dedos y del suelo salieron varias cuerdas de oscuridad que apresaron al hombre, inmovilizando todas sus extremidades.

- No quiero aburrirte con la explicación - empezó a hablar Elisa. - En el momento que Laya te cegó con su hechizo, bajaste la guardia de tal manera que te volviste muy vulnerable al control mental. Sabía que iba a ser difícil porque eres uno de los magos negros y que solo tenía una oportunidad y que blah blah blah, pero, la verdad, ha sido relativamente fácil.

Elisa sonrió al acabar su explicación, provocando a Xenres. El hombre tenía una mueca de rabia en el rostro, hacía fuerza para intentar librarse de las cuerdas pero, por mucho que lo intentase, no podía.

- Cómo es posible - gruñó Xenres. - Sois demasiado débiles comparadas conmigo. ¿Por qué no puedo soltarme?
- Porque todo hechizo débil tiene su punto fuerte - respondió Laya con un leve tono de superioridad. - Ataduras del alma oscura, un hechizo que cuanta más oscuridad tengas en tu corazón, más efectividad tiene.

Hizo una breve pausa.

- Y bueno, eres uno de los cinco "grandes" magos negros. Creo que tu solito puedes decidir el resultado.

Xenres emitió un pequeño gruñido de rabia.

- ¿Ahora qué hacemos? - preguntó Elisa. - Siendo sincera no pensaba que mi plan iba a funcionar tan bien, ahora mismo estoy sin ideas.

Laya le miró juzgandola.

- Tú me dirás. Ve a pedir ayuda, pide refuerzos.... La batalla sigue y la única que está en condiciones de continuar eres tú.

Elisa asintió dándole la razón a su amiga. Se giró para ir a pedir auxilio pero se frenó antes de dar su primer paso.

- ¿Vas a estar bien sola? - preguntó mientras miraba a Laya preocupada.
- Mientras no tardes mucho sí - respondió Laya. - Este hechizo no consume mucha energía, pero tampoco estoy al cien por cien.

Elisa asintió y desapareció del lugar, teletransportándose a otra zona.

- Nos hemos quedado solos - dijo Xenres mirando fijamente a Laya.

En sus ojos se notaba la rabia y el deseo de venganza. Laya se mantuvo callada, ignorando las palabras de Xenres, ignorando su dolor, concentrada en mantener el hechizo activo.

- ¿No vas a decir nada en este momento tan íntimo? - continuó hablando Xenres.

Intentó mover los brazos para conjurar pero las cuerdas se lo impidieron al instante, agarrándole con más fuerza.

- Agh, ¡zorra! No vas a salirte con la tuya. Hace un rato estabais a mi merced, muertas de miedo. Con la mirada me suplicabais por vuestras vidas.
- Ya, ¿y? - dijo Laya con un tono seco. - ¿Cómo se siente estar en nuestro lugar?
- ¿Vuestro lugar? No me hagas reír, os podría haber matado si hubiese querido. Podía sentir vuestra desesperación. Viendo el estado en el que estás y conociendo tus habilidades no me siento ni un poco amenazado.

Laya se enfado un poco, cayendo en las provocaciones de Xenres. El hombre sonrió al ver que su rostro expresaba un poco de enfado.

- No tengo necesidad de hacer que te sientas amenazado, estas atrapado y el simple hecho de que me estés diciendo eso es señal de que estás desesperado y sin ideas. Además, si "nos podrías haber matado si hubieses querido", ¿por qué no lo has hecho?¿No querías?

Xenres se quedó callado.

- ¿No respondes? - insistió Laya.

El hombre apretó su mandíbula con fuerza. Estaba furioso. Sentía que le hervía la sangre.

- Ya veo - continuó hablando Laya. - Osea que te pudo la soberbia, te creíste superior y te confiaste porque nos viste vulnerables, sin percatarte de que te enfrentabas a dos guardianas. Ahora, la persona que hay frente a mí, tiene una mirada de rabia porque sabe que todo lo que he dicho es cierto.
- ¡Cállate!¡Esta vez no voy a fallar! - gritó furioso Xenres.

La ira invadió su cuerpo e hizo muchísima fuerza tratando de romper las cuerdas. Parecía una bestia salvaje. La expresión de Laya empezó a cambiar poco a poco al darse cuenta de que su hechizo iba perdiendo potencia. Xenres estaba fuera de control. Hizo tanta fuerza que su piel empezó a desgarrarse hasta que se libró de las ataduras. Se levantó lentamente mientas las cuerdas desaparecían. Cuando el hombre estuvo de pié, miró a Laya, tenía los ojos rojos de la furia, la miraba como una bestia mira a su presa. Laya retrocedió varios pasos lentamente, buscando desesperada con la mirada un camino por el que huir.

- Mira a quién me he encontrado Lay... - sonó de repente la voz de Elisa detrás de la joven.

Todo sucedió muy rápido. Elisa no pudo acabar la frase debido a que se quedó paralizada al ver el estado de Xenres. En el instante que Elisa comenzó a hablar, el hombre se lanzó hacia ellas a una velocidad increíble, solo tuvieron tiempo para pensar que no había escapatoria. Justo antes de que Xenres las golpeara con una fuerza descomunal, Laya sintió que alguien la cogía con firmeza de la cintura y en menos de lo que dura un parpadeo cambiaron de lugar. Laya miró rápidamente hacia todos lados, estaba completamente desubicada, al segundo se dio cuenta de que estaban a varios metros lejos del hombre. La joven miró a Elisa y se dio cuenta de que no había sido obra suya, puesto que estaba igual de desconcertada que ella. Giró un poco más la cabeza y se encontró con la mirada de Picara.

- ¡Picara!¿Cómo has...?¿Qué haces...?

Laya tenía tantas preguntas en su cabeza que no sabía cómo formularlas.

- Tranquila, os lo explico todo más tarde, ahora no es momento para conversar - dijo Picara cortando educadamente a la joven mientras las soltaba. - Elisa me ha puesto mínimamente al corriente, muéstrame tu brazo.

Laya asintió y giró el cuerpo con cuidado de no hacer movimientos bruscos. Picara puso la mano sobre su brazo roto, sin llegar a tocar la piel, y la palma de su mano empezó a emitir una luz de color verde. La joven sintió cómo la luz emanaba un calor agradable que le recorría el brazo entero, miró su brazo y vio como poco a poco iban desapareciendo los moratones, la sangre coagulada y los arañazos. Instantes después, sus huesos rotos se recolocaron y su brazo se curó por completo. Cuando la mano de Picara dejó de emitir luz, Laya movió el brazo con delicadeza comprobando que no le dolía nada.

- Gracias - agradeció Laya.

Picara le sonrió y seguidamente miró a Xenres que se estaba preparando para atacar de nuevo. En el momento que el hombre se lanzó, Picara avanzó a una velocidad de vértigo chocando contra él a mitad de camino. Rápidamente, la mujer tocó la frente del hombre con dos dedos, estos se iluminaron brevemente y el hombre cayó inconsciente al suelo. Picara se dio media vuelta para ver a las chicas estaban con la boca abierta, impresionadas por lo que acababa de ocurrir.

- Cómo... - empezó a decir Elisa.
- Dicho en pocas palabras, he anulado los impulsos nerviosos de su cerebro durante unos segundos - explicó Picara sabiendo la pregunta que le iban a formular. - Ya estáis a salvo.

En ese momento, tanto Laya como Elisa, respiraron aliviadas.

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