• C. 32 •

14 2 0
                                    

Nada nuevo ni concreto se le ocurrió a ninguno de ellos ni al día siguiente ni al otro. Para la tercera noche después del interrogatorio del Titiritero, Felix empezó a relajarse. En gran medida, también, porque sentía que estaba progresando, obteniendo información que podría realmente tener valor, gracias a su trabajo de catalogación.

Descubrió que el cuartel general le gustaba más de noche. Después de que se había ido todo el mundo a casa, era tan tranquilo. Nunca estaba completamente desocupado: siempre había personal de seguridad monitoreando el edificio, y unidades de patrullaje nocturna que iban y venían entre misiones, pero la diferencia comparada con el día era notable. La tranquilidad era un alivio.

Hacía tiempo que Felix tenía sentimientos amivalentes respecto de las horas más calmas de la noche. Aquel tiempo suspendido en el que el mundo entero se volvía solitario y se cubría de sombras. A lo largo de su infancia, hubo períodos en los que frecuentaba las cafeterías abiertas las veinticuatro horas solo para sentir una conexión con cualquier otra alma triste que estuviera desvelada aquella noche mientras comía las torres de crêpes de arándanos y tejía historias para el repartidor, que bebía café negro en el bar, o para la camarera, que compensaba su mirada cansada con una efusiva alegría. Pero tarde o temprano, alguien siempre le preguntaba dónde estaban sus padres, y una vez que comenzaban a mirarlo con pena suponiendo lo peor, tenía que marcharse.

Pero había otras noches cuando añoraba esa soledad. Noches en las que pasaba horas mirando la luna e imaginando que era la última persona viva del planeta. Imaginando que no quedaba nadie que pudiera provocar una guerra o desatar conflictos. Nadie que peleara por reclamar el poder. Nadie que temiera u odiara a los prodigios. Y que no quedaba ningún prodigio para odiar.

Estar dentro del cuartel general a las tres de la mañana era una mezcla saludable de ambos: la tranquilidad que venía de estar solo, pero también, la certeza de que en realidad no lo estaba. Incluso si estuviera rodeado por sus enemigos, la idea transmitía una extraña sensación de consuelo. Lo habían instalado en su propio cubículo, en la tercera planta, con una ventana que daba al amplio vestíbulo y un escritorio al que le habían dicho que podía decorar con objetos personales. Hasta ahora solo se le había ocurrido traer un póster de las constelaciones, que había comprado en una imprenta barata abalgunos kilómetros, y solo porque le preocupó que lo considerasen raro si no traía absolutamente nada.

La tarea que le habían encomendado no era exactamente emocionante. Pasó tres noches enteras revisando fotografías que el departamento forense había tomado de toda la artillería destruida de la biblioteca, catalogando números de modelo cuando aparecían o, de otro modo, buscando características de identificación y comparándolas con armas conocidas en una base de datos global. No era un trabajo estimulante, pero sí le dio una oportunidad excelente para alterar los metadatos cuando se topó con escaneos de una serie de bombas de gas que reconoció del laboratorio de Cianuro, pero que, de ahora en más, figurarían en los archivos de los Renegados como explosivos diseñados por aficionados de origen desconocido.

La tarea también le dio oportunidad de sobra para seguir ahondando en el sistema de los Renegados. Durante las últimas noches, había realizado un mapa con las ubicaciones de todas las cámaras de seguridad y de las alarmas dentro del edificio del cuartel general; había descargado una lista completa de armamento y artefactos de los prodigios depositados en los almacenes, y había descubierto el directorio completo de los Renegados actuales, con los alias, las habilidades e incluso las direcciones (incluida la propia). Y hasta había encontrado, para su deleite, una carpeta titulada: “Preocupaciones: para considerar en el futuro”, que resultó estar repleta de las denuncias públicas contra los fracasos y las decepciones permanentes del Consejo.

Felix terminó de ingresar los datos de una caja de municiones –una de las pocas que no habían estallado al ser expuesta al calor del incendio– y se tomó un momento para estirar la columna. Un parpadeo le llamó la atención y echó un vistazo fuera de la ventana, para advertir que las luces dentro del área de cuarentena de JeongIn estaban encendidas, iluminaban su ciudad de cristal con un pálido tinte amarillo. Estaba seguro de que, antes, la sala había estado oscura.

SUPERHERO   •   [Hyunlix]  •  ADAPTACIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora