• C. 109 • [20]

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El comedor de la cafetería estaba escalofriantemente silencioso como siempre. No se escuchaba nada más que personas esnifando sus mocos, narices que goteaban por estar afuera en el viento helado y ruiditos de cubiertos de plástico sobre bandejas del mismo material.

Felix estaba último en la fila, envidiaba cómo le quedaba el mono a la persona delante de él. El suyo era demasiado largo y tenía que doblarlo.

La línea avanzó y él avanzó con la fila. Su atención se posó en la mesa más cercana, donde un par de reclusos estaba sentado del mismo lado, de frente a la pared trasera del comedor. Para desalentar todavía más las conversaciones, todos los asientos estaban
ubicados a un solo lado de las mesas para que todos los reclusos enfrentaran a la misma dirección mientras comían. Felix observó sus bandejas, aunque no sabía para qué se molestaba. A esta altura, ya tenía memorizado el menú. Pan. Vegetal misterioso. Patata. Pescado. No debería ser domingo porque no vio a nadie con una codiciada rebanada de queso.

Un gesto extraño llamó su atención. Uno de los reclusos que estaba sentado golpeó el mango de su tenedor dos veces antes de tomar algo de vegetales. Un segundo después, el prisionero al lado de él utilizó los dientes de su tenedor para raspar la esquina de su bandeja. Felix no sabía qué significaba, pero estaba seguro de que se estaban comunicando.

Alguien le gruñó y se dio cuenta de que la línea había avanzado, se movió hacia adelante y pidió su propia bandeja. Se sentó en su lugar de siempre, entre los reos de siempre que, como siempre, no intentaron hablar con él. Escudriñó la habitación con un interés renovado. Ahora que había notado ese astuto intercambio, comenzó a ver más gestos como ese. Por lo menos, los que pensó que podrían ser un lenguaje secreto entre los reclusos. Algunos movimientos eran tan sutiles —rascarse la nariz, mover un zapato, girar la cuchara sobre la mesa en sentido de las agujas del reloj— que muchos de ellos podrían ser accidentales. Pero estaba seguro de que muchos de ellos no lo eran. Los reclusos habían encontrado maneras de comunicarse entre ellos después de todo.

Se preguntó cuánto tiempo tendría que estar allí antes de comenzar a comprenderlos.

—¿Conoces al Titiritero?

La pregunta fue hecha con tanta rapidez que Felix casi pensó que lo había imaginado.

Echó un vistazo a su costado y se encontró a un hombre calvo cuya piel y ojos eran amarillo fluorescente. Entre eso y las anchas líneas del mono, era difícil mirarlo sin entrecerrar los ojos. Por su parte, el hombre mantuvo su atención en su comida. Felix enterró su tenedor en el pescado, separándolo. Justo antes de meterlo en su boca, simplemente murmuró.

—Sí.

Por un largo rato, mientras el vecino estuvo callado y Felix pensó que ese podría ser el final de la conversación. Pero luego…

—¿Está bien?

Se quedó quieto con un trozo de pan medio destruido en su boca. ¿Hongjoong estaba bien?

—No lo sé —respondió después de tragar—. No lo veo hace un tiempo.

Consideró contarle que Hongjoong había sido neutralizado, que los Renegados le habían quitado sus poderes. Pero no sabía si los reclusos aquí sabían sobre el Agente N y no creía que pudiera explicarlo con oraciones sofocadas.

Su vecino continuaba llevándose comida a la boca. Felix disminuyó su ritmo. Generalmente, comía rápido como para poder tragar la mayor cantidad de comida sin tener que saborearla. Pero era tan lindo hablar con alguien y tener una interacción humana que ya estaba sufriendo el momento en que terminara.

—Vinieron a buscarlo hace semanas —dijo el hombre finalmente—. Supuse que ya habría regresado.

Felix pensó en eso. ¿A dónde habían llevado a Hongjoong después de su neutralización? Supuso que tenía sentido que no volvieran a enviarlo a Cragmoor, ya no era un prodigio. ¿Lo habrían enviado a una prisión para
civiles al norte? ¿O a una institución psiquiátrica? ¿O seguía en el cuartel general de los Renegados y era sujeto de más experimentos para los que no se había ofrecido?

SUPERHERO   •   [Hyunlix]  •  ADAPTACIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora