• C. 41 •

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La casa de la risa –lo que la fotografía mostraba que, alguna vez, fue La Pesadilla– era un ruinoso edificio de dos plantas, cubierto con pintura descascarillada blanca y naranja. Sus pocas ventanas lucían postigos torcidos y se hallaban cubiertas con tablillas clavadas hacía mucho tiempo. El cristal era inexistente. Las telarañas, algunas tan gruesas y oscuras como lana, colgaban de la marquesina del porche envolvente. Al pasar por debajo, Hyunjin levantó su mirada al payaso sin cabeza. Supuso que alguna vez la había tenido, pero era difícil saberlo con certeza. El lugar era tan siniestro que solo una frondosa imaginación permitía fantasear acerca de lo que había sido una vez: un sitio de diversión y ensueño. Un espacio en el que las personas no entraban con el estómago contraído por el terror.

El porche crujió bajo su peso al subir a la entrada de puerta doble, donde un mural de bailarinas idénticas había sido pintado para darles la bienvenida a los visitantes. Una de ellas tenía una burbuja de diálogo que decía:

“¡Bienvenidos a nuestra casa de la risa!”. Y la otra: “¡Disfruten su estadía!”.

Hyunjin podía imaginar sus pequeñas cabezas girando en tanto empujaba las puertas para abrirlas, sus voces metálicas añadiendo con un cacareo perturbador: De lo contrario...

Pero el mural era solo un mural, y no se oyeron voces estremecedoras cuando él y Felix entraron en la primera recámara de la casa. No había sonido alguno,más allá de la música distante que provenía del parque de atracciones que habían dejado atrás.

La primera habitación carecía de ventanas. Hyunjin mantuvo la puerta abierta el tiempo suficiente para orientarse, aunque no alcanzaban a ver demasiado dentro de la vieja atracción. A solo dos metros de la puerta, habían construido un muro, que alentaba a los visitantes a abandonar el vestíbulo con rapidez e internarse en lo que fuera que había más allá.

—Alguien ha estado aquí recientemente —dijo Felix, señalando el suelo, donde se veían huellas nítidas que habían transitado encima de años de polvo acumulado.

Metió la mano en el morral que llevaba en el cinturón y extrajo un pequeño dispositivo. Tras encenderlo con un chasquido, comenzó a emitir un brillo amarillo luminiscente, y lo dirigió hacia la siguiente entrada.

—Qué ingenioso —dijo Hyunjin.

—Microbengalas exotérmicas. Las fabrico yo mismo.

Él le sonrió.

—Si se te acaban, también puedo sacar una linterna.

Él hizo un gesto contrariado mientras avanzaba hacia las sombras.

Hyunjin soltó la puerta. Esta crujió sonoramente y luego se cerró con un golpe seco y atronador, los atrapó dentro con el aire rancio y silencioso. Él siguió a Felix volteando el recodo y a través de una serie de sendas serpenteantes que volvían y daban vueltas sobre sí mismas varias veces. Felix dejó su microbengala al pasar, tal vez como una manera de rastrear la dirección por donde habían venido, encendiendo otra, y luego otra a medida que se abrían camino por los estrechos callejones. Hyunjin arrastró la mano izquierda sobre la pared, para evitar volver a caminar por el mismo terreno. Aunque el laberinto parecía un tanto infantil, imaginó lo turbador que debió ser recorrerlo completamente a oscuras.

Luego de terminar en dos callejones sin salida, se encontraron en el final del laberinto, parados ante un largo corredor que parecía de una casa vieja y pintoresca. Dos ventanillas cuadradas exhibían cortinas de encaje, y los muros estaban cubiertos de empapelado a cuadros color azul. Al avanzar hacia el corredor, el suelo se ladeó bajo sus pies. Felix soltó un grito ahogado y se tropezó hacia el costado, chocando contra Hyunjin. Instintivamente, él lo rodeó con los brazos en tanto su espalda golpeaba contra la pared.

SUPERHERO   •   [Hyunlix]  •  ADAPTACIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora