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Estación de Blackmire. La entrada en desuso al metro abandonado tenía un agujero del tamaño de un pequeño vehículo, precintado con cinta color amarilla. La acera se encontraba cubierta de escombros por la explosión, y aún había marcas visibles del incendio sobre los muros.

Por aquí era por donde habían huido los Anarquistas cuando los Renegados fueron tras ellos, después de que el ataque de la Detonadora a la biblioteca dejara en claro que los Anarquistas no estaban tan inactivos como habían pensado. Aunque establecieron patrullas regulares para registrar los túneles y monitorear los diferentes puntos de acceso, en caso de que cualquiera de los villanos intentara regresar a su santuario, no había habido señales de ellos. Salvo, por supuesto, Nightmare y la Detonadora.

La última vez que Hyunjin había entrado en los túneles, resuelto a averiguar cuál era la conexión de los Anarquistas con Nightmare, llevaba la armadura del Centinela. Incluso ahora, sentía una comezón en los dedos, impaciente por desabrochar la parte de arriba de su camisa y abrir el tatuaje de cremallera que lo transformaría en un justiciero. Ansiaba la seguridad que le daba la armadura. Pero ignoró la tentación, sabiendo que era poco más que paranoia y quizás un poco de hábito.

Los túneles estaban abandonados. Adondequiera que Cianuro, la Abeja
Reina y Phobia se hubieran ido, no habían sido lo suficientemente temerarios como para regresar aquí. Se puso en cuclillas delante del letrero de cubierto hacía mucho tiempo con una leyenda en aerosol, advirtiendo a cualquiera que quizás no supiera quiénes acechaban al bajar las escaleras:

NO ENTRAR

Un círculo dibujado alrededor de una A color verde limón.

Hyunjin sacó su rotulador y se dibujó una linterna. Pasó encima de la cinta y dirigió el haz de luz sobre los muros pintados con grafiti y los pernos que sobresalían del concreto donde alguna vez había habido un torniquete. Las escaleras del otro lado desaparecían en la oscuridad.

Aguzó el oído, pero si había ruidos dentro del metro, se encontraban sepultados bajo los ruidos de la ciudad. Pero no había sonido alguno, se dijo, salvo el de las ratas. Ya no había villanos allá abajo; los Anarquistas habían desaparecido. Descendió en silencio las escalinatas, apoyando pesadamente su calzado deportivo. El haz de la linterna saltaba sobre viejos pósters de conciertos, los mosaicos quebrados de los muros y más grafiti, tanto grafiti.

Pasó una entreplanta que se ramificaba en dos sentidos diferentes: unas escaleras que conducían a las vías hacia el norte; y otras, hacia el sur. El brazalete repicó silencioso mientras descendía hacia el andén inferior,
probablemente la última alerta que recibiría antes de perder señal cuando
estuviera bien profundo. Ignoró el sonido, como lo hacía desde que Espina lo arrojó al río y desde que JeongIn señaló que quizás, solo quizás, este era el momento de despedirse del Centinela.

El repiqueteo no era la notificación de cuando recibía un mensaje de uno de sus compañeros de equipo o de cuando el centro de llamados le asignaba una misión. En cambio, era la alarma que él mismo había programado para notificarse del momento en que llamaban a una de las otras brigadas de patrullaje a una emergencia.

Años atrás, como parte de un intento por garantizar la seguridad de sus reclutas, se decidió que todos los Renegados podían acceder en tiempo real a los despachos realizados a las unidades de patrullaje, y que se podían rastrear y monitorear los movimientos de las patrullas en guardia. La información estaba a disposición de cualquier Renegado que lo quisiera, aunque, por lo general, estaban tan ocupados con sus trabajos respectivos que Hyunjin no conocía a nadie que, de hecho, la aprovechara. Salvo por él mismo, y solo desde que se convirtió en el Centinela.

Era parte del motivo por el cual había conseguido ser tan eficaz. Cada vez que oía que enviaban a una unidad de patrullaje a la escena de un crimen particularmente grave, solo tenía que ingresar al sistema para ver a dónde la enviaban. Si había una persecución, podía seguir fácilmente sus movimientos por la ciudad. Con los tatuajes de resortes que tenía en las plantas de los pies, podía moverse más rápido que la mayoría de los Renegados, salvo los que tenían poderes para volar o desplazarse a supervelocidad. Solo con esa ventaja, a menudo podía llegar a la escena del crimen y hacer frente a los agresores antes de que aparecieran los Renegados asignados.

SUPERHERO   •   [Hyunlix]  •  ADAPTACIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora