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—N-no pueden… —Espina balbuceó a través de dientes apretados—. Estoy desarmada… inmovilizada… Su código no les permite…

—Oh, eres una experta en nuestro código, ¿verdad? —Frostbite soltó una carcajada—. Ladrona, productora, traficante… Realmente, no creo que a nadie vaya a importarle lo que te suceda.

Espina emitió un berrido, y las lágrimas humedecieron su rostro.

—¿Y cuando su precioso Consejo advierta que me torturaron?

Frostbite rio y alzó el pestillo de una funda que llevaba sobre el cinturón.

—Oh, no advertirán nada.

Era una pistola, exactamente como las que habían estado usando para entrenarse últimamente. El pulso de Hyunjin se aceleró. Tenían el Agente N.

Frostbite pensaba salirse con la suya.

Podían hacerle lo que quisieran a las extremidades suplementarias de Espina,
porque una vez que estuviera neutralizada, aquellas extremidades ya no existirían. Toda evidencia del abuso de los Renegados habría desaparecido. Y con el metrónomo en marcha de manera regular, nadie oiría sus gritos más allá del astillero.

Sería la palabra de los Renegados contra la de ella… una delincuente conocida y a la que nadie lamentaría ver despojada de sus poderes. Hyunjin no estaba seguro de cómo o por qué habían permitido que el equipo de Frostbite se armara del agente neutralizante –tal vez hubieran recibido un permiso especial por tratarse de un caso notorio–, pero sí sabía que sería fácil afirmar que habían neutralizado a Espina en defensa propia.

¿A quién le creería el Consejo?

Su estómago se contrajo.

—Sé que has estado vendiendo tu producto en el mercado negro —dijo Frostbite, la voz altanera y glacial. El sonido le hizo chirriar los dientes—. Quiero los nombres y los seudónimos de todos los traficantes a quienes has estado vendiéndoles.

Hubo un instante de silencio, remarcado solamente por el tic-tic-tic del metrónomo. Tragando la bilis en la boca, Hyunjin volvió a mirar por encima de la cornisa.

—No conozco ninguno de los nombres —roncó Espina—. Ellos me dicen dónde entregar la mercadería y recoger el pago, y yo lo hago.

Frostbite le hizo una señal a Gárgola. Otro puñetazo descendió con fuerza, aplastando un segundo miembro.

El grito de Espina desgarró a Hyunjin por dentro como una agresión física. No quería tenerle compasión. Espina era una criminal. Había robado medicamentos; los había empleado para producir sustancias ilegales; los había puesto al alcance de los adolescentes. Sus acciones seguramente habían resultado en incontables muertes. Ni siquiera habría lamentado ver si en aquel momento le inyectaban el Agente N. Pero también sabía que esto estaba mal. Golpearla mientras estaba indefensa; torturarla innecesariamente. Se suponía que debían llevarla al cuartel general, dejar que la interrogaran allá. De todos modos, cualquier confesión obtenida bajo coacción sería falible.

Pero ¿y si dice algo útil?, replicó su cerebro. ¿Si revela más nombres o aporta pruebas que den lugar a más arrestos? ¿Y si consiguen derribar una cadena entera de traficantes por esto…? ¿O un sindicato entero de drogas?

Volteó el rostro de la escena que tenía abajo, estrujándolo con fuerza. Podía marcharse. Fingir que jamás había visto nada de esto. Podía permitir que Frostbite y su equipo rompieran las reglas y confiar en que erminarían promoviendo la justicia.

—Volveré a hacer la pregunta —dijo la Renegada—. ¿Cuáles son los nombres de tus cómplices?

La voz de Espina se estaba quebrando; hacía rato que su osadía había quedado sepultada bajo el dolor.

SUPERHERO   •   [Hyunlix]  •  ADAPTACIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora