• C. 139 • [50]

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Aunque apenas podía pararse, Felix se obligó a alejarse de la pared. Una rodilla cedió y casi cayó sobre la piedra. Un pedacito de capitel roto quedó atrapado debajo de su rótula y se retorció del dolor. Apoyó las dos manos sobre el suelo y se volvió a impulsar. Se tambaleó de manera inestable por un momento y luego siguió avanzando. Un pie delante del otro, incluso mientras lo invadía una ola de mareo. Paso a paso, a pesar de que sus músculos se oponían.

El movimiento en la distancia lo hizo dudar, el pequeño impulso que había adquirido casi hace que vuelva a caer. Apenas logró equilibrarse. Se quedó boquiabierto cuando asimiló la imagen.

Más allá de la catedral, más allá del páramo y de la ola de Renegados, más Renegados de los que había visto en su vida, la silueta de la ciudad se alzaba en el horizonte. Cientos de edificios temblaban, se ondulaban y se alzaban en el aire. Felix observó un hotel de varias plantas ser arrancado de sus cimientos. Vio al juzgado con sus columnas romanas desconectarse de los imponentes escalones de la entrada. Vio la G gigante iluminada en la cima del edificio de la Gatlon Gazette derrumbarse mientras la estructura que la sostenía se mecía hacia arriba. Edificio tras edificio sucumbía ante el poder de Ace causando que fragmentos de concretos llovieran sobre las calles. Se quebraban tuberías salpicando agua y aguas cloacales en los cráteres vacíos de los cimientos. Cables y acero corrugado colgaban de las bases de las estructuras levitantes.

El sistema eléctrico quedó inutilizable y sumergió calles enteras de la ciudad en la oscuridad. Era como observar a alguien apagar las luces vecindario por vecindario.

De la súbita oscuridad escucharon gritos. Gritos de las personas que se acercaban a las ventanas de sus apartamentos y, de repente, vieron el suelo demasiado lejos. Gritos de los que se quedaron abajo mientras percibían el peso amenazante de los edificios sobre ellos, sin nada que impida que caigan.

Fueron los gritos lo que hicieron que los Renegados en el páramo vacilaran. Se voltearon para ver qué le estaba sucediendo a su ciudad. A las personas que habían jurado proteger.

Una extraña sensación de déjà vu sacudió la memoria de Felix y pensó en la noche en que encontró a JeongIn practicando su telequinesis en el área de cuarentena. Lo había visto alzando los edificios de cristal en miniatura de subciudad en miniatura y los dejó levitar en el aire alrededor de él. Fue casi igualba lo que Ace estaba haciendo ahora. En esa oportunidad, Felix se había sorprendido de que JeongIn fuera lo suficientemente poderoso como para levantar todas las estatuillas de cristal al mismo tiempo, un truco que pocos telequinésicos hubieran podido dominar.

Pero esto…

Miró a Ace Anarquía, su tío, y el enojo y desprecio fueron momentáneamente reducidos por el miedo de quién era él en realidad. De lo que podía hacer.

Gracias a su padre y sus armas.

Gracias a él.

Avanzó trastabillando unos pasos más. Estaba mucho más cerca de Ace que JeongIn y no sabía cuán cerca tendría que estar JeongIn para tener un efecto en su tío. Sentía un cosquilleo en los dedos, tentados en hacer contacto, en hacerlo dormir. Pero ¿qué le sucedería a la ciudad si lo hacía?

Sin Ace, todo se desplomaría.

Todos esos edificios, todas esas vidas. No habría manera de detenerlo.

—Grandes poderes —susurró al percatarse la terrible inevitabilidad de la situación. Ace destruiría a la ciudad. Los pocos que sobrevivieran no tendrían motivos para quedarse, rodeados de escombros y ruinas. Gatlon se convertiría en nada más que una leyenda olvidada. Una historia para dormir que serviría para advertirle a los niños los peligros del poder, tener demasiado o no tener suficiente.

SUPERHERO   •   [Hyunlix]  •  ADAPTACIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora