Capítulo I

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*El OST será para acompañar la lectura, sobre todo aquellas escenas de pelea*

El día que su vida cambió, Allen realizó sus quehaceres con total normalidad. En la mañana fue a su universidad, lugar donde cursaba el tercer año de periodismo. Al mediodía almorzó con sus amigos y en la tarde fue al gimnasio como era parte de su rutina diaria.

Allen era un joven normal, alto y de ojos y cabello color negro. Su máximo anhelo era destacar y ser reconocido por el mundo, pero hasta el momento había vivido de manera normal. El único hecho que marcó su vida fue el fallecimiento de sus padres cuando tenía 15 años. Desde entonces nació su deseo de ser reconocido.

Se bañó después de la sesión en el gimnasio, se arregló y salió raudo. Ese día tenía una cita con la chica que le gustaba desde que entró en la universidad. Llegó rápido a su casa, se puso una camisa azul y unos pantalones negros, tomó su chaqueta de cuero y salió hacia el lugar del encuentro.

Cuando llegó al parque, ella ya estaba ahí. Alta, de tez blanca y cabello morado oscuro, Allen se emocionó cuando llegó junto a ella. Llevaba los labios pintados de negro, algo que le gustó aún más al chico.

-Lamento la demora, Minerva -se disculpó mientras la saludaba con un beso en la mejilla.

-No te preocupes Allen, acabo de llegar -ella sonrió y correspondió al saludo.

-¿Vamos al cine y después a comer? -preguntó Allen mientras sonreía y la miraba.

-Me parece bien, total, tú invitas hoy -bromeó la chica y se puso en camino. Allen sonrió aún más y la siguió.

El resto de la velada fue como Allen se lo esperaba. Vieron una película de terror y luego fueron a comer a un local de comida rápida. Allen estaba enamorado de Minerva desde el primer día en que la vio en la universidad. Fue una sorpresa para él cuando la chica aceptó su primera invitación y desde entonces han salido un par de veces. Allen se sentía a gusto con su vida, le iba bien en los estudios, no tenía problemas con sus familiares a los cuales veía de vez en cuando, tenía un buen grupo de amigos y estaba saliendo con la chica que le gustaba.

Allen dejó a Minerva en su casa y volvió a la suya cuando la noche ya cubría la inmensa ciudad de Londres. Estaba satisfecho pero a la vez cansado, así que solo pensaba en acostarse en su cama mientras caminaba por las calles de la ciudad. Tras varios minutos caminando, llegó por fin a su casa. Abrió la puerta, encendió la luz e inmediatamente se dio cuenta de que algo andaba mal. Encontró todo desordenado y en el suelo. «Un ladrón» fue lo primero que pensó. Un ruido en la cocina le alertó de la presencia del intruso y se dirigió a paso lento. Se asomó por el marco de la puerta y pudo ver a un hombre y a una mujer sentados mientras bebían un vaso de whisky. «Ese era mi whisky» pensó el chico, molesto mientras ingresaba a la cocina.

-¡¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí?! -Gritó el chico, armándose de valor para enfrentar a los intrusos. Ambos se voltearon para mirarlo y se pusieron de pie como si nada. Entonces Allen pudo verlos mejor. El hombre tenía el pelo de color rojo, los ojos del mismo color y una barba prominente, vestía una camisa sin mangas dejando ver sus trabajados brazos, un pantalón común y corriente y unas botas negras. La mujer tenía el pelo castaño y lo llevaba atado en una coleta, tenía unos lentes anaranjados y vestía una camisa roja y una falda del mismo color. Ambos le sonreían mientras se acercaban a él.

-Al fin te encontramos, no tienes idea de cuánto tiempo llevamos buscándote -le dijo el hombre con una voz suave y amigable mientras estiraba su mano.

Antes de que Allen pudiese reaccionar, la mujer se le acercó, apartó la mano del hombre y besó la frente del chico con delicadeza. Tras eso, un aura luminosa rodeó el cuerpo del chico, quien, impactado, sentía como su sangre comenzaba a calentarse y los pelos de su cuerpo se erizaban. Sintió como una llama dentro de él se encendía. Sintió que algo dentro de él despertaba. Miró a la mujer con una mezcla de incredulidad, de duda y de terror y ella le devolvió la mirada con una sonrisa tranquilizadora, para luego decirle las palabras que cambiarían su vida:

-Es hora de que despiertes, nuestro Arturo Pendragón.

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora