Capítulo LXXIII

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Lilith movía los hilos que manipulaban los cadáveres de Milo y Thomas con su mano derecha, mientras que con la izquierda bloqueaba los ataques de Nívea con el arma en forma de aguijón en su dedo índice. La demonio reía a carcajadas al ver la desesperación en el rostro de los Caballeros de la Realeza, mientras que Nívea se esforzaba por atacarla, sin mayor éxito.

Frustrada, Nívea se apartó mientras miraba con rabia a Lilith, quien le devolvió una mirada provocadora mientras sonreía.

—Al parecer, eres la inútil del grupo —señaló la demonio mientras volvía a reír a carcajadas. Nívea apretó los dientes y esgrimió más alto su espada. No pretendía dejarse llevar por las provocaciones de la demonio, no caería en su juego.

—¡Nívea, no la escuches!

Aquel grito sobresaltó a la mujer, quien alzó la vista para ver a Lancelot y a Draco mirándole. Ambos, pese a encontrarse con oponentes frente a ellos, se tomaron aquel segundo para gritarle y hacerle reaccionar.

—¡Por algo eres nuestra líder!

Nívea giró su cabeza para mirar a Allen combatiendo contra Milo. Pese a eso, el chico la miraba y le sonreía para darle ánimos. La mujer tragó saliva y sacó una jeringa con sangre negra en ella, inyectándosela mientras miraba desafiante a Lilith.

—Ya verás que tan inútil puedo ser —susurró mientras su armadura se transformaba.

Ahora la armadura de Nívea era más sencilla y liviana, con el abdomen descubierto y con unas alas similares a las de un pavo real en su espalda. Seguía portando su fina espada en la mano izquierda, mientras que en la derecha ahora sostenía un báculo terminado en una esfera de cristal.

Lilith alzó una ceja al ver la transformación de la mujer, sonriendo ampliamente mientras aumentaba ligeramente el tamaño del aguijón en su dedo índice, del cual comenzó a emanar un humo púrpura. Nívea no tuvo que pensarlo dos veces para entenderlo: aquel aguijón estaba envenenado.

—Pagarás por todo lo que has hecho —exclamó Nívea mientras alzaba en dirección a la demonio su espada y su báculo.

—Oh, quiero ver como lo intentas —contestó Lilith en forma provocativa.




En la primera habitación...

«No lo hagas»

Las esferas de energía dorada y azul chocaban mutuamente sin ceder, mientras Khroro y Leviathan chocaban sus armas con todas sus fuerzas. Ambos tenían los pies enterrados en el suelo y habían chocado sus frentes, fulminándose mutuamente con la mirada mientras utilizaban todas sus energías en romper la defensa del contrario.

Khroro sintió vagamente la voz de Valentine en su interior rogándole no utilizar su ataque suicida, ante lo cual el chico dudó y desistió en su idea. Se calmó, por él, por ella y por lo que sabía se venía. Apretó los dientes mientras buscaba otra alternativa para acabar con el demonio Leviathan. Fue entonces cuando la voz del mismo demonio interrumpió sus pensamientos.

—Ha sido una gran pelea, Caballero Khroro —dijo Leviathan mientras el aura a su alrededor comenzaba a aumentar. Khroro no se quiso quedar detrás y también aumentó la intensidad de su poder, llevándose a sí mismo al límite de sus capacidades—. Pero ya es momento de acabar con esto. El siguiente golpe será el decisivo.

Entonces Leviathan retrocedió varios metros, y Khroro le imitó mientras la energía alrededor de ellos emanaba sin parar, como cascadas sin fondo. Khroro sabía que Leviathan tenía razón; ambos ya habían peleado demasiado tiempo, habían gastado todas sus energías y habían sufrido graves heridas durante esa pelea que ya se extendía por más de una hora. Khroro sabía que en el siguiente ataque se definiría el ganador de la batalla; el que iría a la siguiente habitación a ayudar a los Caballeros de la Realeza, o a intentar matarlos. Khroro apretó con fuerza su lanza, sintiendo una enorme presión sobre sus hombros. La tensión comenzaba a pasarle una mala jugada. «No puedo morir aquí, debo seguir adelante» se repetía una y otra vez así mismo a modo de arenga, mientras cerraba sus ojos y comenzaba a liberar el poder de Júpiter. Su cabello se erizó a más no poder, mientras la electricidad a su alrededor se tornaba de colores blancos y negros. Reabrió sus ojos, y entonces Leviathan se topó con los ojos que alguna vez vio en Júpiter, uno de los demonios que ellos mismos habían creado.

—Oh... La creación se revela contra su creador —murmuró mientras apretaba su tridente y expulsaba todo su poder, haciendo temblar la tierra debajo de ellos.

—Acabemos con esto de una buena vez —exclamó Khroro mientras alzaba su lanza, desde la cual expulsó grandes cantidades de rayos eléctricos que destruyeron prácticamente todo lugar.

Leviathan no aguantó más y embistió al caballero con todas sus fuerzas. Khroro sonrió y también embistió con todas las energías que le quedaban. Enormes cantidades de energías que emanaban de ambos contrincantes se veían por todo el lugar, mientras dos esferas, una dorada y la otra azul, chocaban entre sí.

«¡No moriré aquí!» fue el último pensamiento de Khroro mientras se acercaba al demonio Leviathan.

Khroro y Leviathan chocaron sus armas momentáneamente, pero expulsando al mismo tiempo todo el poder que les quedaba. El impulso que se habían dado los hizo pasarse de largo, quedando ambos de pie de espalda al contrario. La energía que ambos desprendían desapareció al mismo tiempo. Ambos contrincantes, humano y demonio, perdieron sus poderes al mismo tiempo. Ambos colocaron sus ojos en blanco al mismo tiempo. Ambos flaquearon al mismo tiempo. Ambos cayeron al suelo de la primera habitación al mismo tiempo. Uno inconsciente, el otro muerto. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora