Capítulo XCIII

432 35 4
                                    

Las esferas de energía que rodeaban a Khroro y a Draco se transformaron en un águila y en un lobo respectivamente. Luzbel, aterrado, retrocedió junto con un confundido Mefistófeles. En cuanto el último grito de los dos caballeros se esfumó, ambos atacaron con todo el poder que habían reunido. Una luz intensa impidió que Allen viese lo que estaba ocurriendo. Aun con lágrimas en los ojos, se vio obligado a cerrarlos debido a la nitidez de la luz que rodeaba a sus compañeros. Sin embargo, no necesitaba ver para conocer el resultado del ataque. El chico se mordió el labio inferior con impotencia mientras sentía los gritos de guerra y de terror de ambos bandos. En cuanto el silencio volvió a reinar en la habitación y la luz dejó de encandilar los ojos de Allen, este los volvió a abrir.

Con mucho dolor y pena, Allen observó los cuerpos de Draco y Khroro completamente congelados y visiblemente trizados. Un simple soplido sería capaz de hacerlos caer y destrozarlos en miles de pedazos. Conmocionado, se dio cuenta que ambos tenían una sonrisa en su rostro y la vista fija en sus rivales, como siempre había sido en vida. Allen se mordió el labio inferior con más fuerza para evitar llorar, pero no se pudo contener. Siguió inspeccionando con la vista empañada y se topó con los cuerpos de Luzbel y Mefistófeles igual de congelados y trizados que los de sus compañeros. El ataque había funcionado. Habían derrotado a los últimos dos demonios a cambio de la vida de dos de sus amigos. Allen no sabía si sentir tristeza o alegría. Se encontraba en un estado de ambivalencia. Estaba feliz por haber terminado aquella guerra, pero profundamente dolido por la pérdida de dos personas importantes para él. Sin embargo, ese estado rápidamente cambió.

-Uff, estuvieron cerca. Poco más y un par de insignificantes humanos hubiesen acabado conmigo.

Los ojos de Allen se abrieron de par en par al oír aquella voz a un costado de él. Con terror, giró lentamente la cabeza hacia su derecha para toparse con lo que temía.

Apoyado en la pared a su lado, de piernas y brazos cruzados, y mirándole con una sonrisa burlesca se encontraba Luzbel. Estaba sano y salvo, sin ninguna rastro de heridas. Entonces Allen desvió la mirada hacia el lugar donde se encontraba el cuerpo que había visto y no encontró nada, solo el de Mefistófeles.

-Deberías recordar que sí tú no mueres, yo tampoco lo haré -le susurró al oído con malicia para luego comenzar a reírse a carcajadas. Descendió al suelo y se acercó a los cuerpos de los dos caballeros. En tanto, Allen solo miraba con impotencia. El sacrificio de Khroro y Draco no había servido de nada. Luzbel seguía vivo.

El demonio colocó sus manos sobre las cabezas de ambos caballeros y, haciendo caso omiso a los gritos de súplica de Allen, los empujó para que se estrellasen contra el suelo. Con un ruido estrepitoso, ambos cuerpos se rompieron en miles de pedazos frente a los ojos de Allen. Quiso gritar, pero un grito de mujer se elevó más fuerte que el suyo. Allen no quería mirar, no quería que sus compañeros siguiesen levantándose para pelear. Quería terminar con aquel sufrimiento rápido.

El grito de mujer hizo que Luzbel se girase con una sonrisa enorme en su rostro, topándose cara a cara con Valentine. La chica lloraba desconsoladamente, pero en su rostro solo se reflejaba la ira.

-¡Esto no te lo perdonaré nunca!

-¿Y qué puede hacer alguien insignificante como tú? -preguntó el demonio en tono de burla, aumentando la ira tanto en Allen como en Valentine.

-¡Puedo ayudar a mis seres queridos a acabarte, basura!

La chica volvió a gritar mientras el aura celeste a su alrededor comenzaba a aumentar de forma desenfrenada, similar a lo que había pasado con Khroro y Draco. Pero Allen sabía que esta vez era distinto. Ya que el poder de Valentine era distinto. La rubia era la única que no tenía poder para pelear, pero sí la única con el poder para curar. Por lo tanto, la técnica prohibida de Valentine tenía un efecto distinto al de los demás. Allen una vez más le gritó a su compañera, implorándole que no hiciera nada. Gritó con desesperación, rogando que no se sacrificase. Ya no quería ver más a sus amigos morir; pero ya era demasiado tarde.

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora