Capítulo XXII

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La irrupción de Venus en la pelea había sido un problema impensado para los Caballeros de la Realeza. Las heridas de los demonios sanaron y recuperaron la energía que habían gastado hasta el momento. Los caballeros en tanto ya sentían el peso de la pelea sobre sus hombros y el cansancio se apoderaba de algunos. Thomas era el que más daño había sufrido y se mantenía en pie a duras penas, a diferencia de su contrincante. Jadeaba notoriamente y su rostro expresaba cansancio. Marte percibió aquello y lo embistió con todas sus fuerzas; Thomas logró reaccionar y se sujetaron de las manos mientras empujaban el uno contra el otro. La tierra alrededor de los dos comenzó a agrietarse levemente y a temblar, mientras ambos utilizaban todas sus fuerzas para derribar al otro. Draco intentó ayudar a su amigo pero Vesta le interrumpió el paso y le lanzó kunais a gran velocidad que lo obligaron a retroceder. Bufó, apretó los dientes y apuntó el cañón en su mano izquierda hacia la demonio. Antes de que pudiese disparar, Vesta ya se había movilizado con su gran velocidad y le lanzaba kunais desde diferentes puntos. Draco esquivó las kunais, lo que le impidió ver el momento en el que Marte lograba vencer en fuerza a Thomas y lo arrojaba contra el suelo, para luego atravesar la armadura del caballero con uno de sus cuernos, clavándolo en su hombro derecho. Thomas lanzó un grito desgarrador mientras el demonio mitad toro sacaba su cuerno cubierto en sangre, dejando un enorme orificio en el lugar donde había clavado su cuerno. La sangre comenzó a brotar de la herida, mientras Thomas perdía lentamente el conocimiento. Draco se volteó hacia su amigo al sentir el grito despavorido y sus ojos se desenfocaron al ver la escena donde Marte, ya triunfador de la pelea, tomaba la sangre en su cuerno con sus garras y las lamía mientras pisaba la cabeza de Thomas. El guerrero pelirrojo lanzó un grito de ira y le disparó al demonio varias balas desde el cañón en su zurda; aquellas balas dieron en uno de los cuernos y en uno de los brazos del demonio, congelándoselos instantáneamente. Marte se sorprendió al ver su brazo y cuerno congelados, y se quedó sin reacción cuando Draco se acercó velozmente y le cortó el brazo con su espada. La extremidad congelada voló por los aires y cayó sobre un montículo de basura, mientras el demonio rugía de dolor y se tomaba el muñón en el que se había convertido su brazo, intentando contener sin éxito la sangre negra que brotaba. Draco se volteó rápidamente y volvió a atacar a Marte, pero Vesta se interpuso en su camino y bloqueó la espada del caballero con dos de sus kunais. Draco retrocedió levemente y volvió a atacar reiteradas veces a la demonio, quien se limitó a defenderse del desenfrenado ataque del pelirrojo. El rostro del caballero estaba desenfocado y se había llenado de ira.

Nívea se percató de lo que estaba sucediendo con Thomas y Draco, y se volvió para ir a socorrerlos, pero Vulcano le cerró los caminos lanzándole rocas envueltas en magma. La líder blandió su espada y levantó grandes pedazos de escombros para bloquear las rocas del demonio. Nívea intentó volver a alejarse pero entonces Ceres levantó un bloque enorme de tierra y le bloqueó el camino. Boric se acercó corriendo y golpeó la muralla de tierra con sus puños y la destruyó, pero Vulcano apareció desde atrás y lo golpeó con su cola en pleno mentón.

La batalla se sucedía en los distintos focos, cuando el oscuro cielo volvió a iluminarse y un rayo oscuro golpeó en el centro de la ciudad. De aquel rayo surgió, imponente, el demonio con forma de águila. Júpiter observó con sus amarillentos ojos el lugar y a los presentes, mientras replegaba sus alas con plumas doradas. La irrupción del demonio había vuelto a detener las peleas entre caballeros y demonios, a excepción de una: Milo y Apolo seguían enfrascados en una intensa batalla.

Apolo le lanzaba reiteradas bolas de fuego a Milo, quien las contenía con su escudo para luego atacarlo con su brazo-espada envuelto en llamas. El demonio contuvo el ataque con su antebrazo derecho y con las garras de su mano izquierda rasguñó la mejilla del caballero. Milo no pudo esquivar por completo el ataque, y la sangre comenzó a brotar de las marcas de garra en su mejilla. El chico envolvió al demonio con su cola-espada para que no se alejase y chocó su frente con la de él. El demonio gruñó y cerró los ojos por el dolor, momento en el que Milo aprovechó para lanzarlo contra el suelo. Apolo se estabilizó a tiempo y volvió a emprender el vuelo contra Milo mientras encendía uno de sus puños en llamas. Milo intensificó el poder de las llamas de su brazo-espada y también embistió contra el demonio. El choque de ambos ataques provocó una enorme explosión, de la cual ambos salieron airosos. Ambos se quedaron flotando en el aire hasta que se disipase el humo de la explosión, dispuestos a volver a embestir. Ninguno de los dos había notado aún la llegada de Júpiter. El demonio mitad águila aclaró su garganta y alzó su voz, dirigiéndose a los demonios.

—Hermanos míos, nuestra misión se ha completado ya.

Acto seguido, Júpiter lanzó un rayo oscuro a cada uno de los demonios. 

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