Capítulo IV

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Cerca de la medianoche llegaron a una casa abandonada a las afueras de la ciudad. Cuando Allen descendió del auto, no pudo evitar ocultar la decepción al ver el estado del lugar. Nívea se paró a su lado y se puso a reír levemente al ver la expresión en el rostro del chico.

—Las apariencias engañan, querido Allen —dijo la mujer y entró en la casa. Draco pasó junto al chico y también le sonrió antes de ingresas tras la líder. Allen pestañeó un par de veces y los siguió.

Una vez adentro, Nívea y Draco guiaron al chico por unas escaleras que llevaban al subterráneo. Allí se encontraron con una sala blanca y pequeña, con una puerta al fondo y un par de asientos. Allen aún no sabía a donde lo llevaban pero siguió al dúo a través de la siguiente puerta. La luz lo encandiló unos segundos tras atravesar la puerta, pero cuando logró ver bien el lugar en el que se encontraba, no pudo evitar esbozar una enorme sonrisa. Una sala enorme, con un mesón circular al centro junto con doce asientos. En las paredes pudo ver recuadros de lo que dedujo eran los doce caballeros de la leyenda. Detrás de la mesa redonda pudo ver doce puertas y una enorme pantalla sobre ellas. Allen estaba maravillado con el lugar. Nívea tosió para llamar su atención y le señaló el enorme mesón circular. No lo había notado, pero allí se encontraban sentadas tres personas, las cuales se pusieron en pie y se dirigieron hacia Allen.

—Contigo ya somos seis Caballeros de la Realeza reunidos —le dijo la mujer mientras se apartaba para dejar el paso a los personajes que se acercaban a Allen.

—Así que tú eres nuestro Arturo Pendragón —dijo el primero en llegar. Un hombre de unos 30 años, de estatura media y muy robusto. Casi destrozó la mano de Allen cuando la estrechó pero el chico evitó hacer alguna mueca. Vestía una camisa apretada que resaltaba sus músculos y llevaba dos aretes en sus orejas—. Un gusto, mi nombre es Thomas y represento al caballero Perceval.

—Nuestra muralla inexpugnable —Draco se acercó y saludó al musculoso con afectuosidad.

—¿Volveremos a pelear para probar quien es el más fuerte? —Thomas lo rodeó con un brazo por sobre el cuello y juntos se encaminaron a la mesa. El siguiente en presentarse fue un hombre unos dos años mayor que Allen, de cabello negro con varios mechones azul oscuro. Era alto y delgado y le faltaba el brazo derecho, por lo que para Allen fue extraño saludarlo con la mano izquierda.

—Mi nombre es Milo, espero que nos llevemos bien —saludó con cordialidad. Al ver que Allen se fijaba en su falta de brazo derecho, se ruborizó y se apresuró a agregar—. Sé que es extraño que un caballero no tenga brazo pero ya verás cómo lo compenso. Por cierto, desciendo del caballero Pellinore.

Allen asintió y cuando Milo se alejó para volver a la mesa, pudo ver a la chica que faltaba por presentarse. Era una mujer más joven que Allen, con el cabello de color rosado y ojos rojos que impresionaron de inmediato al chico. Llevaba puesto un largo vestido verde y pudo notar un tatuaje de una estrella en uno de sus hombros. Sus facciones eran tan hermosas que el chico no puedo evitar mirarla con la boca entreabierta.

—¿Tierra a Allen? —dijo la chica mientras reía y pasaba su mano frente a los ojos del chico. Allen reaccionó y se disculpó torpemente a balbuceos que hicieron reír aún más a la chica. El chico quedó embobado con ella pero entonces recordó a Minerva y se obligó a comportarse.

—L-lo siento... Estaba... estaba pensando en otra cosa —se excusó mintiendo el chico, riendo nerviosamente—. ¿Cómo te llamas?

—Afrodita —se presentó la chica aun riendo, dándole un beso en la mejilla que sonrojó aún más al chico—. Desciendo de Gawain, por si te interesa.

La chica volvió a la mesa y Allen se quedó mirándola hasta que volvió en sí, dirigiéndose a la mesa junto al resto de los caballeros. Se sentó en el centro frente a Nívea y dio un vistazo rápido a los cinco caballeros allí presente. Se emocionó mucho más al imaginarse combatiendo a la par con ellos. Nívea aclaró su garganta, devolviendo al chico a la realidad, y comenzó con la conversación.

—Como ya saben, encontramos por fin al miembro faltante de los Caballeros de la Realeza —hizo una pausa para mirar a Allen, sonriéndole para luego continuar—. Ahora falta que los otros seis lleguen al cuartel, pero sabemos que es muy probable que uno de ellos no llegue aunque lo forcemos...

—Maldito Lancelot... —murmuró Draco, golpeando la mesa con su puño. Thomas y Milo asintieron aprobando las palabras del pelirrojo y Nívea dio un suspiro.

—Para aclararte, Allen, Lancelot es uno de los miembros de los Caballeros de la Realeza y es obvio de quien desciende: del mismo Lancelot, el más fuerte y confiable de los compañeros de Pendragón —le explicó la líder mientras lo miraba—. Nosotros lo apodamos "El Caballero Ermitaño" porque no suele aparecerse a nuestro llamado. Hemos ido a buscarlo muchas veces y siempre cambia su ubicación para que no lo encontremos.

—¿Cómo sabemos que el vendrá a ayudarnos entonces? —interrumpió el chico, observando a sus compañeros.

—Vendrá —aseguró Nívea con una sonrisa—. Es quien tiene el sentido de la justicia más fuerte de todos nosotros. Cuando el momento llegue, aparecerá para pelear junto a nosotros.

—¿Qué pasa con los demás? —preguntó Milo.

—Mi hermano viene en camino, debería llegar en seis días más —respondió Afrodita, jugueteando con uno de sus cabellos.

—El resto también viene en camino —agregó Thomas—. Dentro de una semana deberíamos estar los once o doce si Lancelot decide aparecer.

—Entonces tenemos una semana para seguir preparándonos —La líder sonrió con satisfacción y se puso en pie, señalando con su índice a Allen—. Tú, tenemos mucho que trabajar. Te mostraré tu habitación y mañana a primera hora comenzaremos con el entrenamiento.

Allen asintió con entusiasmo y siguió a la líder a través de una de las 12 puertas que se encontraban detrás de la mesa. El resto de los caballeros se levantaron y se dirigieron a sus respectivas habitaciones, no sin antes de despedirse del chico. Cuando Afrodita se despidió de Allen, el chico no pudo evitar notar que su habitación estaba al lado de la suya.

—No te distraigas —le susurró Nívea al oído con picardía, haciendo ruborizar al azabache.

Una vez en su habitación, un amplio cuarto, dejó su bolso a los pies de la cama y se estiró en ella, cayendo derrotado por el sueño y cansancio. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora