Capítulo L

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Hace mucho tiempo...

Minerva abría el portal hacia el Inframundo y lo cruzaba, seguida por doce caballeros portando sus armaduras. La mujer iba tomada de la mano con uno de esos caballeros. Ese caballero tenía el cabello corto y de color negro, mientras sus ojos eran de color negro el derecho y blanco el izquierdo, además de tener una frondosa barba oscura. En su espalda cargaba una enorme espada de color negro, con el mango de color blanco. La pareja recibía constantes bromas por parte de los demás caballeros, quienes, pese a encontrarse en el Infierno, no perdían su habitual sentido del humor. Minerva los guio por el camino hacia un inmenso palacio negro. El palacio tenía un aspecto gótico, con doce estatuas de demonios en el frontis. Los once demonios salieron del palacio y se abalanzaron sobre Minerva, a quien consideraban una traidora por haber ayudado a los humanos a llegar a aquel lugar. Los doce caballeros se colocaron frente a la demonio y la defendieron, comenzando así una intensa batalla.

Fue un enfrentamiento parejo, ninguno de los dos bandos logró sacar ventajas. Eran fuerzas parejas y ninguno sufrió caídas. Minerva, para sorpresa de todos, luchó en favor de los Caballeros de la Mesa Redonda. Este hecho desniveló la batalla en favor de los humanos, quienes lograron someter a los demonios.

—El amor entre demonios y humanos está prohibido. Jamás creí que nos traicionarías de esa forma, Minerva —decía un irritado Júpiter mientras lo aprisionaban entre dos de los caballeros.

—Tú no quisiste entender nunca qué demonios y humanos si pueden convivir juntos —Le decía a su vez Minerva, mientras entrelazaba su mano con la del caballero Lancelot. En ese momento, Júpiter desató todo su poder y libró el solo una batalla contra los doce caballeros.

Pendragón, el caballero más fuerte y líder, llegó a la conclusión de que solo sellando a los demonios acabarían con la guerra. Pero aquella maniobra traería una consecuencia para todos: la muerte. Ninguno de los demás caballeros se opuso a la idea y todos se juntaron en un círculo. A Lancelot y Minerva no les quedó otra alternativa que separarse; uno moriría y la otra sería sellada para toda la vida. Los Caballeros de la Mesa Redonda utilizaron toda su energía vital para sellar a los doce demonios en una esfera de luz.

—Me las pagaras Minerva —Le dijo con ira Júpiter, momentos antes de ser sellado por el poder de los demonios—. Y ustedes también, Caballeros. Este sello no durará por siempre y cuando se rompa, los aniquilaré a todos.

—Estoy seguro de que la siguiente generación de Caballeros sabrá eliminarte para siempre —Fue la respuesta de Pendragón, con una enorme sonrisa en su rostro, mientras los caballeros sacrificaban toda su energía vital para sellar a los demonios.

Momentos después del despertar de los demonios...

Júpiter y Juno conversaban mientras observaban al resto de los demonios, aun sellados. Ambos demonios se detuvieron frente a una de las demonios; aquella con el símbolo de Lancelot sellándola.

—Tenemos que hacer algo con esta traidora cuando despierte —decía Júpiter.

—Yo le borraré la memoria —aseguraba Juno, provocando una sonrisa en el demonio mitad águila.

—Perfecto, así podremos utilizarla para vigilar a los Caballeros. Con eso zanjamos uno de nuestros problemas: la traidora. Ahora, para los caballeros... Necesito más poder, Juno —reconocía el demonio mientras se volteaba a verla. Había un rastro tenebroso en el rostro de Júpiter y Juno pudo notarlo. No era el Júpiter que había conocido miles de años antes—. Para ello tengo una excelente idea: Me convertiré en el Pendragón de los Demonios del Apocalipsis.

—¿Cómo lograrás eso? —preguntaba intrigada la demonio.

—Utilizaré la sangre del heredero de Pendragón. Con ella, me convertiré en el nexo entre todos nosotros y podré almacenar en mí la fuerza de los doce demonios.

Una presencia más oscura se situó detrás de Júpiter. Fue algo momentáneo, pero no pasó desapercibido para Juno. En ese momento, Júpiter puso en marcha su plan para vengarse de los Caballeros de la Realeza y de Minerva.

De regreso al presente...

Lancelot y Allen se abalanzaron velozmente contra Júpiter, mientras este los miraba con una sonrisa maliciosa en su rostro. Ambos caballeros se habían dejado llevar por la ira que sentían, la cual se reflejaba en sus expresiones desenfocadas mientras avanzaban hacia el demonio. Lancelot envolvió su espada en una intensa aura negra, mientras que Allen envolvió a Gram en la fusión de sus llamas escarlatas y amarillas. Ninguno se guardó nada; atacaron con todas sus fuerzas. Una enorme explosión se desató en el momento en que hicieron contacto con Júpiter, viéndose envueltos en una enorme capa de humo. Cuando este humo se disipó, ambos vieron horrorizados como Júpiter había detenido ambas espadas solo con la palma de sus manos, las cuales había envuelto en electricidad. En cosa de segundos, esparció su electricidad por las espadas de ambos caballeros, hasta electrocutar con gran intensidad a los dos. Lanzó lejos a los dos caballeros, para luego arrojarse velozmente contra Lancelot, a quien azotó contra el suelo para luego lanzarle uno de sus potentes rayos. Repitió la misma secuencia con Allen, dejando a ambos caballeros gravemente heridos y sin sus armaduras. Júpiter se arrodilló ante Allen y lamió la sangre que caía por una de las heridas del chico, para luego susurrarle al oído.

—Fuiste de gran utilidad, heredero de Pendragón. Gracias a ti, estoy completo.

Júpiter se elevó en el cielo mientras reía a carcajadas. En cosa de segundos, había derrotado a Lancelot y a Allen, y ahora contaba con la habilidad para ser el nexo entre todos los demonios. Sacó un frasco que contenía una gran cantidad de sangre negra, correspondiente a los otros once demonios, y la bebió hasta saciarse. Con eso, su plan se había completado.

—Hora de acabar lo que empezamos hace miles de años...

Acto seguido, Júpiter creó un portal hacia el mundo humano y lo cruzó.

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora