Capítulo XCV

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Afrodita y Nívea ahogaron un grito de terror al ver la escena, mientras Hiro gritaba el nombre de Allen y daba un paso. La confusión y el horror se mezclaban en el rostro de los tres caballeros, ninguno esperaba ver a Allen enterrándose a sí mismo su espada. Intentaron acercarse, pero entonces la intensidad de las llamas de color negro aumentó, impidiéndoles el paso. Dentro de aquel aro de fuego solo había espacio para padre e hijo.

— ¿Qué crees que estás haciendo?

La voz de Luzbel se propagó por el salón y acalló las voces de los caballeros que se encontraban espantados afuera del aro de fuego. Por lo que los caballeros pudieron notar, Luzbel se encontraba igual de sorprendido y descolocado. Había retrocedido un paso inconscientemente y se aferraba con más fuerza a sus espadas, dispuesto a atacar en cualquier segundo. Allen en tanto no despegó la vista de Luzbel mientras la sangre comenzaba a desparramarse debajo de él. Fue entonces cuando tanto Luzbel como los caballeros se dieron cuenta de que la sangre que caía de la herida del chico era de color negra. La sangre de un demonio.

Allen seguía en pie pese a la herida mortal que él mismo se había provocado, y entonces Luzbel vio como una sonrisa triunfal se dibujaba en el rostro de su hijo. El chico retiró lentamente a Gram, con la hoja completamente negra por la sangre, y apuntó nuevamente a Luzbel con esta.

—Para que tú mueras, primero tenía que morir yo —murmuró el chico, aun con aquella sonrisa en su rostro. Allen disfrutó el desconcierto y el terror aflorando en el rostro de su padre, ya que esa reacción significaba que su suposición era correcta.

—Pequeño bastardo... ¿Acaso descubriste que...? —Luzbel se interrumpió y apretó con fuerza su mandíbula mientras el aura negra a su alrededor comenzaba a crecer de manera irregular. La ira estaba apoderándose de Luzbel, haciendo que perdiese la calma y que sus emociones se desbordasen. Allen lo había puesto en aprietos con aquella acción.

—Así es, Luzbel —Allen miró a su padre con decisión, mientras los demás caballeros escuchaban atentos la conversación entre los dos—. Para derrotarte, tenía que asesinar la parte demonio que se encontraba dentro de mí.

—Hacer eso reducirá tu tiempo de vida a la mitad, ¿Lo sabes? —Luzbel estaba desesperado, pero logró serenarse antes de que su poder se liberase desenfrenadamente.

—Sí, lo sé. Pero es mejor que dejarte con vida.

La revelación hizo que Afrodita, Nívea y Hiro intercambiasen miradas de asombro y de terror al mismo tiempo. Una vez más, los tres intentaron ingresar dentro del aro de fuego negro para detener a Allen, pero las llamas se volvieron a intensificar para negarles el paso. Los tres retrocedieron, mientras Allen volteaba la cabeza para mirarlos con una sonrisa acogedora.

—¡Allen, no puedes entregar la mitad de tu vida para derrotarlo! —gritó Afrodita con desesperación mientras las lágrimas poco a poco se amontonaban en sus ojos. Antes de que Hiro y Nívea pudiesen dirigirse al azabache, este levantó su mano para detenerlos.

—Gracias por su preocupación, pero esta es la única manera de acabar con todo esto. Creo que es un precio justo a pagar —comentó el chico mientras se reía y les seguía sonriendo con calidez. Con esa mirada y con esa sonrisa, Allen quiso entregarles seguridad y darles a entender que no había vuelta atrás, que ese era el único camino y que debían confiar en él. Así lo entendieron, a pesar de estar en contra, sus compañeros. Allen bajó su mano y volvió a dirigir su atención hacia Luzbel.

El demonio inclinó su cabeza, ocultando su rostro con su cabello, y comenzó a reír mientras llevaba su mano demoniaca a su cara. Allen levantó sus cejas con sorpresa al ver como Luzbel comenzaba a reírse como un maniaco.

—Aun cuando hayas descubierto la manera de hacerme mortal, sigues siendo un tonto humano sin el poder para compararse a un emperador... No... ¡A un Dios como yo! —Luzbel se volvió a incorporar, dejando aún que su mano demoniaca ocultase su rostro. Entre dos de sus garras, Allen pudo ver los ojos desenfocados y llenos de ira de su padre.

—Lo siento, padre, pero tengo que matarte aquí y ahora. Puede que seas un Dios... Tal vez el Dios más poderoso que existe, pero cometiste el error de dejarme con vida. Yo, un simple humano, reescribiré la historia y te mataré, demonio arrogante.

Mientras Allen pronunciaba aquellas palabras, sus ojos se tornaron de color escarlata y su cabello azabache comenzó a erizarse lentamente. Los caballeros tras el aro de fuego pudieron ver entonces, como un aura comenzaba a envolver a Allen. Era un aura que combinaba todos los colores, similar a la apariencia de un arco iris. Pasados unos segundos, un destello final disolvió el aura que rodeaba a Allen, cegando a los demás y dando paso a la nueva transformación del chico.

Allen portaba ahora una armadura completamente de color escarlata, salvo por el grabado con forma de sol de color naranja que se presentaba en el centro de su pecho. En sus manos sostenía a Gram y a Aegis, ambas de un pulcro color blanco. Gram se mantenía con la misma forma, sin embargo, Aegis había cambiado: ahora dos enormes lanzas emergían desde los costados del escudo, transformándolo en un arma de ataque y defensa al mismo tiempo. En la espalda de Allen aparecieron doce alas, seis a cada lado, con forma celestial. El cabello de Allen se había vuelto de color rojo y se había erizado por completo, a excepción de dos mechones que caían sobre los ojos del chico, un mechón de color negro y otro de color blanco. Un aura arco iris rodeaba toda la silueta del chico, mientras este miraba hacia el frente con determinación.

Luzbel tenía la boca ligeramente entre abierta cuando vio el cambio de Allen, mientras que Afrodita, Nívea y Hiro albergaron, por primera vez, una inesperada esperanza de acabar con el demonio. Allen no solo se veía imponente con aquella nueva apariencia, sino que además emanaba un poder que nunca antes habían sentido. Y el chico rápidamente les hizo saber que no era todo su límite.

—Te haré pagar por cada una de las muertes y por toda la destrucción que has provocado, Luzbel.

En cuanto Allen terminó de pronunciar esas palabras, el suelo debajo de sus pies comenzó a temblar con fuerza. El chico comenzó a liberar todo su poder mientras miraba a Luzbel con el ceño fruncido. Pronto, tanto el demonio como los caballeros comenzaron a sentir un sofocante calor que, supusieron todos, provenía desde el cuerpo de Allen. Luzbel apretó su mandíbula y enseñó sus colmillos, y decidió liberar todo su poder igual que Allen. El aura negra a su alrededor se desbordó y el suelo bajo los pies de ambos pronto comenzó a llenarse de grietas.

—Lo peor que pude hacer fue dejar a mi hijo con vida —susurró Luzbel con frialdad mientras las energías de ambos chocaban y la pelea daba inicio.

El demonio embistió a Allen colocando sus espadas de manera horizontal, pero el chico había reaccionado segundos antes, anticipándose al movimiento de Luzbel, y había hecho que las llamas negras que los rodeaban se dirigiesen todas en dirección del demonio para quemarlo. Luzbel se vio envuelto en un aro de llamas negras pero este miró a Allen y sonrió en forma burlesca.

—No creas que un par de llamitas van a derrotarme, esto no es nada —comentó mientras se envolvía a sí mismo en su propia aura para evitar que las llamas que lo rodeaban se acercasen a su piel. Sin embargo, Luzbel vio como Allen no se veía sorprendido, en cambio, volvía a sonreír.

—Te equivocas si crees que lo único que puedo hacer es utilizar "llamitas".

Antes de que Luzbel lograse entender las palabras de Allen, el chico había soltado una pequeña exhalación acompañada de un apenas perceptible vaho. Fue entonces cuando de golpe, el suelo de toda la habitación, los pies de los tres caballeros que observaban la pelea, las llamas que rodeaban a Luzbel y el cuerpo completo del demonio se congelaron. Hiro, Nívea y Afrodita dejaron de sentir aquel sofocante calor y comenzaron a sentir de repente un terrible frío, también proveniente de Allen.

El chico observó el rostro congelado de su padre lleno de sorpresa, pero tal como esperaba, este rápidamente rompió el hielo que lo aprisionaba y retrocedió. Jadeaba intensamente y miraba a Allen con una desatada ira, pero a la vez, tratando de comprender qué había hecho su hijo. En tanto, el chico sonrió aún más amplio y exclamó:

—Sucumbirás ante el poder de los Caballeros de la Realeza, Luzbel. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora