Capítulo XXVI

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Allen y Milo aparecieron en la cima de uno de los cerros de Santiago, lugar donde aguardaron a que amaneciera. A penas amaneció, descendieron y se hicieron presente en la ciudad. Ambos estaban tensos, pero intentaban disimular lo mayor posible mientras caminaban por las calles de la ciudad, con tal de no llamar la atención. Caminaron durante un rato y luego entraron a un café donde desayunaron. Estuvieron ahí una hora y luego continuaron caminando por la ciudad, en busca de alguna señal de los demonios. Cerca del mediodía, el grito de una pequeña niña alertó a todo el mundo, no solo a los caballeros.

—¡Que grande está el sol hoy!

El murmullo se fue extendiendo y todos alzaron la vista hacia el cielo, puesto que todos conocían del fenómeno del eclipse y era imposible que el solo como tal se hiciera presente. Allen y Milo fueron los más horrorizados al ver lo que realmente estaba sucediendo. No era el sol, era una enorme bola de fuego que se acrecentaba a medida que se acercaba a la superficie. Y caía a una velocidad que hacía presagiar que les quedaba poco tiempo para escapar. El caos se desató en la ciudad y todos corrieron despavoridos, buscando alejarse de aquella bola de fuego que en cualquier momento caería sobre el centro de la ciudad. Allen y Milo intentaron abrirse camino a través de la multitud, para intentar acercarse a la gran bola de fuego que lentamente comenzaba a quemar y destrozar las azoteas de los edificios más altos. Los gritos de terror comenzaron a inundar el ambiente, mientras los dos caballeros corrían a toda velocidad hacía el centro. De repente, Milo sujetó del brazo a Allen y detuvo su carrera.

—¡Ya es demasiado tarde, no podemos hacer nada! —Le gritó lo más fuerte que pudo para hacerse escuchar por sobre el griterío de la gente. Allen no le hizo caso, no iba a dejar que más gente muriese, y siguió adelante. No había dado más de dos pasos, cuando recibió un golpe en la nuca que lo hizo caer al suelo inconsciente. Lo último que alcanzó a ver antes de perder por completo el conocimiento fue a Milo tomándolo en brazos, mientras la gran bola de fuego se acercaba hacia ellos, destruyendo todo a su paso.

Allen abrió lentamente sus ojos y sintió un pinchazo de dolor en su cabeza. Se llevó una mano a la cabeza y se la frotó levemente. Entonces recordó todo lo que había pasado y se puso de pie de inmediato. La silueta de la espalda de Milo apareció ante él. Allen se acercó, lo volteó y lo tomó del cuello de su camisa mientras lo miraba enfadado.

—¡¿Por qué hiciste eso?! —le gritó el chico. Milo lo miraba sin inmutarse y entonces el chico se dio cuenta de todo sin necesidad de una respuesta. Soltó al caballero y bajó la vista al suelo.

—Si no te detenía, habrías muerto. No hubiésemos llegado a tiempo para detener el impacto. Lo siento, pero era la vida de esas personas o la nuestra —Le contestó, volteándose nuevamente y dándole la espalda a Allen. El azabache tragó saliva y se paró junto a Milo, viendo con terror lo que le había ocurrido a la ciudad. Donde antes había edificios, locales y casas, ahora solo había un enorme terreno de tierra, polvo y unos cuantos escombros, el resto había desaparecido. Allen vio aterrado como, en ciertos lugares, habían desparramados cuerpos completamente calcinados y ya sin vida. No había un solo rastro de vida en lo que antes había sido el centro de la ciudad de Santiago.

—No lo puedo creer... —murmuró el chico, apretando sus puños y dientes con ira. Una vez más no había podido hacer nada. No había logrado salvar a nadie.

—El ataque fue fulminante —Milo se agachó y tomó un trozo de cemento, el cual se deshizo en la palma de la mano del caballero. Este suspiró y volvió a alzar su vista hacia el desolador paisaje ante ellos—. Escapamos de esta por poco.

—¡Así que las basuras lograron escapar de mi ataque!

Tanto Milo como Allen reconocieron la voz y alzaron la vista al cielo buscándolo. La luna cubría ya la mitad del sol, pero lograron vislumbrar a lo lejos una silueta flotando en el cielo, justo en el centro de la circunferencia. El demonio mitad león había desplegado sus enormes alas de fuego y había alzado su mano, de la cual comenzaba formarse una bola de fuego. Allen dio un paso hacia adelante, desafiante, pero Milo extendió su brazo delante del chico, deteniéndolo. Allen nunca había visto tanta decisión en la mirada de una persona, como la que se reflejaba en los ojos del chico de mechones azules.

—Allen, no interfieras... —Milo no perdió tiempo y materializó su armadura, alzando el vuelo hacia el demonio. Allen tragó saliva y se quedó en su lugar, observando como su maestro volaba para enfrentarse al demonio.

Apolo observó cómo Milo se acercaba y dibujó una sonrisa maliciosa en su rostro; luego relamió sus labios y colmillos.

—Ya tenía hambre...

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora