Capítulo XIV

890 69 3
                                    


Tras pronunciar esas palabras, el ojo derecho de Lancelot volvió a ser de color negro y la sombra desapareció, volviendo a su lugar. Minerva, sorprendida y aterrada, bajó la vista hacia el lugar donde le había clavado la espada. No encontró ninguna marca en el centro de su pecho. Las piernas le temblaban a la demonio, quien cayó de rodillas mientras juntaba sus manos en el medio de sus pechos. Lancelot la observó y suspiró, haciendo desaparecer su armadura para envolverse en una capa negra. La luna brillaba en lo alto del cielo cuando el caballero se volteó y comenzó a caminar en la dirección contraria. Minerva se sobresaltó y se colocó rápidamente en pie.

—¡¿A dónde vas?! —le gritó. Lancelot se detuvo y giró su cabeza para mirarla por sobre el hombro con su ojo derecho.

—Pronto lo sabrás. Ahora camina, será un largo recorrido.

—¿Qué? ¡La pelea no ha terminado, no huyas! —gritó mientras se ponía en posición de pelea. Lancelot sonrió levemente.

—La pelea ya terminó. Como te dije, tu sombra ahora es mía, así que si no quieres morir, muévete.

—No voy a seguirte, bastardo.

—No es una pregunta, es una orden —sentenció el caballero y volvió a retomar su camino. Minerva titubeó pero se encaminó junto a Lancelot. En su mente rondaban las palabras del caballero "tú sombra ahora es mía". «Nadie tomaría las acciones que tomó Lancelot si no estuviera tan seguro de una victoria» pensó mientras observaba la espalda de Lancelot alejarse. Se sentía en desventaja así que siguió al caballero, en un intento por mantenerse con vida y como una opción de tener al caballero vigilado. Ambos desaparecieron en la oscuridad de la noche sin dejar rastro. Por un largo tiempo, nadie sabría del paradero del caballero y la demonio.

***

Allen, Afrodita, Milo y Valentine llegaron a Zúrich, Suiza, al día siguiente de la desaparición de Craneus. Se dividieron en dos grupos, uno para buscar información del paradero del caballero, mientras que el otro grupo buscaba un lugar en el cual hospedarse. Para sorpresa de Allen, Milo lo pidió como compañero para buscar refugio, mientras Afrodita y Valentine buscaban a Craneus.

—¿No será peligroso dejarlas solas? Sobre todo por el estado de Afrodita... —preguntó el chico mientras ambos caminaban por las calles de la ciudad. Había pasado un tiempo desde que Allen caminó entre la multitud y se sentía intranquilo, eso sumado a la preocupación por la pelirosa. Miraba constantemente a las personas que se cruzaban con ellos, como si en cualquier momento uno de ellos se transformaría en un demonio. Recordó a Minerva y no pudo evitar entristecerse una vez más.

—Ellas también son Caballeros de la Realeza, son fuertes. Mejor relájate o si no llamarás la atención —le respondió Milo mientras miraba a través de los vidrios de las tiendas, como cualquier turista lo hacía. Allen se sorprendió de la naturalidad con la que se comportaba Milo, como si nada estuviese pasando. Trató de imitarlo sin mayor éxito. Doblaron un par de esquinas en silencio, hasta que Milo continuó hablando—. Además, tú ya tienes algo de lo que preocuparte Allen.

—¿A qué te refieres? —Allen no comprendía a que se refería el chico de mechones azulinos. Milo se acercó un poco más para evitar ser oídos por el resto de las personas.

—Aun no dominas tu poder. Los demonios ya se han puesto en acción, así que es necesario que logres dominar tu poder lo antes posible.

—Sí, pero sigo sin entender cómo. Lancelot me dio luces pero sigo confundido —reclamó el chico, bajando también el tono de su voz. Milo solamente asintió y siguieron su camino. Después de un rato caminando, encontraron un hotel donde podían quedarse. Arrendaron dos habitaciones y subieron sus pertenencias. Milo se encargó de mandarles mensajes a los teléfonos de las chicas para avisarles de la ubicación del hotel. Cuando terminaron de ocupar la habitación, Milo se acercó a una ventana y observó a través de ella mientras le hablaba a Allen.

—La verdad es que pedí venir con ustedes para poder ayudarte.

— ¿Cómo podrás ayudarme? —Allen se sentó en el borde de su cama para escuchar atentamente al chico.

—No me preguntes la razón, pero hay una particularidad entre los Caballeros de la Realeza y es que dos de sus integrantes pueden dominar el elemento fuego. Tú eres uno, yo soy el otro —En ese momento, del hombro derecho de Milo salieron llamas amarillas que tomaron la forma del brazo que le faltaba al chico. Allen lo miró asombrado y sonrió ampliamente—. Ya entrenaste tú cuerpo con Nívea y por los resultados, ya eres capaz de soportar la carga de tú poder. Ahora nos enfocaremos en que puedas expulsar y dominar ese poder a tu antojo.

Ambos caballeros abandonaron la habitación y se dirigieron a la azotea del edificio; lugar donde tendrían mayor privacidad y libertad de acción. Se pararon frente a frente y Milo mordió el dedo índice de su mano izquierda para transformarse. Allen quedó maravillado con la transformación del caballero: Su armadura era blanca con hombreras amarillas y bordados alrededor del mismo color, de atrás apareció una cola metálica naranja con forma de filo de espada y de su espalda salieron dos alas rojas. Su brazo derecho se había transformado en una espada similar a la que salía de su cola y su brazo izquierdo era un escudo ovalado. Las llamas amarillas rodeaban su cola-espada y su brazo-espada con gran intensidad.

—Esta es mi armadura. Como vez, te dije que la falta de brazo no era un problema para ser un Caballero de la Realeza —dijo Milo con orgullo mientras sonreía y hacia desaparecer su armadura. Allen asintió con la cabeza y bajó su vista hacia sus manos—. Intentaremos algo básico, trata de envolver tus puños en llamas. Tienes que visualizarlo y sentirlo como la primera vez.

El chico asintió nuevamente y cerró sus ojos, concentrándose. Primero respiró hasta tranquilizar. Luego visualizó en su mente las imágenes de la pelea contra Apolo y se concentró en el ardor de la llama en su interior. Sintió como el poder de esa llama volvía a tomarse cada parte de su cuerpo. Sintió como su cabello se erizaba lentamente y cuando abrió los ojos, pudo ver con satisfacción que sus puños estaban envueltos en aquellas llamas escarlatas que había visto anteriormente. Milo lo aplaudió y lo felicitó. Allen alzó su vista y sonrió ampliamente; había sido un gran avance para él.

—Es hora de dar el siguiente paso, Allen —le dijo Milo, sacándolo de sus pensamientos.

— ¿Cuál es el siguiente paso?

—Materializar tu propia armadura.

Allen apretó sus puños emocionado. Comenzó así un arduo entrenamiento en compañía de Milo; aunque ambos caballeros no sabían que pronto serían interrumpidos por dos mensajes que los intranquilizarían.

En aquel momento, en el Infierno, Júpiter convocaba una reunión de emergencia en el palacio del Área Oscura. Sentados alrededor de un enorme mesón, los demonios escuchaban atentos el relato de Mercurio. Júpiter tenía sus manos apoyadas en su mentón y tenía la mirada fija en el hombre de cabello anaranjado que habían atado en lo alto del techo, al medio del mesón. Tras terminar el relato de Mercurio, los demonios se enfrascaron en una discusión sobre que debían hacer con respecto a Minerva. Apolo era quien discutía de manera más aireada. Tras varios minutos, Júpiter hizo un gesto pidiendo silencio y la discusión se terminó. Los demonios miraron expectante al águila, quien se había puesto de pie sin despegar su vista de Craneus.

—Hemos obtenido una gran victoria al capturar a este caballero. Pero como precio de ello hemos perdido a una hermana —Los ojos de Júpiter se llenaron de lágrimas y se tomó unos segundos antes de continuar—. El sacrificio de Minerva no será en vano, esos malditos humanos nos la van a pagar.

— ¿Nos vamos a vengar? —preguntó Apolo en un susurro malicioso, enseñando sus colmillos con furia. Júpiter se secó las lágrimas de los ojos y observó a sus hermanos demonios.

—Sí, vamos a iniciar la invasión al mundo humano.

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora