Capítulo LVI

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Los doce Demonios del Apocalipsis no dijeron nada, ni mostraron algún gesto en su rostro. Los caballeros no entendían lo que estaba ocurriendo, supuestamente ya los habían derrotado a todos, pero antes de que los guerreros pudiesen hacer algo, la imagen de los demonios desapareció y las doce luces se fusionaron en una sola, que tomó una tonalidad negra. En aquel instante, los Caballeros de la Realeza sintieron una enorme presión sobre sus hombros, mientras la tierra bajo sus pies temblaba con mayor intensidad.

—¡¿Qué diablos está ocurriendo?! —preguntó Khroro, elevando su voz mientras miraba a sus compañeros, igual de confundidos que él. Intercambiaron miradas, pero ninguno tenía la certeza de lo que estaba ocurriendo. La respuesta no tardó en llegar.

La luz oscura se expandió para luego retraerse y desaparecer, dando lugar a un ser que ninguno conocía, pero cuyo poder podían sentir presionando sobre los hombros de cada uno. Aquel ser descendió del cielo, hasta mantenerse flotando sobre la superficie, apenas rozando la tierra. Era un demonio con figura humanoide entera de negro, con la cabeza de un perro. El iris de sus ojos era de color negro y la pupila era de un intenso color rojo. Sus enormes fauces dejaban ver dos hileras de grandes colmillos dorados. Sus hombros tenían la forma de cabezas caninas, con hileras de colmillos similares a los de su hocico. Sus alargados brazos terminaban en cuatro enormes garras blancas, mientras que sus piernas terminaban en dos filosas garras. De su espalda se desplegaban cuatro alas demoniacas de color rojo, con los bordes negros, mientras que se podía visualizar una larga cola esquelética terminada en punta. Una densa bruma violeta rodeaba el cuerpo entero de aquel ser. El nuevo demonio los miraba uno por uno, mientras flotaba a centímetros del suelo y relamía lentamente sus filosos colmillos dorados. Los caballeros se habían paralizado ante la aparición de aquel ser, del cual solo podían sentir una enorme energía oscura. El primero en salir de aquel estado fue Lancelot, quien blandiendo su espada avanzó hacia el canino demonio.

—¡¿Quién eres tú y que haces aquí?! —preguntó mientras apretaba la empuñadura de su espada. Lancelot tuvo un mal presentimiento cuando los ojos rojos del demonio se cruzaron con los suyos.

—Yo soy el Gobernador del Inframundo —contestó con una voz grave y tétrica, mientras estiraba sus brazos. Hizo una pausa para luego continuar—: Soy Plutón, el demonio definitivo.

—¿Plutón...? ¡¿Qué quieres decir con eso de demonio definitivo?! —preguntó Draco mientras daba un paso hacia adelante. Los demás lo imitaron, pero entonces Plutón abrió grande sus ojos y una onda expansiva los detuvo a todos de golpe.

—Solo cuando los Demonios del Apocalipsis fuesen aniquilados, yo podría despertar —explicó aun sin moverse de su lugar. Plutón hablaba pausado pero con un rastro de sadismo en su tono—. Soy la fusión de las almas de los doce demonios. Considérenme como el Demonio Cero. Plutón, La Calamidad.

—¿Plutón... La Calamidad? —Nívea no daba crédito a las palabras del demonio.

—Esta no me la esperaba... —murmuró Khroro, sonriendo nervioso mientras apretaba su lanza. Los demás compartían las palabras del rubio. Ninguno esperaba un decimotercer demonio al cual enfrentar, menos a uno que desprendía un poder capaz de paralizarlos. Plutón aguardaba, sin dejar de mirarlos, pero con una notoria sed de sangre reflejada en su rostro. Boric y Hiro intercambiaron miradas y asintieron, mientras volvían a transformarse en el modo perfecto. Sin esperar más, el moreno y el albino embistieron contra Plutón con todas sus fuerzas.

—¡Idiotas! ¡No lo ataquen! —gritó Lancelot con notoria desesperación pues estaba consciente del poder que guardaba Plutón, pero era demasiado tarde.

De la espalda de Boric surgieron sus dos brazos de tierra, mientras Hiro desenfundaba sus seis katanas y las envolvía en acero. Plutón observó cómo los dos guerreros se acercaban a él y dibujó una enorme sonrisa en su rostro. Allen alcanzó a ver un destello de locura en los ojos del demonio y se paralizó. Plutón cerró sus ojos y chasqueó sus garras cuando los dos caballeros estaban por golpearlo con sus técnicas. Acto seguido, una esfera oscura aprisionó tanto a Boric como a Hiro, imposibilitando a los demás de ver lo que ocurría en el interior de aquellas esferas negras. Momentos después, los cuerpos de los dos caballeros emergieron de las esferas negras y cayeron al suelo de bruces, inconscientes y sin sus armaduras. Aterrados, los demás caballeros observaron a sus compañeros caídos mientras Plutón volvía a relamer sus colmillos.

—¿Cómo jugaré con ustedes ahora, humanos? —murmuró tétricamente mientras los miraba uno por uno. Los Caballeros de la Realeza se habían quedado sin reacción ante el abrumador poder del demonio. Plutón posó sus ojos rojos en los de Allen y sonrió aún más amplió—. Oh... Ya sé... —Ninguno de los caballeros supo a qué se refería el demonio, pero no podía ser nada bueno. Plutón comenzó a flotar lentamente hacia ellos, pero se detuvo a medio camino para volver a hablar, dirigiéndose solamente a Allen—. Puedo ver la debilidad en tu mirada, chico. Temor. Dudas. Miedo. Mis ojos pueden verlo todo, Allen.

El azabache, sin poder evitarlo, temblaba de pies a cabeza en aquel instante. Quería soltar sus armas y salir corriendo de allí, y Plutón lo sabía. Pudo sentir los rojos ojos del demonio adentrarse en lo más profundo de su ser; en la parte oscura de su interior. El resto de los caballeros volvió su mirada hacia Allen, pero para el chico solo existía Plutón en aquel momento. El demonio alzó una de sus garras en dirección al chico y lanzó un rayo negro, el cual atravesó a Allen en el centro del corazón. El chico bajó la mirada a su pecho, mientras los demás gritaban su nombre; sin embargo, no había ninguna marca ni rastro del ataque que lo había atravesado. Temeroso, alzó su vista hasta toparse con los siniestros ojos de Plutón.

—Tú serás mi marioneta —susurró el demonio mientras sonreía.

En ese momento, unas llamas de color negro envolvieron al chico por completo. En su interior, Allen sintió que sus llamas y las de Milo se apagaban, todo rastro de luz se apagaba, y la oscuridad se apoderaba de todo su ser. La llama negra que lo había envuelto se esfumó, y los Caballeros de la Realeza pudieron ver aterrados el cambio que había sufrido el chico.

Sus ojos negros estaban vacíos, mientras que su piel se había vuelto más pálida, su pelo se había vuelto de color blanco y sus uñas ahora eran pequeñas garras pintadas de negro. Su armadura también había sufrido una transformación. Ahora era de color negro con bordes blancos, pero el material del que estaba hecha ahora eran nada más que esqueletos humanos; sus hombreras se habían transformado en dos cráneos humanos y desde su espalda emergieron dos cadavéricas alas blancas. Gram y Aegis también estaban hechas de esqueletos; la espada era un hueso alargado y filoso de color grisáceo. Los caballeros llamaron a Allen, pero este no les respondió. Nívea intentó acercarse pero el chico se puso en caminó, pasó frente a todos sin mirarlos, y se colocó junto a Plutón, quien sonreía ampliamente y disfrutaba de aquella escena. El demonio puso su cabeza junto a la de Allen y susurró unas palabras antes de alejarse.

—Será divertido ver como se matan entre ustedes. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora