Capítulo XXIX

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Con las energías que le quedaban, Allen se zafó del bloque de tierra y, arrodillándose, se acercó a Milo. La lanza de fuego negro desapareció y dejó a la vista la herida que atravesaba en el centro del pecho del chico. Allen, con lágrimas en los ojos y con las manos temblorosas, tomó el cuerpo de Milo y lo giró. Los ojos sin vida del chico de mechones azules apuntaron al cielo, mientras Allen apretaba el cuerpo de su amigo y maestro.

—¡No te mueras! ¡Milo! ¡Milo! —gritaba mientras lloraba y zarandeaba el cuerpo de Milo con fuerza y desesperación. Se negaba a aceptar que el chico estaba muerto—. Por favor Milo... no te mueras... ¡Por favor! ¡No mueras! ¡Aún hay mucho que me tienes que enseñar! ¡No puedes morir aquí! —Allen se aferró con más fuerza al cuerpo sin vida de Milo y lloró. No dejaba de llorar, negándose a la realidad. Milo, su amigo, su maestro, estaba muerto. Había muerto por protegerlo a él—. ¡Maldición! ¡Maldición! ¡No mueras Milo! ¡Maldita sea! —Lo único que se escuchaba en el lugar eran los gritos y sollozos de Allen. A su mente llegaron los momentos que había vivido con el chico de mechones azules. Como Milo le había enseñado a dominar su poder, como lo había entrenado para poder materializar su armadura. Allen no podía evitar recordar todo lo que había aprendido en compañía de Milo. Dentro de él, sentía un dolor inmenso por la pérdida de alguien a quien consideraba su maestro. Una risa llena de malicia sacó al chico de sus pensamientos. Alzó la vista y pudo ver a Apolo riéndose a carcajadas mientras lo miraba desde lo alto de un montículo de tierra.

—¡Que escena más patética! ¡Quién diría que esa basura preferiría morir de una manera tan patética! —gritaba el demonio, riéndose con fuerza. El dolor en el interior de Allen se fue mezclando con ira. En ese momento, ocurrió un suceso que sorprendió tanto al demonio como al caballero.

El cuerpo sin vida de Milo comenzó a brillar. Brillaba con tal intensidad que Allen lo soltó y se alejó levemente, viendo con asombro lo que le sucedía al cuerpo de su amigo. Del centro del pecho, donde estaba la herida que Apolo le había infringido, una esfera amarillenta comenzó a salir lentamente. Allen se asustó y retrocedió hasta chocar nuevamente con el bloque de tierra en su espalda. La esfera amarilla que había salido del cuerpo de Milo comenzaba a moverse lentamente hacia él. Para aumentar la sorpresa de Allen, Apolo había saltado y se acercaba velozmente; el semblante del demonio se había vuelto serio y sus ojos solo se centraban en la esfera amarilla. El demonio estiró su mano e intentó tomarla, pero entonces la esfera brilló con tal intensidad que el demonio se vio obligado a retroceder. La esfera siguió acercándose a Allen, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, el chico pudo sentir un calor que conocía. Estiró sus brazos hacia la esfera inconscientemente, pero esta pasó entremedio de ellos, en dirección al pecho de Allen. El chico abrió grande sus ojos cuando la esfera comenzó a incrustarse en su pecho, muy lentamente, hasta desaparecer en el interior del chico. Entonces lo sintió. Sintió un poder que no era suyo, pero que conocía. Un calor amigable se apoderó de su sangre y sintió como una segunda llama se encendía dentro de su ser; una llama que se posicionó junto a la suya, aquella que había despertado hace tiempo gracias a Nívea. Sintió ambos poderes dentro de sí mismo y sonrió, posando una de sus manos en su pecho mientras una lágrima más caía por su mejilla.

—Milo... —murmuró el chico mientras sonreía y se secaba la lágrima. Se puso en pie y observó el cadáver de su amigo. Asintió y cerró los ojos. En ese momento, la imagen de Milo extendiéndole una mano se visualizó en su mente.

Acto seguido, llamas amarillas y escarlatas rodearon el cuerpo de Allen. Las llamas quemaron y deshicieron todo lo que se encontraba a su alrededor, a una distancia de cinco metros. Luego las llamas envolvieron las partes del cuerpo de Allen por unos segundos, para después disolverse, dando paso a una armadura completamente distinta. Allen portaba una nueva armadura, de color plateado con bordes amarillos. Las alas rojas que Milo utilizaba para volar, ahora se desplegaban en la espalda del chico. En su derecha portaba a Gram, con su hoja de color rojizo mientras unas llamas amarillas la rodeaban. En su mano izquierda tenía a Aegis, escudo que ahora era de color amarillo mientras unas llamas escarlatas lo rodeaban. Abrió sus ojos y miró a Apolo. El demonio había desplegado sus alas y había tomado cierta distancia; ahora lo miraba con una mezcla de odio y enfado en su rostro. Allen alzó el vuelo hasta posicionarse frente a Apolo. En el rostro del chico se reflejaba la ira y odio que sentía por el demonio.

—¿Qué fue lo que hiciste? ¡Esa esfera era mía! —Le gritó el demonio, enseñando sus colmillos de forma intimidante.

—No sé qué significaba esa esfera para ti... solo sé que ahora el poder de Milo es mío y juntos vamos a derrotarte, maldito —respondió el chico sin inmutarse, intensificando las llamas alrededor de sus armas. Apolo gruñó y se puso en posición de pelea. Allen lo imitó, apuntando a Gram contra el demonio.

—No te confíes chico, te he dado varias palizas antes, esta no será la excepción —gruñó el demonio, expulsando sus llamas negras.

—Tú no debes confiarte, demonio... Ahora probarás el poder del Modo Fusión. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora