Capítulo LXXIX

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Draco clavó su espada luminosa en el suelo de hielo de la habitación, mientras agitaba sus alas para elevarse en lo más alto, siendo siempre seguido por la vacía mirada de Astaroth. Levantó el cañón con forma de cabeza de lobo y disparó una bala velozmente, la cual fue repelida por otra bala, disparada esta desde la metralleta del demonio. El impacto entre ambas balas generó una pequeña explosión, cuyo humo fue rápidamente disipado por una serie de balas disparadas desde las armas de ambos contrincantes a enorme velocidad. Draco se vio obligado a agitar sus alas para esquivar algunas de las balas de Astaroth, mientras que el demonio tuvo que retroceder para esquivar las del pelirrojo.

Astaroth detuvo su ataque y se quedó mirando fijamente a Draco, quien se vio ligeramente estremecido al ser observado por las cuencas vacías del demonio. El pelirrojo estaba por volver al ataque, cuando la voz del demonio le hizo detenerse.

—Puedo ver mucha oscuridad en tú interior —sentenció Astaroth, mientras el aura roja a su alrededor, para sorpresa de Draco, comenzaba a disminuir en intensidad. El caballero apretó la mandíbula mientras intentaba comprender las palabras del demonio.

—¡¿Qué quieres deci...?!

Draco no pudo terminar la pregunta ya que en un abrir y cerrar de ojos, Astaroth había desaparecido del lugar en el que se encontraba, dejando una pequeña ventisca de hielo. Draco sintió la presencia del demonio detrás de él, pero ya era demasiado tarde. Astaroth presionó su metralleta contra la espalda del caballero, mientras acercaba su boca al oído de Draco para hablarle.

—Puedo ver a través de tu ser, Draco. No eres digno de ser el caballero de la luz.

Draco apretó sus puños con impotencia, sintiéndose idiota por dejarse engañar fácilmente por Astaroth, y trató de no prestar atención a las palabras del demonio para buscar calmarse. Sin embargo, Draco sabía, muy en el fondo, que Astaroth tenía razón. Nunca se había sentido digno del poder de la luz, por eso trataba de no utilizarlo hasta que no fuese la última opción.

—Puede que tengas razón, demonio... —susurró el pelirrojo con desazón, mientras apretaba sus puños hasta que sus nudillos se volviesen blancos—. Pero de algo estoy seguro... ¡Soy un Caballero de la Realeza y no me rendiré fácilmente!

Draco agitó con fuerza sus alas y generó una ventisca que Astaroth no se esperaba. El demonio se alejó disparando rápidamente desde su metralleta, pero la ventisca que Draco había generado era tan potente que las balas no lograron atravesarla. El pelirrojo se movió a gran velocidad para tomar la espada de luz que había dejado enterrada en el frío suelo, y luego para atacar a Astaroth con todas sus fuerzas. El demonio con forma de calavera se quedó inmóvil al ver la determinación reflejada en los ojos de Draco, mientras este volaba a su máxima potencia hacia él y blandía su espada. Con un ataque horizontal, Draco decapitó a Astaroth con su espada de luz, ante el gesto de asombro del demonio. Cuerpo y cabeza se separaron, cayendo hacia el suelo congelado hasta incrustarse en él. Draco observó el cadáver desde el aire, con un sentimiento de inquietud, mientras apretaba la empuñadura de su espada. Pasaron los minutos en silencio, hasta que decidió deshacer su transformación para dirigirse a la siguiente habitación. Bajó al suelo y se puso en camino, mientras pensaba en las palabras de Astaroth: "Puedo ver mucha oscuridad en tú interior". El pelirrojo no pudo evitar recordar su pasado, esos años que pasó en el orfanato junto a Lancelot y Nívea antes de conocer sus identidades como descendientes de los Caballeros de la Mesa Redonda. En aquel tiempo en el cual odiaba a todo el mundo, en aquel tiempo el que no era capaz de sociabilizar con nadie, ni siquiera con aquellos dos chicos que siempre andaban juntos y que lo buscaban para jugar. A ese par de niños siempre los trataba mal, los insultaba e incluso llegó a golpear al pequeño Lancelot. Siempre sintió odio hacia ellos dos, siempre sintió envidia por Lancelot, el niño mimado del orfanato, pero a la vez, siempre sintió tristeza en su interior.

Draco se encontraba inmerso en sus pensamientos, en los recuerdos de su infancia, y por esa razón no logró sentir el enorme poder que emergía desde el cadáver de Astaroth. La cabeza decapitada del demonio regresó a su cuerpo y se puso en pie, observando como el caballero se alejaba dándole la espalda de una forma muy confiada. Astaroth alzó su metralleta y disparó en un abrir y cerrar de ojos.

Lo único que sintió Draco momentos antes de recibir el impacto fue una enorme presión, y una enorme sombra cubriendo todo su ser. Draco sintió el impacto de la bala incrustarse en el centro de su cabeza y atravesarla pero, para su sorpresa, no sintió dolor ni sintió una herida formarse en su cráneo como supondría. Nada. Lo único que Draco sintió fue frío. Un intenso frío recorriendo cada parte de su cuerpo. Un frío capaz de igualar o superar el cero absoluto. Cayó de rodillas inconscientemente mientras sentía como cada parte de su ser tiritaba intensamente por el frío que había comenzado a sentir, todo aquello desatado por el impacto de una bala que nunca sintió ni vio. Astaroth se colocó detrás de Draco y el pelirrojo hizo un enorme esfuerzo para girar su cabeza, topándose con los vacíos ojos del demonio devolviéndole la mirada.

—No pienses que vas a salir vivo de este lugar, caballero de la luz. Es importante para nosotros matarte a ti lo antes posible —susurró fríamente Astaroth.

Acto seguido, el demonio levantó su metralleta y la aplastó contra la frente de Draco. Ambos se miraron mutuamente en silencio por unos segundos, hasta que el disparo de Astaroth se escuchó por toda la habitación. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora