Capítulo LV

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Resguardados por la habilidad de Valentine, los Caballeros de la Realeza embistieron contra Júpiter con todas sus fuerzas. Boric y Hiro utilizaron el modo perfecto, envolviendo sus cuerpos en tierra y acero respectivamente mientras al albino le aparecían cuatro brazos desde los costados. El ojo derecho de Lancelot se tornó de color blanco, mientras su sombra emergía desde el suelo blandiendo una espada de sombras. Allen se envolvió a sí mismo en llamas escarlatas y amarillas, dando paso a la armadura del Modo Fusión. El que más llamó la atención de todos fue Khroro; la electricidad en la que se envolvió cambió del habitual color amarillo, por unas diferentes, ahora de color blanco y negro. Júpiter alzó sus cejas, sobre todo al ver el cambio de Khroro, y se preparó para el ataque de los caballeros.

Lancelot y su sombra fueron los primeros en llegar con el demonio, ubicándose uno delante y uno detrás de este para comenzar a atacarlo con sus espadas. Júpiter utilizó su enorme espada dorada en forma de rayo para bloqueas los ataques de ambos, moviéndose con gran agilidad. Júpiter lanzó un corte horizontal hacia Lancelot, pero este lo bloqueó rápidamente colocando su espada de manera vertical y su sombra aprovechó para atacar desde arriba. El demonio giró su cabeza hacia la sombra y abrió sus fauces, de las cuales lanzó un chorro potente de agua que golpeó de lleno a la sombra. Lancelot retrocedió, dando paso a Hiro y a Boric, quienes embestían contra Júpiter. Hiro giraba a gran velocidad, con sus seis katanas envueltas en acero, mientras que Boric había envuelto sus guanteletes en un aura café y de su espalda emergían dos enormes brazos de tierra. Júpiter intentó volar para esquivar los ataques del moreno y el albino, pero desde arriba descendían Khroro y Allen, listos para lanzar sus respectivos ataques. Allen envolvió a Gram en llamas amarillas y escarlatas, mientras que Khroro había materializado su lanza, la cual tenía envuelta en chispas eléctricas blancas y negras. Hiro pasó a gran velocidad junto a Júpiter y cortó en distintos lugares a Júpiter, logrando dañarlo severamente. Boric se agachó y desde abajo lanzó un uppercut con su brazo de tierra, golpeando de lleno el mentón del demonio y lanzándolo hacia arriba. Allí, Allen y Khroro lanzaron sus respectivos ataques. El azabache cortó de golpe uno de los brazos del demonio gracias a Gram, mientras que el rubio electrocutó y paralizó el otro brazo de Júpiter al enterrar su lanza en él. Pese a todo aquel daño, Júpiter se envolvió en un aura celeste, curando sus heridas, mientras utilizaba la habilidad de Minerva para regenerar el brazo perdido. Antes de que los guerreros pudiesen volver al ataque, Júpiter replegó sus alas y comenzó a girar a una gran velocidad mientras lanzaba un grito de furia, formando un torbellino de viento cortante, mezclado con fuego, hielo y electricidad. Aquel torbellino capturó a los cuatro caballeros que lo habían atacado, haciéndoles un grave daño y severos cortes. Los cuatro cayeron al suelo, pero antes de chocar con la superficie, un aura celeste ya los había envuelto y curado sus heridas. Los chicos pudieron ver de reojo a Valentina, con los pies enterrados en la tierra, mientras gotas de sudor caían por su sien. Júpiter clavó su mirada en ella; una mirada llena de ira, provocando que Valentine temblase levemente al sentir la presión de Júpiter.

—Maldita... —gruñó el demonio y desplegó sus alas para volar hacia la rubia.

Valentine tragó saliva nerviosa al ver al demonio acercarse a toda velocidad hacia ella, pero Draco, Lancelot y Nívea se colocaron delante de ella, obstruyéndole el paso a Júpiter.

—Así como tú nos cuidas, nosotros te cuidaremos de él —exclamó Draco mientras apuntaba su cañón contra el demonio, comenzando a dispararle una gran cantidad de balas. Júpiter no tuvo necesidad de moverse, las balas pasaron a su lado sin que él tuviese que esquivarlas. Ante aquello, rio con burla mientras volaba hacia ellos. Draco, sin embargo, siguió disparando.

—¡Deberías aprender a disparar, escoria humana! —gritó pero entonces perdió el vuelo y cayó a tierra inesperadamente. Al levantarse, vio de reojo como sus seis alas estaban completamente congeladas. Desde un principio, Draco no le estaba apuntando a él sino que a sus alas.

—¿Hablabas? —preguntó el pelirrojo con sarcasmo, mientras Nívea y Lancelot se abalanzaban contra Júpiter.

Nívea blandió su fina espada, mientras Lancelot hacía lo mismo con su enorme espada negra, y ambos cortaron de golpe ambos brazos del demonio. Una gran cantidad de sangre emanó de aquellos cortes, provocando que el demonio gritase en una mezcla de dolor e ira. Estaba por utilizar la habilidad de Minerva para regenerar sus extremidades, cuando Allen y Khroro aparecieron desde adelante y atrás respectivamente.

—¡Ahora! ¡Allen! ¡Khroro! ¡Acábenlo! —gritaron Lancelot y Nívea al unísono.

Allen generó un torbellino de fuegos escarlatas y amarillos alrededor de Gram, lanzando un corte a toda su potencia. Khroro, en tanto, formó una enorme bola de electricidad blanca y negra desde la punta de su lanza, lanzándola al mismo tiempo que el ataque de Allen.

Júpiter, incrédulo por la situación, lanzó un grito que nunca antes había lanzado: uno lleno de desesperación. Allen y Júpiter cruzaron miradas en aquel instante, momento en el que él demonio observó, para su sorpresa, la imagen de un caballero detrás del chico. Era la imagen de Arturo Pendragón, blandiendo la misma espada que esgrimía Allen y recordó sus últimas palabras: «Estoy seguro de que la siguiente generación de Caballeros sabrá eliminarte para siempre». Así mismo, Allen vio arrodillado junto al demonio la imagen de otro caballero, uno de cabello rubio y largo, a quien no reconoció. Para sorpresa del chico, aquel caballero que se encontraba junto a Júpiter derramaba lágrimas mientras lo miraba. En aquel instante, Allen y Júpiter sintieron una extraña conexión; una conexión que se remontaba hacía miles de años. En ese momento, Júpiter comprendió que siempre había estado destinado a morir ante aquel que portaba la sangre de Pendragón. En un último suspiro, Júpiter se rindió y, sin lograr evitarlo, se vio envuelto en la fusión de ambos ataques y en la consiguiente explosión que se desató en el lugar.

Los Caballeros de la Realeza se alejaron de la explosión, aguardando expectantes a que el humo se disipase. Tras varios minutos de tensa espera, una fuerte brisa corrió en el lugar, haciendo desaparecer el humo que les impedía ver el resultado. En el lugar donde antes estaba Júpiter, solo se encontraba una marca negra en el piso. Lancelot y Draco intercambiaron miradas y, sin decir nada, se acercaron cautelosamente.

—¿Ganamos? —preguntó Allen esperanzado. Tras inspeccionar el lugar, Draco y Lancelot comenzaron a buscar con la mirada alrededor, sin embargo, no encontraron nada. El cuerpo de Júpiter se había desintegrado sin dejar mayor rastro que su sangre. El pelirrojo alzó su puño cerrado al cielo, desatando el júbilo entre los demás caballeros. Nívea y Valentine cayeron al suelo de rodillas, sonriendo ampliamente y sin poder aguantarlo, derramaron lágrimas, mientras Allen y Khroro se abrazaban, al igual que Hiro y Boric.

—¡Ganamos! —gritó alegremente Draco cuando los ocho caballeros se volvieron a reunir. Todo era felicidad y alegría entre los Caballeros de la Realeza.

—Ganamos porque, a diferencia de Júpiter, supimos trabajar todos en equipo —señaló Lancelot mientras su ojo derecho volvía a la normalidad. Valentine, en tanto, curó las heridas restantes de sus compañeros para luego dejarse caer agotada en el suelo.

—¡Esto tenemos que celebrarlo! —exclamó Khroro emocionado, colgándose del cuello de Allen mientras todos los demás reían. Allen solo sonrió; aquella imagen que vio momentos antes de acabar con Júpiter aun rondaba en su cabeza. Sin embargo, decidió olvidarlo por el momento y celebrar la victoria junto a sus compañeros.

Habían logrado derrotar por fin al último de los Demonios del Apocalipsis, y con eso restaurarían la paz en la Tierra. A pesar de eso, algo intranquilizaba a Draco. El pelirrojo alzó su vista al cielo y comprobó que el eclipse aún se mantenía firme, cubriendo todo el mundo en oscuridad. Se volteó para expresarle a sus compañeros su inquietud, pero entonces, una luz dorada alumbró el cielo oscuro.

—No canten victoria aun, Caballeros de la Realeza.

Una voz que no conocían se oía desde aquella luz dorada. Los ocho caballeros se pusieron de pie mientras observaban aquella luz, sorprendidos e intranquilos. La luz dorada se dispersó en doce luces de distintos colores y tras ellas, los Caballeros de la Realeza pudieron ver la imagen de los doce Demonios del Apocalipsis mirándolos con ojos vacíos. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora