Capítulo XC

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Todo ocurrió en cosa de segundos. Antes de que el demonio terminase de pronunciar aquella pregunta, dos sombras se habían movido con sigilo para colocarse detrás de él. Allen pudo ver por sobre el hombro de su padre las figuras de Hiro y Lancelot, ambos portando sus armaduras del Modo Perfecto, abalanzándose con sus espadas en alto. Sin embargo, Allen también se percató en el cambio en el semblante de su padre, así como también del cambio en la presión del aire.

Con una sonrisa sádica en su rostro, Luzbel alzó su mano y chasqueó sus dedos mientras Hiro y Lancelot bajaban sus espadas al mismo tiempo, empleando todas sus fuerzas en sus ataques dirigidos a los brazos del demonio. Entonces, el tiempo pareció detenerse para los dos caballeros.

Allen no lo podía creer, pero Lancelot y Hiro se habían detenido a medio camino con sus espadas en alto, sin moverse. Era como si una fuerza superior a ellos les estuviese conteniendo. Pero al ver las expresiones en los rostros de sus compañeros, Allen entendió que había algo más. Entrecerró los ojos y se enfocó mejor en los dos caballeros: ambos se movían, pero a paso muy lento, tan lento que habría sido imperceptible para los ojos de un humano normal. Entonces lo entendió: Luzbel había ralentizado el tiempo en Lancelot y en Hiro. Pero antes de que el chico lograse reaccionar y ayudar a los dos, Luzbel había vuelto a chasquear sus dedos.

Mefistófeles apareció de la nada detrás de Hiro y Lancelot, a una velocidad sorprendente para alguien de su enorme tamaño, y los tomó de la cabeza con sus monstruosas manos para aplastarlos con todas sus fuerzas contra el suelo. Dos grietas se formaron ahí donde el demonio aplastó las cabezas de Hiro y Lancelot pero no se escuchó ninguna mueca de dolor, la cual probablemente vendría con efecto retardado. Luzbel no se volteó en ningún momento, no lo necesitaba. Sabía que aquel ser con el alma de Mefistófeles en su interior seguiría sus órdenes sin cuestionarlo. Siguió sonriendo, mientras Allen miraba con terror la sangre que había salpicado sobre las manos del demonio. La sangre de Lancelot y de Hiro.

Allen se había clavado al piso mientras veía como en cosa de segundos Mefistófeles dejaba fuera de combate a Lancelot y a Hiro. Pero los segundos seguían pasando lentamente, mientras las piernas del chico temblaban de terror. Luzbel no despegaba la vista de su hijo. Todo el temor y las dudas que Allen tenía en su interior habían hecho que su armadura desapareciese. Ahora estaba indefenso.

Allen vio como Mefistófeles se erguía lentamente, con sus manos mostrando pizcas de sangre correspondiente a los dos caballeros, para luego tomarlos a ambos desde sus tobillos. Nuevamente, solo bastaron segundos para que el demonio levantase los cuerpos de Lancelot y Hiro, y dando un veloz giro, los arrojó con todas sus fuerzas contra la pared que se encontraba tras el trono del Inframundo.

Tal fue la fuerza utilizada por el demonio, que Allen y los demás vieron como los cuerpos de sus compañeros se quedaban incrustados a fondo contra la pared con los brazos y las piernas extendidas. Ambos tenían los ojos cerrados y parecían haber perdido la conciencia. Hiro tenía un corte sobre su parpado derecho y el pómulo izquierdo hinchado. Lancelot por su parte botaba sangre desde la comisura de sus labios y desde su frente.

—Dos menos —susurró Luzbel con malicia mientras estudiaba el rostro lleno de terror de su hijo.

«Lancelot y Hiro son dos de los más fuertes, si fueron derrotados como si fuesen hormigas, yo no tengo ninguna posibilidad...» pensó Allen para sí mismo sin despegar sus ojos de sus dos compañeros clavados en la pared. Temblaba de pies a cabeza y ya no podía ocultarlo. Los últimos sucesos habían llenado de dudas y de temor a Allen. Pensó entonces en Arturo Pendragón, de quien había heredado su poder y a quien admiraba. «Jamás podré ser como él» se dijo a sí mismo mientras tragaba saliva y alzaba sus timoratos ojos hacia su padre. «¿Por qué estoy peleando una batalla que no ganaré?» por primera vez desde que se convirtió en caballero, Allen sintió una verdadera desesperación.

Luzbel seguía mirando al chico con una sonrisa maliciosa en su rostro. Seguía disfrutando de aquella situación. Seguía jugando con el nerviosismo y la ansiedad en su hijo. Sabía que debía quebrar su voluntad si quería acabar con él.

Allen observó a su padre mientras Mefistófeles volvía a erguirse lentamente detrás de Luzbel, dándole la espalda al chico. El demonio no se movía, esperaba órdenes. O tal vez solo esperaba un pequeño movimiento ante el cual atacar. No parecía tener ya voluntad propia, solo se movía por instinto o por orden de Luzbel. Entonces Allen sintió un nuevo cambio en la presión del aire. Esta vez, hasta Luzbel mostró una momentánea sorpresa en su rostro.

La gravedad pareció distorsionarse alrededor de Mefistófeles, quien fue elevado varios metros sobre el suelo para luego ser azotado contra el piso en el mismo lugar donde el demonio había aplastado las cabezas de Lancelot y Hiro. El demonio intentó ponerse de pie, sin embargo la presión que estaban ejerciendo sobre él le impedía moverse. Era como si una mano gigante invisible estuviese apretando a Mefistófeles contra el suelo. Entonces Allen vio un potente rayo de hielo con forma de lobo y una enorme descarga eléctrica con forma de águila caer desde lo alto contra Mefistófeles. Ambos ataques se fusionaron momentos antes de colisionar contra el cuerpo sometido del demonio, provocando una enorme explosión.

La cortina de humo que se levantó les impidió a Allen y a Luzbel ver lo que estaba ocurriendo. Cuando esta se disipó minutos después, observaron cómo Nívea, Draco y Khroro se encontraban rodeando el cuerpo de Mefistófeles, los tres portando sus armaduras más poderosas. En tanto, Valentine se había acercado a Hiro y a Lancelot y había comenzado a curarlos con las pocas energías que le quedaban. Mefistófeles no estaba muerto, pero si se podía apreciar un severo daño en su espalda. Nívea tenía su báculo apuntando al demonio, por lo que Allen entendió que era ella quien lo mantenía aplastado contra el suelo. Los tres caballeros tenían la mirada fija en el chico.

—¡Allen! —Le llamó la atención el pelirrojo—. ¿No vas a pelear? —Le preguntó Draco con un ligero tono de molestia.

—¿Tienes miedo? —Khroro le reprochó con la mirada mientras le hablaba.

—¿Acaso quieres morir aquí? El Allen que nosotros conocemos no se quedaría parado como un cobarde —Nívea no quería, pero debía hablarle a Allen con dureza para hacerle entrar en razón.

Fue entonces cuando una cuarta persona se dirigió a Allen. Un grito implorante que venía desde la espalda del chico y que le hizo estremecerse al reconocer la voz.

—¡Allen, tienes que pelear!

El chico se giró de golpe mientras Luzbel entrecerraba sus ojos al ver a la recién llegada. De pie en el centro de la puerta, Afrodita observaba a Allen fijamente. El chico entreabrió ligeramente su boca al verla, sintiendo una enorme felicidad al saber que seguía viva. Quiso correr para abrazarla, pero entonces se percató del gesto de molestia en su rostro así como también un dejo de súplica. Y fue entonces cuando Allen lo comprendió. «Mis amigos. Afrodita y mis amigos son mi motivo para seguir peleando» se dijo a sí mismo mientras se volteaba lentamente.

Luzbel miró a Allen y alzó sus cejas levemente en señal de sorpresa. Los ojos del chico se habían tornado de color escarlata mientras su cabello se comenzaba a erizar lentamente. De un momento a otro, Allen desprendió una enorme cantidad de llamas amarillas y escarlatas que hicieron retroceder dos pasos a su padre. La armadura del Modo Fusión volvía a relucir en Allen. Luzbel se sorprendió al ver el cambio repentino en el chico y al ver la determinación en sus ojos.

—Vaya, despertaste —susurró Luzbel con burla.

El demonio notó que Allen se había movido, pero no se percató hasta que sintió un ligero corte formarse sobre su pómulo izquierdo. Luzbel abrió grande sus ojos al ver como Allen había atacado con Gram a tal velocidad que no había podido esquivarlo. No fue un ataque que buscase generarle un gran daño, había sido un ataque de advertencia. Luzbel sonrió mientras miraba a su hijo, quien ahora sí le devolvía la mirada con fiereza.

—Ahora ya podemos acabar con esto, padre. No... Luzbel. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora