Capítulo LXXVII

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Una intensa aura plateada rodeaba la silueta de Hiro, mientras este juntaba sus seis katana frente a sí. Barbatos vio sorprendido como las seis katanas del espadachín se comenzaban a fusionar hasta convertirse en una sola.

La nueva y única katana en la mano de Hiro era extremadamente larga y más delgada que las anteriores; era ligeramente curva y su hoja era de color rojo, mientras que la empuñadura era de color blanco.

Hiro hizo desaparecer los cuatro brazos que obtenía con el modo perfecto, sin embargo siguió revistiendo su cuerpo completo en acero. Observó con detenimiento a Barbatos, mientras una ligera brisa de viento comenzaba correr en el lugar, haciendo ondear la larga cabellera del asiático, ahora de color plateada.

—Esta es mi técnica final. Te presento a Demonslayer, la katana definitiva —susurró el chico mientras blandía su nueva katana frente a él. Barbatos pestañeó varias veces; podía sentir el enorme poder que desprendía aquella katana.

—Muy interesante, joven Hiro —murmuró a su vez el anciano demonio mientras alzaba su bastón.

Sin perder el tiempo, comenzó a hacerlo girar sobre su cabeza para generar un enorme torbellino, el cual lanzó contra Hiro. Grande fue la sorpresa al ver que el caballero ya no se encontraba frente a él. Antes de que lograse pestañear, el filo de la katana de Hiro atravesó de golpe su abdomen desde atrás. Barbatos sintió un enorme dolor pero, al volver a pestañear, el dolor se esfumó al igual que la katana de Hiro, quien volvía a encontrarse frente a los ojos del demonio.

—¿Qué has hecho? —preguntó Barbatos, mostrando por primera vez en todo ese tiempo un rastro de inquietud en su rostro. El ataque de Hiro le había tomado por sorpresa por primera vez y le había dejado sin reacción. El caballero sonrió ampliamente, notoriamente confiado, y alzó su katana delante de su cara, cubriendo la mitad izquierda de su rostro con el filo de la katana.

—Has caído en la Ilusión de mi Demonslayer. La pelea se terminó, Barbatos —sentenció el espadachín.

Barbatos quiso contestarle, pero entonces su vista se nubló de golpe. El demonio se mareó y estuvo a punto de trastabillar, si fuese porque logró apoyarse en su bastón a tiempo. Cuando su vista se normalizó y alzó los ojos hacia Hiro, se encontró con dos caballeros ante sí. Pestañeó una vez y se encontró con cuatro versiones de Hiro. Pestañeó una vez más y ya eran ocho. A medida que pestañeaba, el número de espadachines se duplicaba ante sus ojos, todos portando la poderosa katana de filo rojo. No podía creerlo, no entendía de donde aparecían tantos Hiro.

Por un momento no supo que hacer, pero entonces se calmó y analizó la situación. Una de las características de Barbatos era su sapiencia. «Has caído en la Ilusión...» recordó entonces las recientes palabras del caballero y todo cobró sentido para el demonio. Aquella enorme cantidad de Hiro frente a sus ojos no eran más que solo ilusiones. Solo existía un único y verdadero Hiro, por lo tanto no podía perder la compostura hasta encontrarlo.

Barbatos alzó su bastón al cielo y creó un enorme huracán de viento cortante, el cual comenzó a atrapar con toda su fuerza a las copias de Hiro. Con el más mínimo contacto con el viento cortante de Barbatos, las copias eran destrozadas en miles de pedazos, demostrando así el enorme poder que tenía guardado el anciano demonio. Sin embargo, al destruir una copia de Hiro, dos nuevas nacían frente a Barbatos, cosa que lo volvió a descolocar.

—Te dije que la pelea estaba sentenciada.

Barbatos se giró de golpe al oír el susurro de Hiro en su oído, pero al hacerlo no lo vio. Se volvió a girar sin entender nada, y entonces vio con terror al enorme ejército de Hiro abalanzándose de golpe contra él.

Barbatos se quedó inmóvil, sintiendo por primera vez pavor, mientras los Hiro lo embestían. Cerró los ojos y esperó, aceptando no solo su derrota, sino que también su muerte. Pero pasaron los segundos, los minutos, y no sintió ninguna herida, ningún dolor. Nuevamente sin comprender lo que pasaba, abrió lentamente sus ojos.

Barbatos se encontró con una enorme cantidad de katanas de filo rojo clavadas en su cuerpo, obra de las copias de Hiro, pero, para su sorpresa e incomprensión, ninguna había abierto alguna herida. Ni siquiera sentía el frío filo de las katanas atravesando su cuerpo. De repente, todas las copias de Hiro y su katana se esfumaron frente a sus ojos.

Alterado, Barbatos no pudo evitar caer al suelo de rodillas, respirando agitado mientras la imagen del verdadero Hiro se aparecía frente a él. El espadachín levantó su katana y la colocó junto al cuello del demonio, mientras en sus ojos no se percibía más que frialdad.

—Has ganado —reconoció el anciano demonio con voz más ronca que antes, cerrando sus ojos para esperar su final.

—Sí, he ganado —aceptó rápidamente el chico, rozando ligeramente el filo de Demonslayer en el cuello de Barbatos.

Se hizo un silencio sepulcral en la cuarta habitación, mientras el demonio esperaba su final y el caballero analizaba la situación con frialdad. Finalmente, tras varios minutos de incertidumbre para Barbatos, Hiró alzó su katana sobre la cabeza del demonio. Barbatos esbozó una triste sonrisa mientras escuchaba el sonido de la katana rasgando el aire. Sin embargo, el corte nunca llegó a su cuerpo. Cuando Barbatos abrió los ojos, pudo ver a Demonslayer clavada en el suelo ante él, mientras Hiro lo miraba desde arriba y le sonreía.

—He ganado, pero no por eso voy a matarte —Se apresuró a explicar el albino mientras deshacía su transformación—. Tras conocer la historia de los Duques y por qué atacan al mundo humano, creo que los entiendo. Ustedes son creaciones de los mismos humanos y su maldad. Por lo mismo he decidido no matarte, y darte la posibilidad de vivir en el mundo humano. Puedes ocultarte en la montaña donde vivo.

—¿Estás loco? —preguntó con voz temblorosa un visiblemente conmocionado Barbatos.

—Sí —Hiro se rio con fuerza antes de continuar hablando—. Ya ves que mi poder es superior al tuyo, sí intentas algo malo contra los humanos tendré que matarte. Pero sí no haces nada, entonces podremos vivir en paz y armonía.

—Al final, tú justicia fue mucho más fuerte que la mía.

Una lágrima cayó por una de las mejillas llenas de arrugas de Barbatos, mientras Hiro pasaba a su lado y recogía su katana, la cual había vuelto a la normalidad. El caballero solo se detuvo a mirar al demonio por sobre su hombro una sola vez.

—Ya vete. Yo aún tengo que seguir a mis compañeros. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora