Capítulo XCIX

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Espada contra espada chocaron y la tierra se estremeció. El cielo oscuro, nublado, a penas iluminado por los truenos y relámpagos que aparecían sin cesar. La tierra tembló más fuerte que nunca, en muchas partes se generaron grietas. La casona de Lancelot fue incapaz de resistir la presión surgida tras el choque de espadas y se derrumbó en cosa de segundos. El Caballero Ermitaño le echó una mirada de reojo mientras se transformaba en escombros y luego volvió a centrar su mirada en Allen y Luzbel.

—El poder de ambos es monstruoso... Si siguen así, van a destruir todo. —murmuró Lancelot, incrédulo al ver el caos que se iba generando en el mundo tras la colisión de poderes.

En el suelo, tratando de mantenerse en pie pese al constante movimiento telúrico, Hiro y Afrodita observaban la pelea con nerviosismo, con preocupación y con los músculos de sus cuerpos tensados. De la misma observaban la pelea Nívea y Valentine, una con el cuerpo de Draco aún entre sus brazos, y la otra cuidando de un inmovilizado Khroro. El chico de cabellos rubios quería ponerse en pie y partir en ayuda de Allen, pero se había quedado sin energías y le era imposible moverse. Sin embargo, al ver el choque entre el joven caballero y el demonio, Khroro entendió que su poder estaba muy lejos de poder equipararse al de ellos. Cuando Lancelot cayó al suelo y se acercó a los demás caballeros para observar la pelea, Hiro y Afrodita inmediatamente se dieron vuelta hacia él.

—¡Tenemos que ir a ayudar a Allen! —exclamó exaltada la chica mientras que Hiro desenfundaba su katana con decisión.

—No podemos dejar que se encargue de todo él solo, vamos a ayudarlo Lancelot —complementó el asiático. Lancelot los observó y, antes de contestar, analizó las posibilidades de seguir aquella idea. El ímpetu de Afrodita y Hiro era enorme, pero Lancelot tenía que mantener los pies en la tierra y tomar una buena decisión. Alzó la vista hacia las figuras de Allen y Luzbel, y tras pensarlo detenidamente, cerró los ojos y negó con la cabeza.

—No tenemos ninguna opción —sentenció y abrió sus ojos para mirar los rostros decepcionados de Hiro y Afrodita—. Ustedes también lo saben, solo seríamos un estorbo para Allen.

Hiro asintió con resignación y enfundó su katana, mientras que Afrodita observó con enfado a Lancelot. La chica quería ir en ayuda de Allen, no le gustaba el hecho de quedarse allí observando con los brazos cruzados. No obstante, sabía que Lancelot tenía razón y que solo serían un estorbo para Allen. Apretó con fuerza e impotencia sus puños hasta que sus nudillos se volvieron de color blanco y aceptó la decisión del Caballero Ermitaño. Los tres, sintiendo la misma impotencia, se voltearon para seguir observando la pelea.

Allen y Luzbel se separaron durante cinco segundos, en los cuales cruzaron miradas amenazadoras, y volvieron a embestir el uno con el otro. El choque entre ambas energías provocó la generación de nuevas ondas expansivas que hicieron retumbar la tierra. Ninguno de los dos contrincantes retrocedió, sino que atacaron con todas sus fuerzas. El Emperador del Inframundo, pese a no tener uno de sus brazos, siguió presionando a Allen con todo su poder. Eran fuerzas igualadas.

—Es imposible que un humano como tú pueda igualar el poder de un Dios. —escupió Luzbel furioso, apretando la empuñadura de su espada con su brazo demoniaco.

—Deja de subestimar el poder de los humanos, Luzbel. Arrepiéntete. Por una vez en tu vida, arrepiéntete. —Le pidió Allen mientras ambos volvían a retroceder lo suficiente para volver a chocar espada contra espada.

—Te equivocas Allen. Eres tú el que me ha subestimado. —La respuesta del demonio descolocó a Allen, haciéndole perder la concentración. El demonio utilizó ese momento de duda en el joven para presionar con más fuerza, haciéndolo pasar a la defensiva y retroceder—. Me subestimaste tanto que uno de tus amigos sacrificó su vida para salvarte. Me has subestimado tanto, que crees que este es mi verdadero poder... hijo.

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora