Capítulo XVIII

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Thomas solía salir a correr a diario por las calles de New York, para luego volver a su casa a tomar desayuno con su pareja y luego irse a trabajar. El sentía que tenía una vida normal pero tranquila, que era lo que más le importaba a él. Tenía todo lo que quería: un trabajo estable, una vida junto a la mujer que amaba y la posibilidad de realizar deportes como a él le gustaba. Un día conoció a Draco y este le contó que descendía de Perceval, miembro de los Caballeros de la Mesa Redonda. A Thomas le costó creerle, pero Draco terminó por convencerlo. Desde entonces, entabló una gran amistad con el pelirrojo, quien fue constantemente invitado a su casa. Al principio, Thomas se negaba a aceptar formar parte de los Caballeros de la Realeza, argumentando que vivía en paz con su pareja y prefería mantenerse así. Eso, hasta que un día Marie, la pareja de Thomas, le dio una noticia que cambiaría la vida de ambos: tendrían su primer hijo. Con esa noticia, y tras meditarlo por varios días, Thomas decidió aceptar la tarea de luchar contra los Demonios del Apocalipsis, con el propósito de crear un mundo de paz para su hijo.

Con Marie y su hijo en mente, Thomas resistía los embates de los demonios entre los montículos de escombros. Neptuno por detrás le lanzaba dagas de agua mientras que por delante Apolo le lanzaba bolones de fuego. Thomas puso su hacha por sobre su cabeza y la hizo girar velozmente para generar un torbellino alrededor de él, y así disolver los ataques de los demonios. Cuando el torbellino se deshizo, Marte apareció frente a él. El robusto demonio mitad toro comenzó a golpearlo reiteradas veces. Thomas contestó y comenzaron un intenso intercambio de golpes; el choque de ambos puños generó ligeros temblores en el suelo. Mercurio interrumpió la frenética pelea, apareciendo en la espalda de Thomas para atacarlo con su espada. El corte perforó levemente la maciza armadura del caballero, pero consiguió desconcentrarlo para que Marte lo tomase del brazo y lo lanzase contra una de las pocas paredes que aún se mantenían levantadas. Apolo y Neptuno se juntaron y lanzaron un ataque combinado de fuego y agua que impactó de lleno en el abdomen de Thomas. Un hilo de sangre cayó por la comisura de sus labios cuando logró ponerse en pie. Observó a sus contrincantes a cierta distancia, pero en un pestañear, Mercurio se posicionó frente a él y lanzó un corte con su espada. Thomas respondió ágilmente y tomó su hacha para bloquear el ataque del demonio. Mercurio saltó para alejarse de Thomas y en ese momento, Marte apareció detrás del demonio mitad lobo y golpeó con sus enormes cuernos en el estómago de Thomas. Este escupió sangre pero logró reponerse y tomó a Marte de los cuernos, lanzándolo contra el suelo con las fuerzas que le quedaban. Se puso en pie con dificultad pero Apolo y Neptuno atacaron por detrás, golpeándolo ambos con la planta de los pies en la nuca. Thomas cayó de bruces contra el suelo y no pudo levantarse nuevamente. Cuando alzó su vista, sintió como esta se nublaba y le impedía ver como Apolo y Neptuno se habían puesto frente a él y estiraban sus manos hacia él. De las palmas de ambos demonios se generaron unas enormes bolas de fuego y agua respectivamente. Estaban a punto de dar el golpe de gracia, cuando un haz de luz iluminó el lugar.

Los dos haces de luces rodearon a Thomas y a Khroro y los apartaron de los demonios, quienes atónitos observaron cómo los haces de luces se llevaban a sus presas. Cuando aquellos resplandores se disolvieron, dos hombres hicieron su aparición. Uno de ellos, de piel oscura y cabello violeta, alto y robusto, había tomado a Thomas para llevarlo hacia la azotea de uno de los pocos edificios que quedaban en pie. El otro, de rasgos asiáticos, de tez blanca y de cabello blanco y largo atado en una coleta, tomó a Khroro y lo llevó junto a sus compañeros. Una vez juntos los cuatro caballeros, Khroro se puso en pie con dificultad y observó a los recién llegados con una amplia sonrisa.

—Boric... Hiro... Tardaron en llegar, bastardos...

—Más vale tarde que nunca —respondió el albino Hiro mientras saludaba a sus compañeros. Thomas también se puso en pie con dificultad con la ayuda de Boric y los cuatro fueron hacia el borde de la azotea para observar a los demonios, que se acercaban rápidamente hacia ellos.

—Es nuestro turno de atacar —dijo Boric mientras se llevaba el dedo índice a la boca. Khroro escupió sangre y apretó su puño, generando chispas eléctricas, mientras asentía.

—Vamos a patear un par de traseros demoníacos. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora