Capítulo XLII

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De vuelta en la casona de Lancelot, la líder dejó a sus dos compañeros en manos de Valentine, quien utilizó todas sus energías en sanarlos. Los que se encontraban bien llevaron a cabo un breve e improvisado entierro a los cuerpos de Milo y Thomas, prometiendo realizar un funeral como corresponde para ellos cuando todo terminase. El ánimo no era de los mejores. Dos de sus compañeros estaban muertos, otros dos estaban capturados y otros cuantos estaban heridos. Las heridas de Draco, Lancelot y Hiro sanarían prontamente, sobre todo las del albino, pero las de Khroro eran incurables para Valentine. Solo quedaban en buenas condiciones Nívea, Allen y Boric, pero ninguno podía hacer más que ayudar a cuidar a sus compañeros. En la televisión vieron noticias de ataques de los demonios a distintas ciudades, pero los caballeros tomaron la decisión de no intervenir, debido a las bajas que sufrían. Fue una decisión a la que Allen se negó, no aceptaba la idea de abandonar a la gente ante los demonios; el chico quería salir y pelear, pero el resto lo detuvo.

—¡No podemos enfrentarnos a ellos hasta que los demás se recuperen! —Le ordenó Nívea. Allen aceptó a regañadientes quedarse en la casona. La muerte y la destrucción se apoderaron de muchas ciudades alrededor del mundo, pero los caballeros solo podían ver con impotencia como eso ocurría.

Hiro se recuperó a los dos días, mientras que Draco tardó una semana en recuperarse. Lancelot era el que estaba en estado más crítico y por lo mismo, Valentine utilizaba todas sus energías en curarlo. Al final del día, la rubia terminaba agotadísima y se iba directo a dormir.

—Si Lancelot no pudo con Júpiter... —Era la frase que más se repetía entre los caballeros, pero ninguno se atrevía a terminarla. Ninguno quería pensar en que el Caballero Ermitaño había recibido una paliza por parte del demonio más poderoso.

Uno de esos días, Nívea entró en la habitación donde Draco reposaba. El pelirrojo aún se encontraba pálido y su barba había crecido ostentosamente durante los últimos días.

—Quería hablar contigo... —murmuró la castaña mientras se sentaba en el borde de la cama, junto a Draco. El chico apenas le hizo un gesto con la cabeza—. ¿Hasta cuándo van a estar peleados Lancelot y tú? —preguntó mientras tomaba la mano del pelirrojo y la apretaba. Este miró aquel gesto antes de contestar.

—Hasta que tú definas tus sentimientos por uno de los dos —contestó con frialdad. Cada palabra del pelirrojo era una apuñalada en el corazón de Nívea.

—Ya te dije que no elegiría a ninguno de los dos, ha sido así desde que éramos amigos en el orfanato donde nos criamos —respondió ella. Su voz temblaba.

—Aun así, siempre lo has preferido a él —susurró Draco, soltando su mano de las de la chica.

—¡Yo no prefiero a nadie! —estalló Nívea, soltando unas cantas lágrimas—. ¡Y si tuviera que preferir a alguien, Lancelot y tú saben que te preferiría a ti!

Aquellas palabras dejaron impactado al pelirrojo. No era lo que esperaba oír, así que no supo cómo contestar. Nívea dejó escapar unas cuantas lágrimas, hasta que logró calmarse y se secó los ojos. Suspiró y alzó su vista, mirando a Draco con determinación.

—Necesito que Lancelot y tú vuelvan a ser los amigos que eran antes, necesito que vuelvan a ser el dúo invencible que eran antes —Le suplicó mientras se colocaba en pie—. Los Caballeros de la Realeza necesitan que la luz y la oscuridad sean uno solo, o no tendremos oportunidad en la batalla final.

Dicho eso, abandonó la habitación, dejando a Draco solo y confundido.

Pasaron dos largas semanas hasta que todos estuvieron en mejores condiciones. En esas dos semanas, la mitad del mundo estaba destruido gracias a los Demonios del Apocalipsis, y para peor, el eclipse se había completado en tres cuartas partes. Entre los caballeros había sentimientos de pesar, de intranquilidad y de desánimo. Llevaron a cabo la que sería la última reunión que tendrían en un tiempo. Se juntaron todos en la habitación de Khroro, para que el chico pudiese conocer el plan. Lancelot y Draco estaban más alejados de lo normal. El azabache se quedó en el umbral de la puerta junto a Minerva, mientras que Draco se apoyó en el alfeizar de la ventana y observó hacia afuera. Nívea, como siempre, fue la primera en tomar la palabra.

—Hemos sufrido bajas, hemos sufrido la pérdida de grandes amigos, hemos sufrido terribles derrotas... pero no podemos flaquear y renunciar ahora. Las personas... todo el mundo nos necesitan —hizo una pausa para mirar a cada uno de los caballeros—. Nuestro destino es el mismísimo Infierno. Ahí libraremos la última batalla... será peligroso, quizás más de uno de nosotros muera... si alguien quiere renunciar, ahora es el momento.

—Yo iré sea como sea —Allen fue el primero en dar un paso hacia adelante. Tenía su puño levantado y apretado, y miraba a Nívea con decisión. La líder le sonrió ampliamente.

—Nadie va a renunciar ahora —aportó Draco sin dejar de mirar hacia afuera. Nívea lo miró momentáneamente en silencio.

—Estuvimos, estamos y estaremos todos juntos en esta —Hiro y Boric también dieron un paso hacia adelante. Lancelot se limitó a asentir desde su posición. Nívea agradeció a todos por su gesto de confianza.

—Es frustrante, pero yo no podré ir... —Se lamentó Khroro. Valentine se acercó a él y le acarició la mejilla. Luego alzó su vista hacia Nívea.

—No puedo dejar a Khroro solo... pero tampoco puedo dejarlos a ustedes así que hice esto para ayudarlos —Desde su bolsillo sacó unas tabletas blancas. Entregó una a cada uno de los presentes—. Esas tabletas contienen mi poder de curación. Solo pude hacer una para cada uno, lo siento...

— ¡Muchas gracias Valentine! —exclamaron Allen, Hiro y Boric al mismo tiempo. La rubia esbozó una tierna sonrisa y asintió con la cabeza.

—Estamos listos entonces... Minerva... —La líder y todos dirigieron la mirada hacia la demonio. Minerva estaba de pie junto a Lancelot y apoyaba su mejilla en el hombro del azabache. Al verse aludida, se apartó del chico y asintió sin esbozar ninguna emoción en su rostro.

—Yo los llevaré al Infierno —Dijo secamente. Se volteó y se marchó por uno de los pasillos. Allen se quedó mirando fijamente donde antes había estado de pie la mujer, hasta que las palabras de Hiro lo sacaron de sus pensamientos.

—Debe ser difícil para ella ayudarnos... digo, eso significa traicionar a sus hermanos...

—No tiene otra opción —murmuró Lancelot.

—Bueno, entonces... ¿Listos para ir a las mismas fauces del Infierno? —interrumpió Nívea mientras se ponía en pie. Todos los caballeros asintieron con determinación.

La invasión al Infierno estaba por comenzar. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora