Capítulo XXXVI

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Allen recobró la consciencia, abrió sus ojos y se incorporó de golpe. Le costó ubicarse, pero cuando logró enfocar bien, pudo ver que se encontraba en el salón de una casa. Notó que estaba sobre un sofá y que una manta gris lo cubría. Sudaba y sentía un fuerte pinchazo en la cabeza, cosa que le impedía concentrarse en su alrededor. Puso sus manos frente a sus ojos y vio como estas temblaban levemente. Las imágenes de la pelea con Apolo, la muerte de Milo y su nueva transformación atacaron su mente. Sintió como el dolor de cabeza aumentaba y se volvió a recostar, con la mirada fija en el techo pero con la mente aun puesta en la batalla que libró contra el demonio. Parte de su interior aun abrigaba la enorme ira que sintió tras la muerte de su amigo y maestro; era un sentimiento que no lograba apartar. Puso una de sus manos en su pecho y suspiró, percibiendo las dos llamas que convivían en su interior. Una de ellas era el poder que Milo le había traspasado.

—¿Despertaste ya?

Allen no podía creer que escuchaba esa voz en aquel lugar. Se puso de pie rápidamente, buscando el origen de aquella conocida voz. Se mareó y tuvo que sentarse de golpe en el sofá. Alzó su vista y la vio.

De pie, en el umbral de la puerta de entrada, Minerva lo observaba con sus amarillentos ojos. Llevaba puesto aquel vestido negro y ajustado que la caracterizaba, sus labios estaban pintados de un morad intenso y en las manos llevaba bolsas con comida. Allen se quedó sin habla al verla. Su mareo momentáneo le impidió articular palabra alguna durante unos instantes. Minerva avanzó y dejó las bolsas sobre una mesa, para luego mirarlo mientras apoyaba una de sus manos en su curvilínea cadera.

—¡¿Q...qué haces tú aquí?! —Fue lo primero que logró decir el chico mientras intentaba ponerse en pie. Minerva se limitó a esforzar una sonrisa coqueta.

—No te esfuerces, no has recuperado todas tus energías... —La mujer avanzó hacia Allen, llevando sus manos a su espalda para bajar lentamente el cierre de su vestido—. La verdad es que llevo mucho tiempo aburrida y pensé en raptarte para tener un poco de diversión, ya sabes... una mujer también tiene necesidades... —Allen se enterró en el sofá, tragando saliva nervioso. Al ver su reacción, Minerva rio, subió el cierre y se volteó aun riendo—. No has cambiado mucho, Allen.

—¡Te hice una pregunta! —Allen, rojo de vergüenza, se puso en pie mientras llevaba su dedo índice a su boca. Minerva lo miró de reojo y sonrió.

—Cálmate, esta vez no es nuestra enemiga.

La respuesta provino de otra voz femenina que el chico conocía. Allen se giró y vio a Valentine aparecer desde el interior del baño. Una toalla era lo único que cubría su esbelto cuerpo, mientras que con otra toalla secaba su cabello. Se mostraba totalmente despreocupada mientras caminaba hacia el chico. Le dio un fuerte abrazó y, para sorpresa del chico, soltó unas cuantas lágrimas.

—Milo... —murmuró entre sollozos. Allen tragó saliva y abrazó a la chica con fuerza. Minerva aprovechó el momento y fue hacia la cocina sin hacer ruido, dejando a ambos caballeros solos.

—Lo siento mucho, Vale... —susurró el chico. Valentine se separó, secó sus lágrimas con la toalla con la que secaba su cabello y asintió. En ese momento, la puerta de entrada se volvió a abrir y el chico pudo ver a Nívea y a Lancelot ingresar juntos en el lugar. La sorpresa del chico aumentó al ver al Caballero Ermitaño. La líder llevaba el cabello suelto y se notaba el cansancio en su rostro. Ambos saludaron y se sentaron en los otros sofás.

—Me alegra ver que ya estás bien, chico —Le dijo Nívea, sonriéndole ampliamente.

—Gracias, Nívea, pero... ¿Qué pasó contigo y con Valentine? ¿Y los demás? ¿Qué pasó con el cuerpo de Milo? ¿Por qué estamos acá? ¿Qué hace Lancelot aquí? Y sobre todo, ¿Por qué Minerva esta con ustedes? —preguntó con preocupación, mientras tanto Valentine se retiraba por un pasillo en el fondo. Nívea suspiró antes de contestar.

—Una pregunta a la vez, chico... Estamos en la casa de Lancelot, esta apartada de la ciudad de Manchester así que tómalo como un segundo cuartel general. En cuanto a Milo, le haremos un funeral como merece cuando toda esta pesadilla termine —Nívea sonrió mientras se acomodaba en el asiento—. Nosotras no peleamos, no apareció ningún demonio —Le comentó la castaña. Lancelot se cruzó de brazos y guardó silencio—. Boric tampoco peleó, ahora está durmiendo en una de las habitaciones. Thomas y Draco no han vuelto, no sabemos nada del paradero de los dos. Hiro derrotó a Mercurio y también está descansando. Khroro ganó pero sufrió un daño por ahora irreparable y no puede moverse de la cama en la que lo acostamos.

—¿Pero está bien? —preguntó el chico con preocupación.

—Va a estarlo, o eso asegura Lancelot... —Nívea giró su cabeza hacia el azabache; Allen también dirigió su mirada hacia él. Lancelot, al sentirse aludido y observado, descruzó sus brazos y se colocó en pie.

—Reunamos a todos en la habitación de Khroro, ahí les contaré todo. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora