Capítulo XCVIII

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Una mancha roja se formó inmediatamente en la blanca armadura de Draco. La defensa del caballero no fue suficiente para detener el ataque de Luzbel, y la espada del demonio terminó por atravesar el pecho del pelirrojo de lado a lado. Luzbel retiró su espada con vehemencia y se alejó flotando, observando con una sonrisa diabólica el orificio que se había formado en el pecho de Draco y como la sangre se expandía por su armadura. Al segundo, el hielo que Draco había creado desapareció y el cuerpo del caballero comenzó a descender en caída libre hacia el suelo.

—¡LUZBEL!

—¡MALDITO!

Los gritos de Hiro y Lancelot se escucharon con una fuerza imponente en el lugar, alertando al demonio del ataque de los dos caballeros. Hiro llegó al segundo ante Allen y golpeó al chico con todas sus fuerzas para que este se liberase de la habilidad del demonio. Allen reaccionó a tiempo y, obviando el dolor y las lágrimas que se amontonaban en sus ojos, apartó de un empujón a Hiro y voló en dirección del cuerpo de Draco.

Por otra parte, Lancelot había saltado en dirección a Luzbel y reunió toda la energía que le quedaba alrededor de su enorme espada. Los ojos del Caballero Ermitaño se habían vuelto los de un demonio, y un pequeño rastro de lágrima se vislumbraba por su pómulo derecho. La energía que le quedaba a Lancelot se juntó alrededor de su espada y cuando se encontró a corta distancia de Luzbel, lanzó su ataque con forma de media luna mientras lanzaba a su vez un grito lleno de ira y dolor. Luzbel se puso a la defensiva, haciendo aparecer la espada blanca en su mano humana y colocando ambas armas en forma de equis frente a sí para contener el ataque de Lancelot. Sin embargo, el ataque del caballero llevaba tanta fuerza que el demonio comenzó a retroceder cuando este impactó contra su defensa. Luzbel apretó los dientes al darse cuenta que no era un simple ataque y sujetó con todas sus fuerzas sus espadas, pese a que seguía retrocediendo. Cuando Luzbel pensó que había controlado el ataque de Lancelot, este comenzó a trizar la espada blanca del demonio hasta partirla en dos. Luzbel retrocedió mientras Lancelot llegaba hasta su altura y chocaba su espada contra la que aún le quedaba al demonio. Luzbel estaba completamente sorprendido de que al caballero le quedasen tantas energías para hacerle frente, incluso para partir en dos una de sus poderosas espadas. En tanto, Lancelot se estaba exigiendo al límite en busca de vengar a Draco.

—¡No te voy a perdonar esto, Luzbel! —Le gritó el caballero, perdiendo claramente la calma. El rostro de Lancelot solo reflejaba la ira que sentía en aquel momento.

Mientras Lancelot enfrentaba al demonio, Allen voló a toda velocidad para tomar el cuerpo de Draco entre sus brazos antes de que este se azotase contra el suelo. Descendió lentamente a tierra mientras apretaba el cuerpo del pelirrojo y gritaba con desesperación su nombre. Los ojos del caballero poco a poco parecían irse desvaneciendo al igual que su vida. Allen se arrodilló, tapando la herida de Draco de forma desesperada mientras las lágrimas caían por sus mejillas y se mezclaban con la sangre en el pecho del caballero.

—¡Draco, Draco! —gritó Allen con verdadera desesperación mientras miraba el rostro del caballero. Segundos después, Draco tosió sangre y pareció recobrar ligeramente la consciencia.

—A-Allen... —susurró a penas mientras el líquido rojo caía por la comisura de sus labios.

—No te esfuerces, guarda tus energías para que Vale venga y te cure. —Le pidió Allen con nerviosismo. El chico sentía como le temblaban los brazos mientras sostenía el cuerpo de su compañero.

—Ya... ya no me queda mucho tiempo... —volvió a susurrar Draco con dificultad. Allen abrió grande sus ojos al escucharlo y apretó su mandíbula, haciendo un esfuerzo por no quebrarse.

—No Draco... No nos puedes dejar... ¡No puedes morir! —exclamó con rabia el azabache mientras apretaba el cuerpo de Draco contra sí mismo. Lo cierto era que Allen no quería aceptar la realidad. La herida provocada por la espada de Luzbel era incurable, solo era cosa de segundos para que la vida de Draco terminase. Y el joven, en el fondo, sufría porque sabía que la culpa era de él y de su arrogancia.

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora