Capítulo XLIX

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«No soy una traidora, no soy una traidora, no soy una traidora...» se repetía a sí misma Minerva. Se había sumido en una lucha interna mientras Lancelot libraba su batalla contra Diana. Cayó de rodillas, se tapó los oídos con sus manos y comenzó a repetirse una y otra vez a sí misma que no era una traidora, como sostenían sus hermanos demonios. Lancelot, de pie delante de la demonio serpiente, la miró de reojo con su ojo negro. El caballero se mantenía en su lugar, con la enorme espada negra clavada en el suelo delante de él, mientras que con los dedos de su mano derecha manipulaba los tentáculos filosos de sombra, los cuales chocaban con las incesantes flechas de hielo de Diana.

«No soy una traidora» seguía repitiéndose Minerva a sí misma. En su mente, las palabras de Vulcano seguían resonando: «Júpiter tenía razón, al víbora tarde o temprano nos iba a traicionar, tal y como lo hizo la vez anterior». «¿La vez anterior? ¿A qué se refería Vulcano?» las dudas inundaban a Minerva. Buscó en sus recuerdos, pero todo lo que había vivido en su anterior vida había sido borrado. ¿Y si realmente había sido una traidora? ¿Y si estaba volviendo a traicionar a sus hermanos? Todas esas preguntas se juntaban en el interior de Minerva, mientras se apretaba los oídos y cerraba sus ojos con fuerza.

Lancelot seguía mirando de reojo a la demonio, preocupado por el estado en el que se encontraba, pero sin poder desconcentrarse de la pelea contra Diana. La demonio de hielo creaba sus flechas a gran velocidad y las disparaba sin siquiera apuntar; aun así, las flechas siempre llegaban ante el caballero. Lancelot se mantenía a la defensiva, analizando la situación, mientas con los dedos de su mano manipulaba las sombras para protegerse del ataque de Diana. Lancelot dudaba respecto a lo que estaba por hacer, pero debía tomar una decisión rápido; el tiempo no era aliado de los caballeros. Un aura negra comenzó a rodear lentamente toda la silueta del Caballero Ermitaño, mientras el mechón que cubría su ojo izquierdo se apartaba y su ojo derecho se volvía de color blanco. Diana notó el cambio que estaba sufriendo Lancelot y detuvo su incesante ataque, manteniéndose a la expectativa.

Una sombra comenzó a surgir del suelo, hasta posicionarse junto a Lancelot. Para sorpresa, incluso de Diana, aquella sombra que había aparecido no era la del caballero; era una sombra curvilínea, claramente de mujer. Era la sombra que Lancelot le había robado a Minerva; aquella sombra pertenecía a la demonio. El caballero chasqueó los dedos de su mano izquierda, y la sombra de Minerva se esfumó. O eso habían pensado las dos demonios que observaban con intriga el accionar de Lancelot, pero lo que en realidad había hecho era devolver la sombra a su dueña. Minerva se asombró y bajó su vista, comprobando que volvía a tener sombra. Miró a Lancelot confundida, buscando explicaciones, pero este ya le había vuelto a dar la espalda.

—Vete, eres libre —susurró fríamente, enfocando su atención en Diana.

—¿Q...Qué? —preguntó Minerva, totalmente descolocada por las acciones del azabache.

—Ya no te necesito —Fue lo único que contestó Lancelot antes de desenterrar su negra espada, blandiéndola horizontalmente, mientras comenzaba a caminar en dirección a la demonio de hielo. Minerva se quedó en su lugar, observando la espalda de Lancelot mientras este se alejaba. Quiso gritarle, quiso detenerle, pero algo en su interior le impidió moverse. Había recuperado su sombra, ya no tenía que seguir al lado del caballero y podría regresar con sus hermanos, lo cuales ya no tendrían motivos para llamarla traidora. Pese a todo eso, una parte de ella quería seguir junto a Lancelot aunque sabía que era imposible. Alzó la vista y vio la pelea entre su hermana Diana y el caballero más poderoso.

La demonio de hielo volvió a atacar incesantemente a Lancelot, mientras este utilizaba su técnica de tentáculos de sombra para defenderse y bloquear las flechas de hielo. Diana generó una flecha más grande que las anteriores y la lanzó a mayor velocidad que antes. Minerva ahogó un grito, creyendo que aquel ataque daría de lleno en el caballero. Sin embargo Lancelot, para sorpresa de las dos demonios, intercambió su lugar velozmente por su sombra, siendo esta la que recibió el ataque. Tanto Diana como Minerva miraron alrededor, buscando rastro de Lancelot, pero este no se encontraba por ningún lado. La sombra, en tanto, saltó en dirección a la demonio de hielo mientras blandía la enorme espada negra. Diana comenzó a lanzarle sus flechas de hielo, pero estas atravesaron a la sombra como si de humo se tratase. Aterrada, generó flechas cada vez más grandes y filosas, pero fue en vano; las flechas solo atravesaban a la sombra mientras esta se acercaba a la demonio. En el último instante, la sombra intercambió su lugar con el verdadero Lancelot. Diana no logró reaccionar a tiempo debido a la sorpresa y Lancelot, veloz y ágil, aprovechó el momento para lanzarle su ataque en forma de media luna, cortando a la demonio en dos mitades.

—No eres rival para el poder de las sombras —murmuró Lancelot mientras remataba a Diana con otro de sus ataques de sombras. Con eso, los caballeros habían derrotado a los cinco demonios que habían ido a enfrentarlos.

Lancelot cayó al suelo mientras su ojo derecho regresaba a la normalidad y el aura negra se disipaba. Minerva se puso en pie e intentó hablarle, pero el caballero se puso en camino sin decir una sola palabra. Lancelot solo pensaba en juntarse con el resto de caballeros para ir en búsqueda de Júpiter. A lo lejos pudo ver a Allen volando en su dirección. Cerró sus ojos y se dirigió hacia él, no obstante, una voz detrás de él lo detuvo.

—Han hecho un buen trabajo, Caballeros de la Realeza.

Lancelot, reconociendo aquella voz, se volteó blandiendo su espada negra. Júpiter se encontraba de pie detrás de Minerva, quien no había notado la presencia del demonio hasta oír su voz. La demonio serpiente volteó su cabeza para mirar al demonio, quien estaba con los ojos cerrados y con una enorme sonrisa maliciosa en su rostro. Minerva pudo sentir una gran presión proviniendo de Júpiter y una densa aura oscura emanando de su ser. El miedo la paralizó por completo.

—Lamento hacer lo que haré a continuación hermana, pero todo es por nuestro bien. Todo sea por triunfar y aniquilar a los humanos. Sé que lo comprenderás— le susurró Júpiter mientras posaba una mano en la cabeza de Minerva, acariciándosela de una manera paternal.

—Tú no eres mi hermano, Júpiter —Minerva apenas logró pronunciar aquellas palabras, debido al terror que sentía. Júpiter abrió sus ojos y miró a la demonio de una forma tan malvada, que incluso Lancelot se paralizó.

—Fuiste mi mejor peón, Minerva —susurró tétricamente el demonio.

Todo ocurrió en cosa de segundos. Júpiter bajó su mano mientras la envolvía en electricidad, atravesando de golpe a Minerva por el centro de su pecho, hasta arrancarle el corazón. Minerva abrió grande sus ojos mientras su sangre escapaba de su boca y de la herida en su pecho. El demonio, sin perder tiempo, aplastó el corazón de Minerva en su mano. Los ojos de la demonio se posaron en los de Lancelot, instantes antes de perder la vida. En esa milésima de segundo, Lancelot comprendió todo lo que la mujer había tenido que vivir. En esa milésima de segundo, Lancelot por primera vez comprendió lo que sentía por aquella mujer, a quien había aprisionado, la había cuidado y luego liberado. Lancelot sintió en aquel momento que no volvería a ver nunca más a aquella mujer. Allen llegó en aquel momento y descendió a la superficie, colocándose junto a Lancelot y mirando aquella escena igual de impactado que el Caballero Ermitaño. La mujer que alguna vez había querido, era asesinada en ese momento por uno de sus hermanos.

Cuando Júpiter sacó su mano ensangrentada y el cuerpo de Minerva cayó de bruces al suelo, ambos caballeros estallaron en ira. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora