Capítulo LX

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Tras la batalla contra Plutón, los Caballeros de la Realeza volvieron a la casona de Lancelot, transportando los cuerpos de Allen, Boric y Hiro, quienes aún estaban inconscientes. Los repartieron en distintas piezas y Valentine los atendió, utilizando las últimas energías que le quedaban. Tras eso, los demás decidieron que lo oportuno para todos era descansar y recuperar las energías. Por una noche, los Caballeros de la Realeza volvieron a dormir tranquilos.

Hiro, Boric y Allen recobraron la consciencia al día siguiente, para alegría de todos sus compañeros; solo Afrodita seguía sin despertar, aunque según Valentine era algo esperado. Allen reunió a todos sus compañeros en el salón y les pidió disculpas por su comportamiento en la pelea contra Plutón, donde se había dejado manipular fácilmente por la oscuridad. Khroro fue el primer en acercársele y, para sorpresa del chico, lo rodeó por el cuello con uno de sus brazos y comenzó a apretarlo con fuerza.

—¡Serás idiota! —Le gritó mientras los demás reían ante aquella escena. Al separarse, le dirigió una enorme sonrisa a Allen, quien aún lo miraba sin comprender.

—P-pero les causé muchos problemas... —insistió el chico.

—Somos tus compañeros Allen, no tienes que disculparte por algo que hiciste inconscientemente —aclaró Nívea mientras se acercaba y le daba un suave y cálido abrazo. Allen cerró sus ojos, aguantando las lágrimas y asintió.

Con aquel traspié resuelto, los Caballeros de la Realeza se enfocaron en el problema que aun persistía: el eclipse. Todos estaban completamente seguros de que habían acabado con todos los Demonios del Apocalipsis, sin embargo, el eclipse no desaparecía y el mundo seguía encontrándose sumido en la oscuridad.

Las ciudades que no fueron atacados por los demonios intentaron seguir con la vida normal, pese a que la oscuridad estaba presente en todo momento. Los líderes mundiales estaban confundidos, sin saber que decisiones tomar con respecto a las ciudades destruidas por aquellos seres enigmáticos. Los científicos trabajaban arduamente, buscando respuesta ante aquel interminable eclipse, pero sin lograr mayores resultados. Así pasaron los días, con la humanidad acostumbrándose lentamente a la eterna oscuridad.

Afrodita despertó al quinto día, para la tranquilidad de todos. En un comienzo fue caótico; como era de esperarse, no se tomó bien la noticia de la muerte de su hermano y sufrió una recaída, pero con los cuidados intensivos de Valentine logró reponer sus fuerzas. Allen esperó su oportunidad hasta que Afrodita estuviese mejor, y la fue a visitar para tener una conversación privada. Al entrar en la habitación, la encontró acostada, mirando las noticias sobre el eclipse por la televisión. Afrodita apagó la televisión y le sonrió dulcemente, palmando el borde de la cama junto a ella. Allen hizo caso y se acercó para sentarse lo más cerca de ella posible y, antes de que cualquiera de los dos dijese algo, se dieron un fuerte y apretado abrazo. Se mantuvieron así mucho tiempo, en un completo silencio, mientras se abrazaban. Al separarse, Allen pudo notar las lágrimas cayendo por las mejillas de la chica y, de forma muy suave y cariñosa, se las secó con la yema de sus dedos.

—Gracias por todo, Allen —Le dijo Afrodita, dibujando una hermosa sonrisa en su rostro. El chico se mordió el labio inferior levemente antes de contestar.

—No pude salvar a tu hermano... —susurró, desviando la mirada. Afrodita tomó sus mejillas con sus manos y lo obligó a mirarla.

—Pero me salvaste a mí, estoy segura de que Craneus estaría feliz por ello —Afrodita seguía sonriéndole. Allen tragó saliva y asintió, aguantando las ganas de ponerse a llorar. Afrodita siguió sonriendo y continuó hablando—. Él y yo no fuimos muy unidos, ya que crecimos en familias distintas. De hecho, hasta hace poco no sabía que él era mi hermano. Nuestros padres se separaron cuando éramos unos bebés, así que por eso crecí sin saber que tenía un hermano mayor. Yo me quedé con mi madre, pero ella falleció cuando tenía diez años así que desde entonces, he estado bastante sola. Es más, me uní a Los Caballeros de la Realeza porque no quería seguir estando sola. Vi esa oportunidad como una para encontrar mi lugar en el mundo, y creo que no me equivoqué en mi decisión. Cuando me uní y me encontré con Craneus, Nívea nos contó la verdad, y no pude evitar sentir una gran alegría al saber que no estaba sola en este mundo. El perderlo ahora es un daño enorme, pero sé que él no querría que yo volviese a aislarme. Por eso, seguiré junto a ustedes en nombre de mi querido hermano.

Allen escuchó en silencio la historia de Afrodita, y al terminar volvió a abrazarla. No quería volver a separarse de ella, mucho menos ahora que conocía su historia. A su vez, Afrodita tampoco quería volver a separarse de Allen. Ambos movieron sus cabezas al mismo tiempo, con el mismo pensamiento en sus mentes, con el mismo sentimiento en sus corazones, sellando todo con un suave y cálido beso. Afuera de la habitación, Khroro y Valentine observaban la escena de ambos chicos besándose a través de la puerta entreabierta. El rubio miró a Valentine y le sonrió ampliamente, estirando su mano en su dirección. Valentine bufó e hizo un gesto de disgusto, mientras colocaba un billete sobre la palma de la mano de Khroro. Tras eso, ambos sonrieron y se alejaron, dejando a los dos jóvenes solos. Allen se separó lentamente de Afrodita y pudo sentir un calor recorriendo sus mejillas. Afrodita también estaba sonrojada y sonreía nerviosamente. Allen pensó en decirle que la quería, algo que hace tiempo pensaba, pero entonces, para sorpresa de todos, la tierra comenzó a temblar con fuerza. Los chicos se miraron confundidos, y momentos después Allen abandonó la habitación mientras cargaba a Afrodita en sus brazos. Al salir de la casona, pudo ver al resto de los caballeros ya afuera.

—¡¿Un terremoto justo ahora?! —gritó Boric para hacerse escuchar sobre el ruido que provocaba el movimiento de la tierra. El movimiento se hacía cada vez más intenso, complicándoles el mantenerse en pie. Los nueve caballeros se reunieron en un círculo, mientras veían como la casona subía mientras ellos bajaban.

—¡Esto es más que un simple terremoto! —gritó a su vez Draco. Como si las palabras del pelirrojo hubiesen desatado algo, la tierra delante de ellos comenzó a abrirse de par en par. Los caballeros tomaron distancia, mientras veían como se abría en un gran radio y, desde el fondo, comenzaba a emerger lentamente un castillo de color negro. Los caballeros intercambiaron miradas de duda y de terror, viendo impactados como aquel castillo negro terminaba por salir desde el fondo de la tierra. Aquel castillo comenzó a flotar delante de ellos, sostenido por un trozo de tierra que ellos reconocieron inmediatamente: la tierra que conformaba el suelo del infierno. De repente, se abrieron ocho puertas en el frontis del castillo, del cual emergieron ocho haces de luces de distintos colores. Rojo, azul, amarillo, naranjo, índigo, púrpura, verde y blanco. Los ocho haces de luz comenzaron a tomar forma lentamente, hasta convertirse en ocho seres que los Caballeros de la Realeza no habían visto nunca. Esos ocho seres se colocaron en hilera, flotando frente a las ocho puertas abiertas de aquel castillo negro. El del centro, que tenía una intensa aura blanca a su alrededor, dio un paso hacia adelante. Era un hombre alto y fibroso, y tenía el cabello largo, mitad negro y mitad blanco. Tenía una marca purpura de una lágrima bajo su ojo derecho y tenía los labios pintados de rojo. Vestía un atuendo que antaño ocupaban los nobles de la Edad Media, de color blanco y negro, con bordados escarlata. Su brazo derecho terminaba en una mano humana, mientras que el izquierdo terminaba en unas garras demoniacas. En su espalda, a la derecha sobresalían seis alas angelicales, de un blanco pulcro, mientras que de la izquierda surgían siete alas demoniacas de color negro. Ninguno de los Caballeros de la Realeza daba crédito a lo que veían, pero Allen era el más impactado, tanto que casi olvida que tenía a Afrodita en sus brazos. Dio un paso hacia el frente, con los ojos fijos en el rostro de aquel ser que había aparecido ante ellos. La palabra que surgió de la boca del azabache dejó a sus compañeros congelados.

—¿Padre?

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora