Capítulo XXXVII

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Khroro estaba postrado en una enorme cama de dos plazas. Tenía sus ojos pegados en el techo cuando Allen y los demás ingresaron en la habitación. El chico de cabellos rubios dirigió su vista hacia Allen y le sonrió.

—Me alegra verte vivo, amigo. Me contaron que estuviste sensacional —Le dijo animadamente. Poco a poco recobraba su ánimo habitual. Allen simplemente asintió con la cabeza. «Si hubiese estado sensacional, Milo seguiría con vida...» fue lo que pensó en ese momento, pero se arrepintió de decirlo en voz alta. Los ánimos ya estaban por los suelos sin que dijese nada. Nívea y Valentine se sentaron en los bordes de la cama. Hiro y Boric se apoyaron en una de las paredes. Lancelot se acercó a una de las ventanas y observó hacia afuera. Allen se quedó de pie frente a la cama mientras que Minerva se quedó apoyada en el umbral de la puerta. Había un tenso silencio que solo el Caballero Ermitaño rompió.

—Creo que todos aquí tienen muchas dudas, intentaré resolverlas rápido para que discutamos nuestros siguientes pasos a seguir —Los ojos de todos se posaron en el caballero, quien les devolvió la mirada uno por uno antes de continuar—. Minerva y yo estuvimos viajando por el mundo en este último tiempo. Quería conocer el secreto de nuestro poder y de los demonios, y Minerva resultó ser de gran ayuda —Lancelot miró a la demonio, quien se ruborizó levemente al oír sus palabras.

—¿Cómo conseguiste que nos ayudase? ¿Cómo sabes que es verdad? Yo no confió en ella... —interrumpió Boric, mirando con recelo a Minerva. El rubor en las mejillas de la mujer desapareció y le dirigió una gélida mirada.

—Porque luché contra ella y aprisioné su sombra. Si llegase a mentir, lo sabría y ella estaría muerta —aclaró Lancelot. Intercambiaron miradas con Boric hasta que el moreno terminó por bajar su mirada. No estaba convencido pero no quería empezar una disputa.

—¿Qué fue lo que encontraron? —preguntó por su parte Nívea, visiblemente impaciente. Allen también se encontraba impaciente; se mordía las uñas de sus dedos mientras escuchaba la conversación.

—Descubrimos que los Demonios del Apocalipsis y los Caballeros de la Realeza tienen una conexión sanguínea —contestó Minerva. Todos se voltearon a mirarla con incredulidad al oír sus palabras.

—¡¿Qué dices?! —Hiro hizo rápidamente la pregunta que todos tenían en su mente en ese momento. La respuesta de Minerva los había descolocado a todos. Lancelot aclaró su garganta y fue él quien prosiguió.

—Es un tema bastante complicado de aceptar y además de entender, trataré de ser lo más claro posible —El caballero se apartó de la ventana y se sentó en una silla junto a la cama—. Como dijo Minerva, los Caballeros de la Realeza y los Demonios del Apocalipsis tienen una relación de sangre. La leyenda de los Caballeros de la Mesa Redonda omite cualquier información con respecto al nacimiento de los demonios, eso siempre me pareció extraño. Tras investigar, podría decir que los Demonios del Apocalipsis nacieron gracias a los Caballeros de la Realeza.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Valentine, aterrada con la idea.

—Los Demonios del Apocalipsis son la parte malvada de los Caballeros de la Mesa Redonda —contestó Lancelot, aumentando la incredulidad del resto, quienes escuchaban expectantes—. El mal que existía en los Caballeros antiguos se separó de ellos, formándose así los demonios. Por eso tienen poderes similares a los nuestros, y es que Caballeros y Demonios fueron un solo ser hace mucho tiempo. Doce caballeros y doce demonios, que en sus inicios eran una sola persona. Cada uno de nosotros tiene una relación sanguínea con cada uno de los demonios. Eso nos lleva a la respuesta de por qué nos están cazando sin matarnos. Tanto ellos como nosotros estamos incompletos sin nuestra otra mitad, por eso ellos buscan alcanzar el estado de perfección. Para alcanzar esa fase, es necesaria la sangre de nuestra contraparte.

—Júpiter tenía conocimiento de esto y por eso nos dio la orden de atraparlos sin matarlos —complementó Minerva, evitando cruzar miradas con el resto—. Lo que no sabía, era quienes eran nuestra contraparte. Por ejemplo, mandó a Apolo por Milo, creyendo que eran el mismo ser. Pero yo tuve dudas de aquello cuando Apolo se comió uno de los brazos de Milo y no experimentó ningún cambio.

—Entonces, ¿Cuáles son las parejas? —preguntó Allen, quien había asimilado rápidamente la información y deseaba saber con qué demonio estaba emparentado. Lancelot sacó una de sus manos debajo de su capa y un aura negra comenzó a rodearla. El aura empezó a tomar una forma cuadricular, semejante a una pizarra pequeña, sobre la mano del hombre.

—Bueno... Milo estaba emparentado con Vulcano —En la negra pizarra se proyectó una imagen tanto del caballero como del demonio—. Boric con Ceres, Craneus con Vesta, Thomas con Marte, Valentine con Venus —A medida que el caballero nombraba las parejas, la pantalla proyectaba las imágenes de los nombrados y los emparejaba—. Hiro con Mercurio, Afrodita con Neptuno, Allen con Apolo, Draco con Diana, Nívea con Juno y yo estoy emparejado con Minerva —Lancelot deshizo la pantalla. Todas las miradas se dirigieron hacia el rubio caballero que se encontraba acostado en la cama—. Tú, Khroro, estás emparentado con Júpiter, el líder de los demonios. Por eso te dije que había una última opción de que vuelvas a mover tu cuerpo. Necesitamos la sangre del demonio más poderoso.

—Muy esperanzador... —susurró bromeando el chico mientras miraba al techo.

—Además, hay uno de nosotros que tiene una particularidad que el resto no —prosiguió Lancelot y miró fijamente a Allen. La mirada del Caballero Ermitaño logró intimidar al chico, mientras sentía como los demás se volteaban a verlo—. Uno de los antiguos caballeros tenía un rasgo particular, y es que funcionaba como nexo entre todos los poderes. Él podía dominar y ocupar las habilidades de cualquiera de los demás caballeros. Ese caballero era Arturo Pendragón. Así que deduzco que tú, Allen, eres el actual nexo entre todos nosotros. Por eso pudiste ocupar el poder de Milo, más allá de que era su voluntad traspasarte su poder —Lancelot se puso en pie y caminó hacia Allen. Sacó una de sus manos debajo de su capa y la estiró hacia el chico. Allen estiró su mano y Lancelot dejó una jeringa, con una sustancia negra en ella, sobre la palma. Allen la miró sin comprender y luego alzó su vista hacia Lancelot—. Es la sangre de Apolo. Mi teoría no está confirmada aun, así que es mejor ser precavido, pero prefiero que tú la tengas. Utilízala cuando creas que es el momento indicado —Allen asintió y entonces Lancelot sacó otra jeringa, fue hacia donde estaba Hiro y se la pasó. El albino recibió la jeringa como si le estuviesen pasando un dulce—. Lo mismo para ti, no la ocupes hasta que sea el momento.

—Es increíble que los demonios sean nuestra parte malvada... —comentó Valentine, quien aún se veía visiblemente horrorizada.

—Es difícil de creer, pero tiene bastante lógica —dijo a su vez Nívea, acomodando sus lentes.

—No le demos tantas vueltas al tema —Hiro había guardado la jeringa y había dado un paso al frente con el puño apretado—. Tenemos que salvar a nuestros camaradas, para eso debemos ir al Infierno —Se volteó hacia Minerva y la encaró—. Necesitamos a uno de los demonios para ir...

—No tengo más alternativa que hacerlo —murmuró la demonio mientras se encogía de brazos y se daba vuelta, marchándose por uno de los pasillos.

—Por eso me caen mal las mujeres... —bromeó Khroro, haciendo sonreír a los demás a excepción de Lancelot.

—Tenemos que buscar a Thomas y a Draco y partir al Inframundo —señaló mientras miraba fijamente a Nívea. Ambos cruzaron miradas durante unos segundos, hasta que la líder suspiró y asintió, poniéndose en pie.

—Tengo un mal presentimiento, vamos...

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora