Capítulo LXXII

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—¿Arturo Pendragón...? ¿Entonces por qué ese demonio se parece a Allen y lo llama "hijo"? ¡No tiene sentido! —gritó Afrodita, cada vez más sorprendida y confundida.

—Oh, esa es una hermosa historia que, lamentablemente, no me toca contar a mí —El demonio rio al ver el rostro de enfado de la chica y descruzó sus brazos, dispuesto a volver al ataque.

Satán alzó su mano izquierda, creando un disco giratorio de fuego sobre su palma mientras miraba con una sonrisa amplia a Afrodita. La chica pestañeó una sola vez, y entonces ya tenía el ataque del demonio a escasos metros de distancia. Se sobresaltó y con gran agilidad, agitó su látigo para tomar el disco giratorio de fuego con él, se giró sobre sus talones y lo lanzó de vuelta contra Satán. El demonio sonrió ante el ingenio de la chica y batió sus alas para esquivar el ataque, sin percatarse que tras él venían varios dardos de agua que se clavaron en su pecho y extremidades. Satán rugió adolorido y se arrancó los dardos, mirando a Afrodita con los colmillos apretados.

—Comienzas a fastidiarme... —susurró mientras una intensa aura naranja comenzaba a rodear sus alas.

—Es la idea —contestó Afrodita de forma provocativa, sonriendo ampliamente mientras apretaba su látigo, dispuesta a seguir con la pelea.




En la quinta habitación...

Thomas utilizó su hacha para generar un huracán que desestabilizó a Draco en el aire, haciéndole caer al suelo y azotarse con el frío hielo. El cadáver aprovechó para atacar a Draco, quien se vio obligado una vez más a defenderse.

—¡Thomas, amigo, detente! —gritó mientras utilizaba su espada para bloquear los ataques del robusto caballero, aunque sabía que era en vano. Aquel ser no era su amigo más que en apariencia.

Varios metros más allá, Allen retrocedía sin atreverse a atacar a Milo, quien lo atacaba incesantemente con su brazo-espada. Allen colocó a Aegis frente a sí mismo para defenderse y recibir los ataques de Milo, mientras pensaba en alguna forma de salir de aquella situación. Fue entonces cuando recordó unas palabras que su amigo y maestro le había dicho en aquella oportunidad en la que Milo le ayudó a manifestar su armadura.

"—No importa quién sea tú rival, siempre debes enfrentarlo con todas tus fuerzas. Sobre todo sí lo que está en juego es tú vida, la vida de alguien más o el destino de la humanidad. No dudes, porque podría ser fatal. Se fuerte, incluso sí tú enemigo es una persona conocida".

Allen tragó saliva y dudó, mientras miraba fijamente los vacíos ojos de Milo, quien no dejaba de atacarlo. Se encontraba en la situación que Milo le había dicho, pero no podía no dudar sí su cadáver era su rival. No se atrevía a lastimar el cuerpo de su amigo muerto.

—Pelea, Allen.

El azabache abrió grande sus ojos por la sorpresa. Llevaba tiempo sin escuchar aquella voz en su interior; para ser exacto, desde aquella primera pelea contra Apolo que no escuchaba esa voz proveniente de la llama en su interior. Incluso había olvidado, con todo lo que le había tocado vivir, el hecho de que había una voz en su interior que lo motivaba a pelear. Sin embargo, aquella voz había borrado todas las dudas en su mente.

Unas llamas escarlatas y amarillas rodearon su figura, mostrando esta vez la armadura del Modo Fusión. Alzó a Gram sobre su cabeza y lanzó un corte vertical con todas sus fuerzas, que Milo bloqueó con su cola-espada para luego atacar a Allen con su brazo-espada. El azabache se movió ágilmente para colocar a Aegis y bloquear el ataque del cadáver. Esas pequeñas acciones hicieron que Allen sonriese por primera vez.

—Se nota que por fuera eres Milo, tú poder sigue intacto —murmuró mientras sonreía y empujaba al chico de mechones azules con su escudo, para luego volver a atacarlo con Gram. Allen volvió a sonreír, como si todo fuese un entrenamiento más.




En la primera habitación...

Khroro y Leviathan salieron expulsados en direcciones distintas, chocando ambos contra arrecifes de coral para luego caer de rodillas suelo. Khroro soltó su lanza y Leviathan su tridente, ambos apoyando sus manos en el suelo mientras jadeaban con la respiración entrecortada. Llevaban cerca de una hora peleando, sin sacarse ventajas entre ellos. Khroro apoyó una mano en una de sus rodillas y se levantó con ciertas dificultades, tambaleándose y chocando su espalda con un montículo de tierra detrás de él. Intentó recobrar el aliento mientras miraba como Leviathan también se colocaba en pie y tomaba su tridente, apuntando hacia el rubio caballero.

—Ya fue suficiente, te acabaré en este instante —expresó el demonio mientras una esfera de agua se formaba en la punta de su tridente. Sin esperar, lanzó su ataque contra el agotado Khroro.

El caballero, a pesar del cansancio, logró tirarse al suelo para esquivar el ataque y tomó su lanza, levantándose en el mismo instante en el que Leviathan lo embestía con su tridente. Volvieron a chocar sus armas, las chispas volaron en distintas direcciones, y sus miradas se fijaron en el contrario fijamente.

—Acabemos con esto de una buena vez por todas —murmuró Khroro mientras en su mente volvía a tener la idea que tuvo en su batalla contra Neptuno: sí quería ganar, debía utilizar su ataque suicida.

El aura dorada de Khroro y el aura azul de Leviathan comenzaron a incrementarse paulatinamente, hasta transformarse en dos enormes esferas chocando mutuamente.

Khroro pensó en Valentine y en sus compañeros y sonrió ampliamente. «Fue un gusto pelear una vez más al lado de ustedes» pensó mientras comenzaba lentamente a descargar una enorme cantidad de chispas eléctricas alrededor suyo y de Leviathan. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora