Capítulo LIV

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Júpiter se envolvió a sí mismo en electricidad oscura y ondas expansivas comenzaron a emanar de él. De un momento a otro, desapareció de la vista de los caballeros y apareció en el suelo, frente a los siete guerreros. Todo ocurrió a tal velocidad, que los caballeros aun bajaban su vista cuando Júpiter hizo su movimiento. Enterró su enorme espada dorada en la tierra, destrozándola en un radio enorme. Los siete caballeros trastabillaron al ver el suelo debajo de ellos agrietado, logrando saltar a tiempo. Sin embargo, Júpiter ya se había movilizado y había decidido cuál sería su primera presa. Dejó su enorme espada clavada en el suelo y volvió a desaparecer, para aparecer instantes después ante Boric. Tomó al moreno del rostro y lo azotó contra el suelo, mientras su cuerpo completo se transformaba en uno de hielo. Se elevó a cierta distancia y generó cuatro enormes flechas de hielo como las de Diana, lanzándolas con todas sus fuerzas contra Boric. Las cuatro flechas se clavaron en las manos y pies del caballero, aprisionándolo contra un pedazo de tierra. Los otros seis caballeros se abalanzaron contra Júpiter, pero el cuerpo del demonio volvió a cambiar, transformándose en uno de pura electricidad la cual descargó contra los guerreros, manteniéndolos a raya. El cuerpo de Júpiter volvió a transformarse; sus músculos incrementaron pareciéndose a los de Marte y embistió contra Boric. Fusionó la fuerza física del demonio Marte con la enorme velocidad de Mercurio, golpeando a tal velocidad a Boric que el resto solo lograba visualizar los brazos del demonio distorsionados. El modo perfecto del caballero no fue suficiente, incluso su armadura desapareció, pero Júpiter siguió golpeando a Boric con todas sus fuerzas, haciéndole vomitar una gran cantidad de sangre. Allen lanzó un torbellino de fuego desde Gram, Lancelot un corte sombrío en forma de media luna, Khroro un rayo eléctrico y Draco disparó varias balas de hielo contra Júpiter, pero los cuatro ataques atravesaron al demonio sin golpearlo. La imagen de Júpiter se borró como si de humo se tratase y el verdadero apareció detrás de Nívea. Ninguno logró reaccionar antes de que Júpiter rodease el cuerpo de la líder en llamas negras como las de Apolo en fusión con sus rayos. El resto de los Caballeros de la Realeza vio con terror como la mujer caía al suelo tras recibir aquel fulminante ataque, con el cuerpo quemado, con los ojos en blanco y con un hilo de sangre cayendo por la comisura de sus labios. Júpiter, que aún se encontraba detrás de Nívea, observó al resto con una enorme sonrisa de satisfacción y sadismo, y volvió a desaparecer de la vista de todos. Los caballeros pestañearon y vieron a Júpiter junto a su espada, la cual aún se encontraba enterrada en el suelo, volvieron a pestañear y el demonio ya había desaparecido. Una gran roca ardiendo en magma cayó sobre los cinco caballeros que aún se mantenían en pie, obligándolos a retroceder. Hiro tomó el cuerpo de Boric y Draco el de Nívea, alejándolos del impacto de la enorme roca que Júpiter había lanzado utilizando el poder de Vulcano. Khroro, Allen y Lancelot en tanto buscaron con la mirada la presencia de Júpiter, sin mayor éxito.

Repentinamente, el demonio apareció entre medio de los tres y los golpeó con una onda de viento cortante que los mandó a volar. Mientras eran mandados a volar, Allen, Lancelot y Khroro lanzaron sus respectivos ataques. Un torbellino de fuego, un tentáculo de sombras y un rayo eléctrico golpearon de lleno al demonio. Los caballeros tocaron suelo, esperanzados por haber lastimado a Júpiter, y alzaron sus vistas para ver el resultado. El torbellino de fuego de Allen quemó el brazo derecho del demonio, el rayo eléctrico de Khroro le paralizó la pierna derecha y el tentáculo filoso de Lancelot había atravesado el hombro izquierdo de Júpiter. Se iban a abalanzar contra el demonio, aprovechando aquel momento de gravedad por el que pasaba, pero entonces un aura celeste envolvió al demonio y sus heridas sanaron de golpe. Júpiter había utilizado la habilidad de Venus para curar sus heridas.

—Este bastardo... —murmuró Lancelot agitado, deteniéndose de golpe mientras escupía sangre al suelo—. ¡Allen! ¡Khroro! ¡Hay que acabarlo de un solo golpe o seguirá curándose de todos nuestros ataques!

Los tres se dispersaron para enfrentarse contra Júpiter, mientras Hiro y Draco se unían a ellos. Júpiter creó velozmente una serie inmensa de kunais como las de Vesta, envolviéndolas en electricidad algunas, en llamas negras otras y en un remolino de viento cortante las restantes, lanzándolas todas contra los cinco caballeros. Allen se interpuso primero y colocó a Aegis para recibir el ataque, Hiro lo acompañó aprovechando su piel de acero para recibir otra tanda de kunais, sin embargo eran tantas, que varias pasaron junto a los dos y golpearon a los otros tres guerreros. Draco y Lancelot hicieron gala de su velocidad y esquivaron la mayoría de las kunais, pero algunas dieron con su objetivo. El pelirrojo recibió una kunai envuelta en electricidad en su muslo derecho, haciéndole perder el equilibrio. Lancelot, en tanto, recibió una kunai envuelta en vierto cortante en la mejilla izquierda, provocándole un ligero corte del cual rápidamente comenzó a emanar su sangre. Khroro, por su parte, utilizó su técnica de duplicado, con lo cual engañó la vista de Júpiter y logró posicionarse velozmente detrás de él, pasando sus brazos bajo sus axilas para aprisionar al demonio en un fuerte agarre. Allen y Hiro se abalanzaron velozmente contra Júpiter, blandiendo sus espadas para clavarlas en el abdomen del demonio, sin embargo, este expulsó una gran cantidad de luz que cegó a los cinco caballeros. Le dio un codazo al abdomen de Khroro y se soltó de su agarre, volviendo a lanzar una onda expansiva para alejar a los cinco caballeros de él. Esta vez, los Caballeros de la Realeza aprovecharon el momento y tomaron mayor distancia de Júpiter para tomar un segundo aire. La fatiga y las severas heridas comenzaban a ralentizar sus movimientos, haciéndolos más predecibles y menos efectivos. El agotamiento se hizo presente en los cinco, pero entonces ocurrió algo que no esperaban.

Una intensa aura celeste comenzó a rodear a los caballeros de pie y a Nívea y a Boric, aun inconscientes. Extrañados, Allen, Khroro, Hiro, Draco y Lancelot observaron aquella aura que comenzó a curar sus heridas y a devolverles las energías que habían perdido durante la pelea. Júpiter también evidenció en su rostro la sorpresa que le provocaba aquella escena, hasta que un grito los sobresaltó a todos.

—¡Caballeros de la Realeza, no se rindan! ¡Nosotros somos fuertes! ¡Mientras yo esté aquí, ninguno caerá!

Los cinco caballeros giraron sus cabezas, felices y a la vez sorprendidos de escuchar aquella voz. De pie frente a la casona de Lancelot, portando una reluciente armadura celeste, se encontraba Valentine. La rubia tenía sus manos extendidas, envueltas en un aura del mismo color que su armadura, con lo cual curaba las heridas de los caballeros a la distancia. Los caballeros volvieron a posar su mirada en Júpiter, quien se veía notoriamente enfadado por la interrupción de Valentine. Boric y Nívea lograron ponerse en pie, con sus heridas ya sanadas, y se posicionaron junto al resto.

—Vale, eres la mejor —murmuró Khroro con una enorme sonrisa.

Sin perder el tiempo, los cinco guerreros volvieron a abalanzarse contra el demonio. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora