Capítulo LXXV

325 32 2
                                    

En la cuarta habitación...

—¡¿Por qué Boric?! ¡¿Por qué maldito imbécil?! ¡Te dije que no murieras!

Hiro gritó mientras soltaba sus katanas y caía de rodillas al suelo, golpeando este con sus puños mientras apretaba su mandíbula y aguantaba las lágrimas que querían caer por sus mejillas. La muerte de su mejor amigo fue un golpe demasiado duro para el albino, el cual sintió como sus ganas de pelear se iban poco a poco.

—No puedo sentir la presencia de Leviathan ni la de Belphegor, tampoco la de los caballeros que peleaban contra ellos... —murmuró para sí Barbatos mientras miraba hacia el cielo, como sí allí se encontrase todas las respuestas que buscaba. El anciano demonio acariciaba su canosa barba mientras meditaba—. Este enfrentamiento está resultando ser un aniquilamiento mutuo entre ambas fuerzas, algo que no me esperaba...

Al oírlo, Hiro alzó la vista hacia Barbatos, incapaz de asimilar tanta información rápidamente. La muerte de Boric le había conmocionado más de lo que esperaba.

—¿Khroro también...? —preguntó con un hilo de voz, temiendo la respuesta a aquella pregunta. Barbatos bajó lentamente la mirada hasta cruzar sus ojos con los del albino, y asintió lentamente.

—No hay rastro de vida en las dos primeras habitaciones, o al menos eso es lo que puedo percibir —contestó el demonio mientras cerraba sus ojos y se llevaba una de sus arrugadas manos al pecho, en señal de respeto por los caídos en las batallas de las dos primeras habitaciones.

Hiro apretó sus dientes y sus puños con fuerza, volviendo a golpear con fuerza el suelo por la impotencia que sentía en aquel momento. Khroro y Boric habían sacrificado sus vidas para acabar con sus rivales, no sabía cómo le estaría yendo a Afrodita en la habitación detrás de él y tampoco sabía cómo seguían sus amigos en las habitaciones delante de él. Todo eso llenaba al albino caballero de impotencia.

—Será mejor que no te desmorones, joven Hiro —La voz de Barbatos interrumpió sus pensamientos y le hizo levantar la mirada hacia él una vez más—. Esta es una guerra, es imposible que no existan bajas en ambos bandos. Solo aquellos con una justicia más fuerte podrán desnivelar la balanza.

—Tienes razón...

Hiro apretó sus puños y, decidido, tomó sus katanas para volver a colocarse en pie. A pesar del dolor que sentía física y emocionalmente, a pesar de que no había logrado hacerle daño a Barbatos, a pesar de la incertidumbre que sentía, Hiro se levantó decidido y así lo pudo notar Barbatos en la mirada del albino. Hiro envainó sus seis katanas mientras miraba al demonio y, con un movimiento imperceptible ante cualquier ojo, utilizó su desenfundado rápido.

Los seis cortes de las seis katanas del espadachín fueron incontrarrestables para Barbatos, quien solo sintió una ligera brisa pasando junto a sus mejillas, antes de percibir que se habían producido seis cortes en sus dos brazos. Sorprendido, el anciano demonio abrió grande sus ojos y bajó su mirada hacia las heridas en sus brazos, de las cuales se derramaba su sangre negra. Tras un momento de conmoción, volvió a alzar su vista hacia el caballero albino, quien lo miraba con fiereza en sus ojos.

—Debo acabar esto rápido y seguir a mis amigos, ellos me necesitan y yo los necesito a ellos.




En ese preciso instante, en la tercera habitación...

Satán tenía a Afrodita tomada del cuello y la ahorcaba con todas sus fuerzas, mientras la chica utilizaba las pocas energías que le quedaban para intentar liberarse del agarre del demonio.

Fue un solo momento de desconcentración que tuvo Afrodita al sentir la muerte de Boric, pero Satán aprovechó muy bien esa leve ventaja que la chica le había dado y le había sorprendido, tomándola con una de sus manos por el cuello para levantarla del suelo, mientras que con la otra mano tenía sujetado el látigo de la chica.

—Oh, pequeña, creo que se acabó tu buena suerte —susurró Satán de forma sádica mientras soltaba un poco el agarre para que la chica pudiese respirar, para luego volver a apretar su cuello con fuerza.

«Sí no salgo rápido de esta...» pensaba Afrodita mientras apretaba el brazo de Satán, tratando en vano de alejarlo. La chica sabía que ese era un momento crucial en la pelea, y no debía flaquear o Satán la mataría. En aquel momento, Afrodita estaba entre la espada y la pared.

—¿Dijiste algo? Lo siento, no te escucho —Le dijo Satán en tono burlón mientras volvía a aflojar su agarre.

Afrodita aprovechó aquel momento para tomar aire y pensar en su siguiente acción, sin embargo, su forma impulsiva de ser la llevó a tomar una decisión completamente errónea. Miró a Satán y sonrió, dándole una fuerte cachetada en la mejilla. El demonio, que no se esperaba aquel golpe, se quedó unos minutos mirando hacia el vacío, sin creer lo que la chica había hecho. Cuando reaccionó, apretó los colmillos y gruñó con rabia, apretando el cuello de Afrodita con todas tus fuerzas.

—Tú lo has pedido —susurró el demonio, lleno de ira por la cachetada que Afrodita le había propinado. La chica supo que había cometido un error, pero ya era demasiado tarde.

De repente, Satán sonrió maléficamente y soltó ligeramente su agarre del cuello de Afrodita. La chica tuvo un leve segundo de inconsciente relajo, pero aquello se esfumó cuando el demonio le propinó un fuerte rodillazo en el abdomen que le cortó definitivamente el aire. Satán, sin perder tiempo, se acercó lentamente al mar de lava que los rodeaba y, mientras se reía a carcajadas, dejó caer a la chica a la lava ardiendo. Afrodita no puso oposición y se hundió rendida en el mar de lava.

Satán se giró triunfal y se dirigió hacia las escales que lo llevarían a la cuarta habitación. Satán se sentía victorioso y confiado, y por eso no notó como el mar de lava se transformaba poco a poco en un mar de agua cristalina. Solo se dio cuenta cuando el infernal calor que hacía en el lugar comenzaba a descender, y la lava frente a sus ojos se transformaba en agua. Satán se volteó de golpe y observó cómo Afrodita emergía lentamente desde el agua, portando una nueva armadura rodeada por un aura azul y montando al Liopleurodon que alguna vez perteneció a Neptuno.

La chica sonreía ampliamente, mientras su cabello rosado ondeaba al viento con esplendor. Afrodita miró a Satán y le dedicó una sonrisa provocadora.

—Hay una persona allá adelante que me está esperando, no puedo perder ante un simio como tú. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora