Capítulo LXX

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Ni Milo ni Thomas hicieron caso a los llamados de Draco y Allen. Solo eran cadáveres sin voluntad propia, siendo manipulados por unos hilos violetas que se desprendían de los dedos de la mano derecha de Lilith. La demonio miró a los caballeros y sonrió con malicia, moviendo sus dedos para mover los hilos alrededor de Milo y Thomas. Al instante, ambos cadáveres alzaron su brazo-espada y su hacha respectivamente, y se abalanzaron contra los Caballeros de la Realeza. Ninguno quería aceptar lo que estaba ocurriendo; ninguno quería enfrentarse a los cadáveres de quienes fueron sus compañeros, pero no les quedó otra opción. Con lágrimas en los ojos, Draco se interpuso frente a Thomas y bloqueó su hacha con su espada de luz, mientras desplegaba sus alas de hielo. Allen, por su parte, detuvo el ataque de Milo con Gram y se plantó con firmeza, apretando con fuerza sus dientes. Lilith comenzó a reírse a carcajadas al ver la escena.

—Que fáciles de manipular son los humanos —exclamó divertida, mientras movía los hilos de sus dedos. Al instante, Thomas y Milo atacaron con mucha más fuerza.

—¡Maldita, juegas sucio!

Nívea apareció repentinamente junto a Lilith sin que esta se diera cuenta, y desenfundó rápidamente su fina espada para atacar a la demonio, sin embargo, esta contuvo el ataque con un artefacto en su dedo índice de la mano izquierda semejante a un aguijón, de gran tamaño similar al de las garras de los demonios Belphegor y Leviathan. Lilith le dirigió una mirada de odio a Nívea mientras esta retrocedía y Astaroth posaba su metralleta sobre el hombro de su compañera para apuntarle a Nívea. Entonces, la sombra de Lancelot emergió desde las sombras proyectadas en el suelo por ambos demonios y atacó con un corte diagonal que Astaroth y Lilith alcanzaron a esquivar a tiempo, mientras el verdadero Lancelot aparecía detrás del demonio con forma de calavera.

—Caballero Ermitaño —murmuró Astaroth, mirando por sobre su hombro al azabache; era la primera vez que el demonio hablaba desde que habían aparecido en la quinta habitación.

—Están demostrando ser de lo peor, demonios —Lancelot apretó con fuerza la empuñadura de su espada; estaba realmente molesto por lo que los demonios estaban haciendo con los cadáveres de sus compañeros.

—En la guerra y en el amor, todo se vale —Lilith le guiñó un ojo coquetamente a Lancelot mientras sonreía, pero entonces Nívea volvió a atacar a la demonio, mientras la sombra del Caballero Ermitaño atacaba a Astaroth.

Draco y Allen comenzaron a retroceder lentamente ante el asedio incesante tanto de Thomas, como de Milo, mientras pensaban en una manera de salir de aquella situación sin dañar los cadáveres de sus amigos.

Draco batió sus alas y alzó el vuelo, para mantenerse alejado de Thomas, quien siguió atacando como si el pelirrojo siguiese frente a él; al no tener voluntad, estaban muy sujetos a las instrucciones que Lilith les diese.

Milo envolvió su cola-espada alrededor del pie de Allen y lo hizo tropezar, aprovechando para atacar con su brazo-espada, sin embargo, el azabache logró anteponer a Aegis antes de recibir el impacto.

—¡Milo, reacciona! —Le imploró, en vano, Allen mientras utilizaba sus fuerzas para contener el ataque de su maestro y amigo. El rostro inexpresivo de Milo no dio respuestas y siguió atacando sin cesar. Draco y Allen se veían obligados a seguir manteniendo a raya a los dos caballeros resucitados, mientras Lancelot y Nívea buscaban la forma de acabar con Lilith.





En la cuarta habitación...

Hiro hincó su rodilla en el suelo, mientras jadeaba notoriamente y el sudor caía por su mejilla cubierta de acero al igual que todo su cuerpo. Clavó tres de sus seis katanas en el suelo para sostenerse, mientras buscaba con sus ojos la presencia de Barbatos. La batalla no llevaba mucho de iniciada, pero en pocos minutos el anciano demonio obligó a Hiro a utilizar el poder de Mercurio. Pese a eso, el caballero no había podido hacerle frente al poder del demonio. Ni siquiera había podido tocarlo. Aquella bruma que rodeaba el cementerio era un arma para Barbatos, ya que le permitía ocultar su presencia y atacar desde los puntos ciegos del albino.

Hiro lanzó un escupitajo al suelo y utilizó todas sus fuerzas para volver a ponerse en pie, apoyándose en sus katanas, mientras escrutaba en la densa bruma en busca de la figura de Barbatos. Inspiró con ganas y luego soltó todo el aire, calmando tanto su mente como su cuerpo.

En ese instante, una figura se movió por su derecha sin pasar inadvertida. Hiro sonrió ampliamente ante el descuido de Barbatos y desenfundó rápidamente tres de sus katanas para lanzar sus cortes veloces hacia su derecha. El ataque de Hiro dio en su objetivo, derribándolo de inmediato, ante lo cual el albino se movió en esa dirección. Al llegar, pudo ver un bulto envuelto en una capa negra tirado en el suelo. Hiro alzó una ceja dudoso y utilizó el filo de una de sus katanas para levantar la capa y descubrir así el bulto. El albino abrió levemente su boca al toparse con un cadáver demacrado en el suelo, en el mismo momento en el que sentía la risa del anciano Barbatos en su espalda. Hiro se giró rápidamente y se encontró con el demonio delante de él, sonriéndole con malicia mientras enseñaba una dentadura imperfecta, a la cual le faltaban varios dientes. Hiro se dispuso a atacarle, pero entonces cayó de rodillas inexplicablemente, impulsado por una fuerza ajena. Alzó la vista con dificultad hacia Barbatos mientras este se reía a carcajadas. Los ojos de Hiro comenzaron a nublarse, hasta que cayó de bruces al suelo.

—Que fácil fue someterte a mi Pesadilla Codiciosa... —murmuró el anciano demonio mientras movía su báculo para levantar el cuerpo inconsciente de Hiro—. Ahora quedarás atrapado en una eterna pesadilla, mientras te robo tus energías hasta que quedes convertido en un cadáver. Terminarás como todos aquí.

Barbatos se volvió a reír mientras señalaba las miles de tumbas que se encontraban en aquel cementerio, mientras Hiro se sumía en una dolorosa pesadilla. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora