Capítulo LXXX

296 31 4
                                    

Lancelot guio a Valentine, Allen y Nívea por la sexta habitación, dejando detrás de ellos a Draco enfrentándose a Astaroth, pese a la negativa de la líder. Para su sorpresa, la habitación se encontraba desierta; no había ningún rastro de la presencia de Lilith. La ausencia de la demonio los dejó sorprendidos, pero no se detuvieron a pensar en qué había ocurrido con Lilith, y continuaron sin detenerse hacia la siguiente habitación. Llegados a ese punto, y sin contar a Lilith, quedaba solo un obstáculo antes de llegar con Luzbel: Beelzebub. En su primera experiencia en el interior del castillo, los Caballeros de la Realeza recibieron el ataque de Beelzebub en la quinta habitación, la que pertenecía a Barbatos, sin embargo, desde entonces no lo habían vuelto a ver. Lancelot, mientras avanzaban por la sexta habitación, se preguntaba donde se encontraría aquel demonio y qué clase de escenario escogería para pelear. Sabía que él debía enfrentarse a Beelzebub para que Allen pudiese seguir hacia Luzbel sin problemas.

El grupo llegó a la puerta que los llevaría a la siguiente habitación sin problemas, y tras cerciorarse una vez más que Lilith no se encontraba allí, cruzaron lo más rápido posible. Fue entonces cuando se encontraron con algo que no esperaban.

Volvían a encontrarse en aquella enorme sala cuyo suelo estaba conformado por baldosas de color blanco y negro, y en la cual solo se encontraban unas pequeñas escaleras que llevaban hacia un trono mitad blanco y mitad negro. Sobre aquel trono imponente, sentado de brazos y piernas cruzadas, con una mirada fría en su rostro, se encontraba el Emperador del infierno: Luzbel.

—Al fin llegaste, Allen.

La voz del demonio más poderoso de todos retumbó por todo el salón como un eco, mientras los Caballeros de la Realeza tomaban posiciones de combate. Allen volvió a manifestar su armadura del Modo Fusión, mientras su cabello se erizaba y su ceño se fruncía mostrando la ira que sentía en aquel momento. Estaba por abalanzarse sin pensar contra Luzbel, cuando Lancelot se interpuso delante de él y lo obligó a detenerse. El Caballero Ermitaño se encontraba ligeramente nervioso, y miraba de izquierda a derecha, analizando la situación y la habitación, mientras un mal presentimiento se apoderaba de él. «¿Dónde están Lilith y Beelzebub?» se preguntó mientras recorría la sala con la mirada. Sí bien el lugar era enorme, también era imposible que hubiese alguien más allí que no fuesen ellos o Luzbel, ya que todo el salón se encontraba adornado con aquellas baldosas que simulaban un tablero de ajedrez. Lancelot no podía creer que Lilith y Beelzebub, los últimos demonios que debían enfrentar antes de Luzbel, no se encontrasen ni en la habitación anterior, ni en aquella. Algo andaba mal, y el azabache lo sabía. El grito de Allen sacó a Lancelot de sus pensamientos, y lo obligó a concentrarse tanto en el chico como en Luzbel.

—¡Papá, exijo respuestas! —El grito de Allen sonó más a suplica, mientras las llamas escarlatas y amarillas se intensificaban alrededor de Aegis y Gram. Lancelot lo miró un segundo de reojo, para luego voltear su mirada hacia Luzbel—. Dijiste que sí llegaba hasta esta habitación, responderías todas mis preguntas... ¡Y aquí estoy!

Luzbel mantuvo el silencio durante un tiempo, mientras su mirada fría no se movía de la mirada ardiente de Allen. Tras un tenso momento, Luzbel sonrió ampliamente y alzó nuevamente su voz para hacerse escuchar imponentemente desde su trono.

—No pensé que llegarías hasta este lugar ileso, pero hiciste un gran trabajo sacrificando a tus camaradas para llegar hasta aquí. Digno del heredero del poder de Arturo Pendragón.

—¡Yo no sacrifiqué a nadie! —gritó Allen con rabia mientras daba un paso hacia el frente, volviendo a verse frenado por un Lancelot que se mostraba mucho más cauto de lo normal. Ambos intercambiaron miradas antes de volver a mirar a Luzbel, quien había soltado una ligera risa al oír las palabras del chico.

—Claro que lo has hecho, pero no te culpo, es parte de la esencia de la desagradable raza humana —La voz del demonio sonaba escalofriantemente tranquila, mientras que sus palabras estaban impregnadas de un profundo resentimiento.

—Solo responde mis preguntas, el resto no me importa ya —murmuró Allen con los dientes apretados, mientras Luzbel lo miraba fijamente y seguía sonriendo. El demonio pasó su mano humana por su cabello, peinándolo hacia atrás, para luego volver a posar sus ojos en Allen y los demás Caballeros de la Realeza.

—Está bien, querido hijo. ¿Estás listo? —Los demoniacos ojos de Luzbel se ensombrecieron más de lo que los caballeros esperaban, haciéndoles temblar ligeramente de temor. No sabían que es lo que era, sí la amenazadora calma en su voz, sí la postura tranquila que tomaba su figura, o sí el inmenso poder que ocultaba Luzbel, pero había algo en el demonio que inquietaba de sobre manera a Lancelot. Mientras más lo observaba, más se daba cuenta que más de un sacrificio tendrían que hacer sí querían acabar con Luzbel. Inconscientemente, el Caballero Ermitaño comenzaba a prepararse para presenciar la muerte de sus compañeros, pero también para su propia muerte.

—¡Claro que lo estoy! ¡Quiero que me cuentes todo de una buena vez! —gritó Allen con impaciencia mientras Luzbel asentía y volvía a pasarse su mano humana para peinar su cabello hacia atrás.

—Entonces lo sabrás todo —comenzó Luzbel con un tétrico susurro—. Sabrás lo que ocurrió verdaderamente con los Caballeros de la Mesa Redonda. Sabrás que pasó con Arturo Pendragón tras el sacrificio de sus compañeros para sellar a los Demonios del Apocalipsis. Sabrás qué pasó con los otros cinco Duques de la Oscuridad... y sabrás porqué tú padre es ahora el Emperador del Infierno. Todo comenzó... —Por una extraña razón, Allen sintió un cosquilleo que le hizo saber lo que diría Luzbel antes de que lo dijese, y en aquel instante, una imagen brotó en su mente: Júpiter arrodillado momentos antes de morir, y la imagen de un caballero de cabello rubio y largo arrodillado junto al demonio. Allen había olvidado por completo aquella imagen, pero ante las palabras de Luzbel, por alguna razón volvió a recordarla. Fue entonces cuando las palabras de su padre le aclararon sus dudas—. Con la traición del caballero Bedwyr. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora