Capítulo VIII

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Allen se llenó de pánico en ese instante. Nívea cayó a metros de distancia y Apolo, para rematar a la líder, cayó sobre ella golpeándola en el abdomen con su rodilla envuelta en llamas. Tras eso, se giró hacia el chico y le sonrió una vez más con esa malicia que había paralizado a Allen en primera instancia. Se relamió los labios y comenzó a avanzar hacia el chico con paso lento.

Allen no sabía qué hacer. Afrodita y Nívea habían sido derrotadas sin mayor esfuerzo por parte del demonio. No había nada que el chico pudiese hacer en su estado. «¡Muévete, muévete maldito cobarde!» se repetía en su interior una y otra vez. Estaba seguro de que no sería rival para el demonio, pero dadas las circunstancias, a Allen no le quedó otra alternativa que dejar a Afrodita en el suelo y ponerse en pie, tomando una posición defensiva. Temblaba de pies a cabeza, pero no se iba a rendir sin dar pelea, por muy inútil que resultase.

Apolo seguía avanzando y al ver la posición de pelea del chico, se llevó las garras al abdomen y rio a carcajadas.

—¡Estas a punto de mearte! ¡¿Así pretendes enfrentarme?! —le gritó mientras reía—. ¡No tienes oportunidad contra el gran Apolo, basura!

Allen iba a responderle, pero el demonio avanzó tan rápido, haciendo gala de su velocidad, que el chico se quedó sin reacción. El demonio apegó su frente a la del chico y sonrió ampliamente, mostrando sus enormes y filosos colmillos.

—Bu... —susurró con su voz llena de perversidad. Allen tragó saliva y lanzó un puñetazo con la mano izquierda que el demonio frenó sin dificultados. Apolo tomó la mano del azabache y la aprisionó entre sus garras, jalándolo hacia arriba para levantarlo del suelo. Allen comenzó a lanzar patadas que el demonio repelió con su otra mano. Apolo apretó la mano del chico, haciéndolo gritar de dolor—. Tienes agallas chico, eso me agrada. Pero de esta no vas a salir vivo —le dijo mientras el chico dejaba de dar patadas y se entregaba al enemigo. Apolo soltó una última carcajada y se disponía a acabar con la vida del chico, cuando una voz que Allen conocía detuvo al demonio.

—Júpiter ordenó no matar al chico, hermano Apolo.

La voz provenía detrás del demonio. Era una voz femenina que Allen conocía muy bien; no podía creer que la escuchaba en ese momento. «Debe ser un error» pensó y aprovechó que Apolo volteaba su cabeza para mirar por sobre el hombro del demonio a la recién llegada. Entonces comprobó sus temores.

De pie, vistiendo un coqueto y revelador vestido morado, se encontraba Minerva. Había algo distinto en la mujer, que impactó a Allen: sus ojos eran de color amarillo, su piel era escamosa y su lengua se había convertido en la de una serpiente. El chico no entendía lo que estaba pasando ni por qué ella estaba ahí y llamaba al demonio "hermano".

—Solo quería darme un gusto, hermana Minerva —le contestó el demonio con enfado. Claramente no le agradaba la interrupción de la mujer.

—M...Minerva... Q... ¿Qué haces aquí? —preguntó el chico con voz temblorosa. El dolor y la confusión se habían apoderado de él.

— ¿Acaso lo conoces? —le preguntó el demonio con agresividad. La mujer se limitó a suspirar y contestó sin mirar aun al chico.

—Yo desperté hace mucho Apolo, por eso Júpiter me dio la misión de buscar y vigilar al heredero del poder de Pendragón —respondió de forma serena y luego le dirigió la mirada a Allen por primera vez—. La misma basura que tienes ahí y que quieres matar.

—N...no puede ser...Minerva, tú... —El chico estaba consternado por todo lo que estaba pasando. Recordó los momentos que había vivido con ella y soltó una lagrima al darse cuenta que todo había sido una farsa. Apolo se dio cuenta y volvió a reír estruendosamente.

—¿No me digas que estás enamorado de un demonio? ¡Eres realmente patético!

—Ya suéltalo Apolo —le espetó la mujer.

—¿Tú también te enamoraste de él, Minerva? —El demonio había comenzado a divertirse con la situación.

—Jamás —respondió Minerva, con una mezcla de asco en su expresión—. Solo es una basura. Pero Júpiter lo quiere con vida, así que no lo mates.

—Está bien, pero me aseguraré de que recuerde lo invencibles que somos —Apolo volvió a mirar al chico y apretó con más fuerza su mano. Acto seguido, le prendió fuego al brazo de Allen. El azabache gritó y gritó por el dolor, la manga de su camisa se hizo cenizas y su brazo se quemó hasta el punto de quedar de un color carbón. Apolo reía a carcajadas mientras quemaba el brazo de Allen y Minerva esbozó una leve sonrisa. Después de un rato, el demonio soltó al chico, quien cayó de rodillas en el suelo, con el brazo izquierdo sangrando, ya inutilizable. El dolor en el brazo le hizo soltar varios gritos mientras el león se reía.

—Ahora el otro —susurró Apolo. Allen cerró sus ojos, presa del dolor y del temor, esperando el momento en que el demonio tomase su brazo derecho.

—Pelea...

Allen escuchó una voz en su interior. Durante un segundo, escuchó una voz que provenía de la llama que Nívea había encendido cuando se conocieron. Al instante siguiente, volvió a escuchar esa voz.

—Pelea, Allen...

Apolo estaba por tomar el brazo de Allen cuando fue bloqueado por la diestra del chico. El demonio abrió sus ojos en señal de sorpresa: el brazo derecho de Allen estaba envuelto en llamas color escarlata, su cabello se había erizado y un aura roja lo rodeaba. Allen se colocó en pie y cuando abrió sus ojos, Apolo pudo ver sorprendido que habían cambiado a un color rojo escarlata. El chico lo miró enfurecido y susurró mientras las llamas de su brazo crecían.

—Hora del round 2, maldito bastardo. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora