Capítulo LXXVI

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Satán apretó su mandíbula con rabia al ver a Afrodita con vida y se fijó en la nueva armadura de la chica. Estaba llena de escamas de colores rosado y azul, y dejaba a la vista un sobresaliente escote en uve. En la mano izquierda de la chica portaba su habitual látigo, mientras que en la mano derecha portaba ahora una lanza terminada en cabeza de tiburón. El cabello de la chica se veía más brillante que nunca, y el aura azul que rodeaba su esbelta figura le daba un aire de mayor imponencia.

—¿Cómo lo hiciste para no morirte ahí? —preguntó Satán sin poder ocultar la ira que sentía al ver a Afrodita con vida.

—Solo tuve que transformar la lava en agua y listo —contestó Afrodita engreídamente mientras se encogía de hombros. La respuesta de la chica hizo enfadar aún más al demonio, quien comenzó a liberar una enorme cantidad de calor desde su cuerpo.

Como forma de contrarrestar el poder de Afrodita, Satán transformó la mitad del mar de agua cristalina en un mar de lava. Ahora ambos estaban en condiciones iguales.

—Realmente me fastidias... —susurró el demonio mientras juntaba las palmas de sus manos frente a él, lanzando desde allí una llamarada de fuego ardiente.

—Gracias, es todo un halago —exclamó la chica sarcásticamente mientras agitaba su látigo, creando una pared de agua frente a ella que disolvió el ataque de Satán.

Satán desplegó sus alas y alzó el vuelo en dirección a Afrodita, mientras envolvía sus garras en fuego. Pero entonces la chica dio un salto, y fue el Liopleurodon quien atacó al demonio de fuego con sus enormes fauces. Satán hizo una contorsión apurada en al aire para esquivar al reptil y siguió su camino hacia Afrodita, quien lo apuntó con su tridente y le lanzó un potente chorro de agua que golpeó de lleno al demonio en el abdomen, lanzándolo directamente hacia las fauces del Liopleurodon a su espalda. El reptil se tragó a Satán completamente, pero entonces el demonio liberó todo su poder ardiente y rostizó al Liopleurodon, para luego salir por la misma boca del animal prehistórico para atacar con vehemencia a Afrodita. Sin embargo, para sorpresa del demonio, la chica ya había hecho su movimiento. Afrodita ya estaba lista para dar el golpe de gracia.

«Craneus, Allen... Ya no seré más esa chica miedosa y caprichosa a la cual debían cuidar. Ahora puedo pelear por mí misma, con mis propias armas. Ya verán que los alcanzaré algún día» pensó la chica mientras realizaba su nuevo ataque. De repente, la imagen de la espalda de su hermano y del azabache se proyectó ante sí. Ambos chicos se voltearon y extendieron sus manos hacia Afrodita, invitándola a seguirlos. La chica asintió y tomó las manos de ambos. Ya nunca tendría que verle la espalda a sus seres queridos, ahora podía caminar junto a ellos. Era lo que Craneus siempre quiso, y lo que Allen anhelaba. Ahora podría seguir el camino hombro a hombro con sus seres queridos. Nunca antes se había sentido tan decidida como en aquel momento.

Cerró los ojos mientras el aura azul a su alrededor se intensificaba. Agitó su látigo frente a sí misma en círculos, generando unas rosas de agua las cuales lanzó contra Satán. Las rosas filosas de agua se clavaron en todo el cuerpo del demonio, haciéndole rugir del dolor, sin embargo, no se detuvo y continuó su camino hacia la chica, envolviendo sus puños en un potente fuego. Afrodita abrió sus ojos y miró al demonio con decisión, alzando su tridente hacia Satán, desde el cual emergieron dos tiburones hechos de agua que arrancaron las extremidades del demonio con un solo mordisco. Satán volvió a rugir pero no tuvo tiempo para nada más, ya que Afrodita fue más rápida y creó, con el mar de agua a su espalda, un enorme dragón de agua que atacó al demonio, tragándoselo y destrozándolo en miles de pedazos. Lo último que Satán vio antes de morir, fue la decisión reflejada en los ojos de la chica.

Afrodita deshizo su transformación y cayó de bruces al suelo, terriblemente agotada pero feliz y satisfecha de haber acabado con el demonio Satán por su propia cuenta. Apretó los puños y se mordió el labio inferior, para luego soltar un liberador grito de alegría.

—Mi amado Allen, al fin podré seguirte...

La chica no sabía lo que había ocurrido en las dos habitaciones primeras, tampoco sabía que ocurría en las siguientes habitaciones. Solo quería ponerse en pie y avanzar. Tomar la mano de su amado Allen y acompañarlo en la batalla decisiva contra Luzbel. Sin embargo, las fuerzas le flaquearon y no pudo evitar caer boca abajo en el suelo sin fuerzas para continuar.




En ese mismo momento, en la cuarta habitación...

—Al parecer otro de mis compañeros ha caído en batalla...

Barbatos contuvo el ataque de Hiro sin problemas y volvió a alzar la vista hacia el cielo, como hacía cada vez que sentía o pensaba algo. Hiro se alejó, apretando con fuerza sus katanas y esbozó una enorme sonrisa.

—Al parecer Afrodita salió victoriosa —susurró confiado mientras se limpiaba el sudor de su frente. Barbatos bajó la mirada hacia el albino y asintió levemente.

—Pero no será capaz de moverse por un buen rato.

—No importa, ella consiguió desnivelar la balanza —comentó el albino mientras comenzaba a expulsar todo su poder—. ¡Y yo aumentaré la diferencia en nuestro favor!

Hiro, el espadachín, liberó todo el poder que llevaba almacenando y se dispuso a atacar a Barbatos sin contenerse. 

Los Caballeros de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora