En el mismos instante en el que todo pareció no tornarse aún más nublado, borroso y clandestino. Todo lo hizo en menos de una hora y media en la que parecía ir de aquí a allá con todos aquellos seis altos y por tres veces más fuertes que ella, que se podía tan solo comparar como una pluma que aún bajo estados de algunas mordidas, sus rodillas ya raspadas y su cuerpo comenzándole a doler, se atrevía a empujarlos a intentar salir corriendo y gritar cuando estos eran más rápidos, bloqueándole cualquier mínimo intento que atentara contra su plan.
Sus labios comenzaban ya a hincharse y arder del dolor, siempre pintados del rojo vivo que cada uno de los cuatro jugadores secundarios ponía en cada ronda en donde no le daban de dónde poder tomar para salir de ahí de una vez por todas y los moretones comenzaban a asomarse por sus poros.
Los otros dos, los que eran y no parecían, las cabecillas de todo ese alboroto en el que la habían metido como un ratón, estaban ubicados a la distancia, acomodados en unos intentos de sillas forradas de tela grisácea por el tiempo, bajo la tenue luz que el nublado cielo se atrevía a dar una vez que entró por las ventanas de aquel segundo nivel, en una casa que habían encontrado a la mitad de la nada, donde la habían llevado a rastras, halándola de sus brazos y llevándola por la cintura a sus espaldas como si necesitara ayuda de alguien para caminar. Justo ahí, la habían hecho entrar a la fuerza cuando uno de los cuatro secundarios se tomó la molestia de empujarla a al frente haciéndola tropezar con nada y cayendo de rodillas a un suelo de azulejos blancos que rieron como si pronto estuvieran a punto de ver su sangre cerca de su fría materia.
No malgastaban ni una mínima de segundo para poder atacarla como quisieran, siempre entre risas y bromas que no iban a su persona o gusto. Uno de ellos, el que llevaba el cabello como si recién se levantara, con olor a cigarro, se abalanzó sobre ella, haciendo que esta volviera a chocarse contra el suelo golpeándose la frente antes de que pudiera golpearse la boca.
La había tomado de sus muñecas, paseando sus manos por el suelo mientras respiraba su aroma suave, el que pretendían nunca poder olvidar; frotándose contra su cuerpo, levantando su falda y sintiendo cómo su pantalón del uniforme le molestaba.
-¡Suéltame, imbécil!
-Uh, para ser una chica tu vocabulario está un tanto fuera de lugar a tus mayores –le susurro el muchacho al oído.
-¿En qué año me dijiste que estaba? –Habló otro al principal cabecilla.
-¿Y eso qué importa?
-Es solo para medirla en cuanto sus actos y palabras.
-A penas cursará el primer año en carrera...o creo que ya lo cursa, no sé, sí creo que el séptimo –respondió el cabecilla.
-¿Eres menor? –Le preguntó otro, sin poder verle la cara cuando el que tenía encima comenzó a hacerla girar el rostro a otro lado.
-Sea menor o no, está bien, aunque he de admitir que las menores tienen algo aún más suculento en su mísera inocencia, claro, de las que aún no saben cómo utilizar sus cuerpos. Sin duda alguna, esta no tiene experiencia más que la de respirar. Pero para eso estamos hoy y ahora aquí, para atender cada una de tus dudas y deseos probablemente escondidos en alguna parte como debajo de tu falda –habló al que no podía ver.
El segundo cabecilla con el que ya había topado más de un odio con anterioridad ese día, lanzó una corbata sobre su espalda, dándole a entender al muchacho que seguía sobre ella que le atara, o vendara los ojos. El muchacho de encima, sonrió, optando por ir directo a sus muñecas, inclinándose para llevar a sus manos tendidas sobre su cabeza y a lo largo, sin no aprovechar muy bien a lamer su cuello y olfatear su cabello, colocando todo su peso sobre ella para que dejara de moverse.
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Seis
Mystery / ThrillerSeis y contando Cinco y contando Cuatro y contando Tres y contando Dos y contando Uno. La venganza se cobra ¿verdad? La venganza se paga ¿verdad? La venganza tiene un color ¿qué tal si no es el que debió de ser? Ella. Ella. Novela de término fuerte...