En otro punto, mucho, mucho antes del atentado.
Bibury era un pueblo bastante frío. Tanto su clima como sus personas escondiendo a las más sentimentales, bajo los mantos más caros que pudieron comprar para competir a la hora del té entre los mismos vecinos. Además de eso, era un pueblo bastante visitado pero que gracias a todo lo alto y bajo, se mantenía desolado, tan desolado como para que él estuviera ahí tirado a la mitad de la hierba baja, fumando un tercer cigarrillo en lo que iba de esa media hora que llevaba ahí sin molestar a nadie que no fueran sus mismos pulmones.
No había entrado a clase y lo único que lo detenía de poder largarse al lago más cercano a jugar con piedras, eran sus amigos de apariencia puntual y responsable que sí entraron a clases cuando bien pudieron quedarse afuera como él solo para disfrutar de la vista y un buen respiro entre el olor del aire y la marihuana que llevaba entre sus manos.
Nunca le vio el sentido a asistir a las clases, si bien gusta de la astronomía, no pasaba de nada mayor a eso, artes, física, música, matemáticas y toda esa mierda que le obligaban a cualquier individua a entender para ser alguien en la vida, menos el que en verdad quieren ser. Lo mismo todos los días, lo mismo en todos los rincones del mundo. ¿Había algo que salvar de todas esas clases y los profesores cazándolo para que entrara a estas? Sí, de hecho, sí. La biblioteca, que era un muy buen lugar para dormir, pero cuando estaba muy ocupado el espacio, era mejor hacerlo en la capilla vecina, exactamente en la escuela de señoritas de la cual lo habían sacado ya unas dos veces las mismas monjas que se coloraban al verle dormido en las bancas de la casa del Señor. No era como si el Señor le alegara o algo, eran solo ellas sobre actuando y exagerando el acto de un estudiante cansado de respirar.
En ese momento, solo la música suave rebotaba en sus oídos, alborotando su cabello mientras la grama le hablaba en un idioma que parecía extrañar. O quizá solo era el efecto del tercer cigarrillo que llevaba puesto en su boca. La suave y áspera voz de la canción le contaba cosas que no tendía, cosas que no creía poder esperar, cosas que no iba siquiera a pensar por lo menos hasta que alcanzara los veinte siete años, su prioridad ahora era solo soltar su juventud y sus deseos oscuros en donde poder desahogarse.
Sí, encontrar algo o alguien para golpear solo para despejar su mente, como era debido, como era requerido y deseado a sus principios como la bestia que muchos y hasta él mismo, le decían ser.
El séptimo grado era un caos, puesto que no podía encontrar nada que calmara esta sed de golpes que lo colmaban a muerte, y solo deseaba escapar, encontrar algo para él sin siquiera esperar a por sus demás amigos, los cuales compartían a cierto grado, ese gusto por una piel virgen, siendo marcada sin pausa. Sobre todo, él, su mejor amigo que dependía su respiración de algo como eso, que sabía que, si tan solo pudiese colgar la dicha piel o bien usarla como sábana, lo haría, pero era mejor dejar las cosas en secreto, a él le gustaba dejar todo en secreto, absolutamente todo, incluso la última vez que bebió una cajita de leche.
Rió solo en el pensamiento, con sus ojos cerrados.
No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado, ni siquiera sintió el paso de las canciones en sus oídos, más bien fue como si una sola hubiese corrido en todo el rato que estuvo ahí, esperando a que la campana sonara para que sus amigos salieran de una vez por todas de esas ridículas clases a las que se internaron por voluntad propio en un jueves como aquel, cuando las clases de carrera iban ya para el medio año.
Cuando se acomodó en el espacio, se estiró, su cuerpo como el de un gato en el manto verde, manchando su camisa blanca que llevaba desabotonada, dejando a la luz su blanca y fina palidez, sus ojos color chocolate oscuro, le dispararon a la distancia, de donde divisó algo que llamó muy rápido su atención. Se enderezó, cruzándose de piernas y extendiendo los brazos hacia atrás, viendo cómo se acercaba en una bicicleta roja cereza, una chica de aproximadamente un metro sesenta, con el cabello negro largo enmarañado agarrado en una coleta alta que jugaba por los largos mechones, sobre una fina piel que la cubría del frío que no molestaba en interrumpir a la chica que andaba por ahí, mordiendo su labio inferior, mientras miraba hacia el suelo, pensando, como si pensara en varias cosas a la vez. Vestida con una falda negra de paletones que le quedaba al menos, una cuarta arriba de sus rodillas, con una blusa blanca a juego con sus calcetines blancos con borde encaje que se salían de sus zapatillas deportivas negras.
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Seis
Mystery / ThrillerSeis y contando Cinco y contando Cuatro y contando Tres y contando Dos y contando Uno. La venganza se cobra ¿verdad? La venganza se paga ¿verdad? La venganza tiene un color ¿qué tal si no es el que debió de ser? Ella. Ella. Novela de término fuerte...