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Ocho meses antes del atentado. 



—Las empanadas se salieron de la bolsa ¿eh?

—Sí, yo... el viento, el viento me las tiró todas.

—Y ¿el viento las aplastó?

—Siguen con buen sabor.

—Solo hay tres.

—Yo no quería.

—No había para ti.

La muchacha sonrojada, hizo un puchero, no podía no haber empanada para ella cuando ella había puesto su dinero para comprarlas.

—La viste ¿cierto?

—Ver ¿a quién?

—A la persona que te deja fuera de sí.

El color rojo visitaba nuevamente las mejillas de aquella muchacha y era como si necesitara un espejo para verse a sí misma y cómo cambió todo cuando le mencionaban a dicha persona. Nunca la había visto de esa forma.

Ella era muy rápida para intuir, muy rápida para saber que la muchacha, no era una primera, sino que esto ya iba desde hace mucho tiempo. Gustaba de esa persona desde hace mucho tiempo.

—¿Quién es?

—¡No lo conoces!

—Uh, es un chico.

—¡Claro que es un chico!

—Disculpe, madame.

—Lo siento, es que... no debería, esto no debería de ser.

¿Tan complicado se veía?

—¿Y eso por...?

—Tiene habilidades que... no, que no – se paraba ella misma – bueno, no habilidades como tocar el violín o algo parecido, pero más bien como las de alejar a las personas de él, arruinarlas con una o dos palabras en cuestión de segundos. Yo n-no, lo sé, es diferente, lo es cada vez que lo veo, cada vez que trato de no verle o parecido. Tengo miedo de que también me aleje a mí.

—De acuerdo, espera. Fue mucho en poco tiempo.

—¿Mucho?

—¿Soy yo, o te gusta una clase de sociópata?

—¿Sociópata? Pero...

Su acompañante tenía razón. Ese corto clic que se hizo en la cabeza fue luego de escuchar esa palabra refiriéndose a aquel muchacho. Si se analizaban bien las cosas, puede que o su larga sombra se alargara a ser sociópata o bien, se columpiara a ser un psicópata. Pero ¿lo era? O simplemente ese era el camino que había tomado sin ningún síntoma o deseo de por medio.

—N-no lo creo.

—Acabas de decir que tiene la facilidad de arruinar a alguien en segundos y por alejar a las personas, lo más seguro es que trates de decir que tiene una fuerte capacidad de convencer y encantar a las personas, mucho antes de acabarlas.

El silencio convenció a la otra de que eso era muy posible.

—No diré nada, cada quién con lo suyo, solo espero que no te haga nada.

—No... no nos hablamos.

—Entonces... es, un gusto a merodear.

La otra asintió, avergonzada.

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