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No tenía ningún ánimo por ir a la escuela, además, si llegaba a esa hora era probable que no le abrieran y si lo hacían, era para mandarlo de regreso a casa, así que, no servía de nada intentarlo. Ya había pasado un mes y días desde que su novia no tenía contacto con su amiga Iri, y esta, ni las luces también. Nadie sabía nada de ello, y durante las clases, no pasaban su nombre, era como si nunca hubiese estado en el salón, solo sus amigos, los que la conocieron, la mencionaban ¿pero qué era de ella? ¿A dónde había ido? Si supiera dónde vive, eso sería lo que haría para calmar a su novia y evitar que deje de meter mensajes de voz en la contestadora de Iri...pero, realmente ¿quería buscarla para ella o para calma de él? No, no, debía dejar de pensar estupideces.

¿Por qué querría ver a Iri cuando no la soportaba?

¿Qué pasaba?

¿Quién era ella para ocupar este espacio en mi cabeza?

Caminar un poco, salir en bicicleta había hecho que Joe se calmara de sus pensamientos esos últimos días. La culpa le volvía a caer en los hombros y no sabía cómo manejar con ella encima, la herida se sentía reciente, como si a penas la acabara de abrir. Una herida ajena se sentía propia debido a que él lo hizo, él fue... ¿qué fue?

Si sus pies no se apresuraban a sacarlo de un callejón en el que caminaba esa tarde, se volvería loco y todo aquí, lo que había hecho se iría por la borda, no tendría sentido alguno, nada habría valido, o eso creía él. Trotó fuera de las paredes sucias y vacías del callejón, hasta encontrarse al otro lado de la cuadra, chocando en un momento con una persona. La vio caer a la acera. Era una chica de unos catorce o quince años, de rodillas, y con el uniforme de su escuela.

-¡Au, au, au!

-¿Te encuentras bien? Oye, lo siento, no debí...lo siento, venía...

-¡Au! No, por favor.

Esas palabras, exactamente esas le dieron un duro golpe en la cabeza, no... ¿por qué? Solo le trajeron un mal sabor a la garganta, uno peor al que tenía ya, el que recordaba, el que él mismos había probado.

-¿Oye? ¡Hey!

-¿Ah? –Dijo Joe a la chica.

-¿Si tú estás bien?

-Ah...no, sí, no lo sé, creo...

-Me perdiste –le dijo la voz suave de la chica.

-No, lo siento, es que ¿te encuentras bien?

-No fue nada, se pasara –dijo, viendo su raspón en ambas rodillas.

-Mierda.

-Me he hecho cosas peores, esto no es nada a su comparación, pero tú tienes cara de que viste a un fantasma ¿seguro que no tienes nada?

-Oye, ya debería de irme, en verdad, disculpa lo que acaba de pasar, no venía viendo mi camino y creo que...además venía distraído, no sabes cuánto lo siento, en verdad.

-Hey, no es que me hayas tirado con un auto o encerrado en alguna parte.

-¿Qué te qué?

-Ya sé, quizá me demandes cuando te lo diga, pero no quedaría de otra viendo lo alterado que estás con esta situación.

-¿Por qué iba a demandarte? Igual no irías a ninguna parte, eres menor de edad.

-Gracias por notarlo. Pero, antes de que te lo diga, llévame a un hospital, el más cercano.

-¿Qué?

-¿Tú me tiraste, verdad? Llévame.

-Pero...

SeisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora