70. .

507 25 16
                                    

18:00, sábado, dos años antes del atentado.



—¿Cuándo volverás a venir?

—Yo también tengo una vida, si ya lo olvidaste.

—Oh, lo siento – dijo, la dulce chica – es que, eres la única persona con la que verdaderamente puedo hablar y, – se detuvo en seco luego de ver la maleta – y mejor amiga.

—Lo sé, además acabo de llegar, ¿acaso quieres que me vaya ya?

—¡No, no, no! ¡No, por favor! Es que – colocó la maleta sobre la cama vacía de su cálido dormitorio – me gusta que vengas, es lo único que espero cada semana, es decir, los fines de semana porque así al fin podemos estar juntas.

—No quiero imaginarte en una relación – mencionó en broma la chica, haciendo que con el inesperado comentario la otra se sonrojara de inmediato.

—¿Qué relación?

—Más vale que la persona por la que te sonrojas sepa apreciarte con todo y tus mimos y preocupaciones.

—Pero, no hay nadie q-quien me sonroje.

—Claro y yo soy hermana de la reina Sofía.

—No hablemos de eso, los fines de semana solo somos tú y yo.

—Y lo acepto, pero también me preocupo porque no sé quién es este chico por el que hace más de cinco años te veo velar y preocuparte por.

—¿Cinco años? ¿Desde cuándo lo notaste?

La otra alzó la ceja.

—Como sea, s-son más de – por pocos, la chica fue encogiendo la voz -cinco a-ños.

—¿Qué dijiste?

—Nada.

La otra en verdad no la había escuchado y es que realmente el gusto por aquel muchacho cuyo nombre recordaba antes de dormir y luego de despertar, se remontaba a unos once o doce años, qué podía decir si le vio desde muy pequeña.

En la distancia, siempre vio a ese niño cuyas manos siempre se encontraban cerradas en puños ya sea solas o sosteniendo un libro diferente cada semana, libros con nombres que ella a esa edad, no sabía leer aún. Siempre en la distancia, dejando bebidas en su casillero o una toalla para que limpiara la sangre de los rasguños en su cara. El chico siempre fue solitario y eso fue algo que la hizo acercarse más a él sin verdaderamente entrar en contacto verbal y/o físico.

Sus pensamientos estaban profundos, tanto que no se había percatado de que la chica en la misma habitación llevaba cerca de un minuto de estar llamándola.

—Estás sumergida.

—No, no, no lo estoy.

—Como digas.

—Tú nunca dejas de ser fría, aun estando conmigo.

—Y tú nunca dejas de preocuparme, aun estando cerca.

—¿Por qué eres así?

—Es de nacimiento ¿recuerdas?

—No voy a decir nada porque no tengo nada que decir. Pero en verdad, no hay nadie.

—Sigue mintiendo y yo te volveré a decir que cualquier hombre quiere ser tirano cuando fornica.

Aquella selección de vocabulario era la que dejaba perpleja a la más inocente en aquella habitación, lo directa y fría que era siempre su compañía sobre todo cuando esta intentaba evitar mostrarse vulnerable.

SeisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora