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Molly y Claudyn lo sabían. Tal vez no todo, pero lo sabían, una buena parte de todo lo que estaba pasando en Inglaterra, a ciegas

Todo aquello que sonaría como un circo para unos, para ellas, sonaba como un asesinato colectivo, uno, al que le faltaron ojos, oídos y manos que pudieran escucharlas a tiempo o tarde, aquí, era válido.

Los papeles que tenían frente a sus ojos parecían una mala jugada, una historia muy bien hecha, casi para novela o película, una que también, sería ignorada por los mismos ojos, oídos o manos, o peor, por muchos más de estos. Nada de lo que esta impreso, escrito, marcado y representado en aquellas hojas podía llevarlas a la última persona que imaginaron alguna vez tener en sus vidas.

Adela.

¿Quién era en verdad Adela?

Estaban alquilando un apartamento de muy mala apariencia en Bibury, el último lugar donde aquellos mismos papeles, las habían llevado sin tapujos, solo con una que otra sorpresa tomada de la mano de una confusión mayor, cada vez más grande. El techo, las paredes, las dos pequeñas camas y las incontables tazas de café que habían tomado por más de dos semanas, eran files y fervientes testigos del llanto, furia y desvelos que estas llevaron mientras encontraban respuestas, mientras intentaban hacerse a la idea de que todo lo que estaban viendo y juntando, era verdad, no algo sacado de un libro.

Luna Oconer, diecisiete años, hallada muerta a las orillas de un lago por sus madre y hermana, la víctima, tenía ciento cincuenta y tres cortes en toro su cuerpo, el de su garganta fue el que le causó su muerte por la hemorragia. El caso nunca se abrió y no fue cubierto por la policía.

Iri Karlsson, dieciséis años, su hermana menor, de la que cuidaba, la encontró muerta en el patio trasero, según esta, desde hace dos días, sentía un mal olor, era el cuerpo de su hermana que llevaba descompuesto más de cinco días. No se encontraron muestras de abuso más que la del cuello, la adolescente fue envenenada, forzada a tomar su vida. El caso nunca se abrió y no fue cubierto por la policía.

Adela Daliza, diecisiete años, fue encontraba en su propia alcoba, ropa de cama y vestimenta hecha trizas, tenía hematomas en su cuello, ambas muñecas, rodillas y tobillos. Su cuerpo estaba empapado y cubierto con hojas que solo se daban en un pantano. Fue abusada sexualmente cuando iba saliendo de su casa por la mañana. El caso nunca se abrió y no fue cubierto por la policía.

Tres nombres, tres muertes, tres casos que fueron ignorados por la policía, tres casos que habían tomado, para acercarse a un grupo.

¿Por qué?

—Dime de nuevo de dónde sacaste los nombres.

—De una cajita que Adela – se paró, solo, esa chica, a la que seguían, no era Adela – que la chica que estudió con nosotras mantenía detrás de una tabla de la que era su casa. La conseguí sin querer cuando tropecé luego de salir del baño del segundo piso.

—¿No te vio?

—No, al menos, creo que no lo hizo.

—¿Por qué tomar esos nombres?

—¿Por qué tomar los nombres de chicas que fueron halladas muertas, asesinas con crueldad?

—Cuyos casos nunca fueron abiertos.

—Ninguna tiene relación con ninguna, nunca se conocieron, nunca supieron de nada de los asesinatos de las demás.

—Lo que noté en el papelito que encontré en su casa, era que justo al lado de cada nombre, había un número escrito, pero para el cuatro, cinco y seis, no había nada, mira – habló, Molly, tendiéndole a Claudyn el dicho informe que las llevó a algo mucho más grande.

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