95

394 31 5
                                    


Esa noche, después. 

¿En qué parte de la vida esta escrito el hecho de limpiar la sangre de un hombre vivo? Muchos decían que era mejor limpiar la sangre, sí, de un hombre vivo, pero pocos habían mencionado la tortura que era eso para quien llevaba las toallas.

El verle ahí, tendida sobre la fría madera de un espacio que debió verse como su hogar, el verle ahí, la respiración entrecortada, con las yemas de sus dedos intentando clavarse a la tierra, no dejando que esta se elevara, no dejando que esta se marchara.

Sus ojos a duras penas podían abrirse a la luz, los moretones que los adornaban eran grandes, dolorosos, más violeta que hace solo un rato, y para esa hora de la noche, aseguró no poder ver con uno de ellos. Esto último, solo provocó que el dolor creciera, el llanto se uniera, la desesperación la abrazara más fuerte y no dejara de quejarse con sus pocas fuerzas que le quedaban.

¿Quejarse? ¿Cómo? Si sus labios habían sido rotos tanto con lo que pareció ser una mordida, como a golpes y quemadura de cigarrillo; escupió y vomitó sangre por lo menos unas siete veces en el rato, no podía tomar nada que sentía como si tomo le cayera como ácido, hasta la misma agua.

—Toma, debes de tomar algo – estaba furiosa, pero no con la persona tendida sobre el piso, sino con la situación, con lo que estaba viendo, con lo que estaba haciendo.

La otra chica, aunque lo intentara, lo único que logró fue botar el vaso con sus accidentadas manos que no dejaban de temblarle, que no dejaban de echarla para atrás, que no dejaban de evidenciar lo asustada, dolida y confundida que podía estar por un caso que se le facturó en su cuenta.

Si bien todo estaba pasando rápido alrededor de las cuatro frías y altas paredes, la otra, cuya mente se paralizó como si nada, no podía siquiera comprender que cómo se habían metido en aquel lío, en aquel perverso ataque que ya lo había dicho, no fue de momento, sino algo bien pensado, mal intencionado y directo.

Aquella noche se iba esfumando de sus manos como humo, como agua, como aire, iban a preparar todo para celebrar otros trecientos sesenta y cinco días, iban a estar todo un fin de semana al lado de la otra, iban a ser y estar como si nunca lo hubiesen estado. Sí, ese fue el plan, esa era la idea perfecta de un fin de semana en el pueblo que les dio caminos para partirlos después; solo pudieron pensar que tal vez debieron hacer caso de la punzada que sintieron en la mañana de aquel día y para entonces, tal vez se habrían evitado un par de cosas, por ejemplo, todo aquel lienzo estropeado en el que se convirtió la chica que aún en llanto, intentó ponerse de pie, a sabiendas de que sus tobillos estaban a no dar más.

Los corridos y corridos que la sangre había hecho desde la puerta de la entrada hasta la sala, donde estaban, estanterías en la cocina, completamente marcadas con manos que intentaron por gracia de algo, poder servir de algo, poder alentar a la casi adormitada chica que se desintegraba bajo sus pies.

Sobre sus rodillas, viendo a Layi una vez que la apoyó pegada a un sofá. No dejó de temblar, no dejó de verse las manos ensangrentadas, no dejó de ver la blusa ya tirada a un lado, cortada, sucia a tierra y cal, no dejó de ver los zapatos pequeños, embarrados de lodo, las calcetas, con sangre, sudor y mucha más tierra.

Las rodillas de la chica estaban astilladas, alrededor de sus piernas, se vio la marca de lo que pareció ser un alambre o cable que tuvo que haber sido lo suficiente ceñido para dejar el rastro que dejó. Su falda, rasgada, todavía empapada, manchada de sangre, había semen en ella, como en su blusa. Sus brazos fueron la parte menos lastimada, pero por decirlo así, nada se miraba como lo que se quería ver, alrededor de sus muñecas, llevaba atadas todavía, dos tiras gruesas de soga que le cortaba la circulación, sus codos estaban astillados, sus hombros con moretes y su espalda, era otra historia más cruda.

SeisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora