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Aquella, lo que se avecinó como un día normal, acabo siendo algo más, algo golpeador, ajetreado, nuevo e inesperado, tomando a unos más fuertes que a otros en el proceso, y eso so lo podían sentir los mismos en ya yema de sus dedos que tocaron filos que nunca creyeron tocar o volver a sentir. El frío nublado de aquel jueves, calaba hasta los más recios huesos, sobre todo, los de aquellos dos que se quedaron en un pantano de confusión y perplejidad. Los dos pares de ojos se quedaron perfilados al horizonte, mientras veían como la figura de una pequeña muchacha, se alejaba con agilidad, como si hubiese olvidado algo, como si al fin hubiese encontrado la pieza de algún rompecabezas que tenía que ir a arreglar en aquel momento, cueste lo que cueste.

El más alto, seguía con la cabeza metida en los recuerdos de su más bello, pero rasguñado pasado, rasguñado por él mismo, recuerdos que la persona menos esperada, la persona que nunca fue invitada a su vida o su rutina, le trajo en cuestión de segundos, en tan solo lo que tarda una persona en admirar el rostro de algo encantador.

Pero, por más vueltas que le daba la cabeza en ese preciso instante, por más que su interior quería negar todo, entre más miraba el punto donde aquella chica desapareció, por más que tratara de caer en coma en aquel momento, el sonido de la risa de su pasado, seguía ahí, acompañado de la imagen distante de la misma, sonriendo, riendo con sus nubes rosadas perfilando más su rostro, marcando más las esmeraldas que llevaba por ojos, marcando las los rubíes que se colaron como sus labios.

Las veces, todas las veces en las que se había inventado un plan para acercarse a donde ella estaba, sin en verdad acercarse, sin en verdad tocarla, sin en verdad sentirla, solo imaginarla cuando tenía todas las cartas puestas sobre la mesa.

Incluso, en ese conjunto de segundos, las palabras que Dan le dio el día en que perdió toda su razón tras ver cómo Yves marcaba que la chica que había visto, era la misma, era ella, vinieron como bofetada, trayéndolo de regreso a la vida, a la realidad que él mismo rompió, a una realidad que pudo tener y abrazar, pero que prefirió romper, tan solo para salvar cualquier cosa que pudiese ser peor, ser más desgarrador para ambos lados de la historia.

Pero ahora, justo ahí a la mitad de la calle más transitada por la soledad, Trevor se encontraba mediando lo que aquel otro muchacho le había dicho, sobre lo que la boca del otro soltó como si nada; no sabía qué había hecho, no comprendía a qué había vendido su alma, vendido la vida que más adoró en lo que llevaba de pie en aquel mundo.

Se lo merecía.

Se lo mereciera o no ¿por qué Trevor apostó a venderla? ¿Por qué Trevor apostó a no dar el paso que faltaba? ¿por qué prefirió no actuar sobre lo que Dan le dijo como la última pieza en el ajedrez, la pieza que le hizo jaque mate en el primer roce?

Las pocas imágenes que se colaron a la mente al lado de la chica fueron lo suficientemente fuertes, vivas, aunque imaginarias, de cómo pudo haber sido todo si tan solo él no la hubiera vendido, no hubiera apostado a dejárselo todo a quien llamaba su mejor amigo.

El perfil de aquella que huyó en su bicicleta, la forma en que esta miró al otro, la forma en la que sus ojos destellaron un color verde que nunca vio, todo lo que vio en un lapso de cinco segundos, lo empujó de regreso a lo que había hecho, a lo que había desaparecido, a lo que había dejado por su falta de sentidos sobre su mente y su órgano.

Había ayudado a Yves a acabar con la chica, la que nunca volvió a ver, la que vio alejarse aquella noche, en los brazos de aquel otro, forzadamente.

El calor de la última mirada que aquella, suya, le dio, lo mucho que le suplicó que la dejara, en su ahogada voz, las pocas fuerzas que le quedaban, y el beso que se les interrumpió. El beso que ella quería devolver, aunque ambos sabían, que no tendría que ser así.

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