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1. Yves. 


Si algo no soportaba Trevor, era tener que esperar a su mejor amigo como si se tratara de una pareja, de esas donde el hombre debía espera horas y horas a que su pareja saliera ya de la casa para ir a la cena o reunión que tuvieran.

Yves era un idiota.

Un idiota y el único que lo entendía en muchas cosas, en otras, era completamente diferente, como si fuera a convertirse en su peor enemigo, en su pesadilla como él en la de él.

Para su suerte, lo cual era raro, esta ocasión no iba solo en el camino a encontrarse con ese pelmazo, Hanadriel iba con y sin él a la misma vez, solo por coincidencia de caminos de regreso a casa, sin que él verdaderamente regresara a casa. Hacía mucho que perdió ese lugar y no creía capaz de recuperarlo, no después de todo lo que hizo, no después de todo lo que ha hecho en cuerpos de otros. Cosa que disfrutaba y luego reflexionaba.

Su desorden de personalidad, colapsando cada día, cada noche, como siempre para encontrarse en un café con su lado psicópata, el lado que parecía atraerles a todos tras sus constante mentiras patológicas y su encanto nada forzado halado hacia ellos.

Eso, hacía que la estadía de Hanadriel a su lado, lo hiciera más interesante de querer saber ¿qué era lo que la hacía quedarse ahí, a su lado?

—A puesto que has escuchado muchas cosas sobre mí.

—Principalmente que eres un idiota.

—Dios nos hace y nosotros nos juntamos ¿no?

—Idiota, pues respondiendo, sí, de hecho, sí he escuchado muchas cosas de ti como de otras personas que no ubico porque, para empezar, son mayor, van en clases que no encuentro y sus nombres no me suenan, pero da igual, lo que crea yo es lo que empuja ¿no es cierto? Todo lo demás se puede ir a la basura si soy yo la que decide cómo poder las piezas del rompecabezas.

—No entendí nada de lo que dijiste.

—Creo un nombre es Dean, Dew, D-Dan, o algo así, no lo conozco, por lo tanto, no me importa lo que se diga o no ¿a ti te importaría? Digo, no lo conoces y eso es un punto a favor para él porque hasta cuando personas que no conoces te odian, es porque lo estás haciendo muy bien.

Tan pronto Trevor escucho salir de los labios de aquella chica, el nombre de su amigo, todo se paralizó, y de nuevo, todas las pesadillas, todos los golpes, todas las súplicas de que parara, todo volvía a estar vivo, a dolor puro, a polvo y recuerdos, entre sangre y el frío que le provocó ese día la fiebre que tenía.

—¿Trevor? ¿Trevor?

El chico se volvió a verla con frialdad, actuando como si nada hubiese pasado por su mente como por el frío de sus venas.

—¿Todo bien? – Preguntó ella.

—No, no me importaría si alguien estuviera hablando de alguien que no conozco, ese es el arte de ser perfectos desconocidos, entre más aislados estén, menor será el dolor que puedan sentir el uno del otro, menor la pena o preocupación que te ahorras.

—No era una pregunta para que te fueras tanto a la filosofía, amigo. Como sea, pasaré por algo de comida ¿me esperas o te vas?

—¿Comida?

—Sí, me recomendaron unas empanadas que parecen ser las favoritas del pueblo, solo espero que de verdad sean buenas como para costar lo que cuestan.

Trevor enroscó fuertemente sus manos entre sus bolsillos, no esperaba esa. Ni siquiera la más mínima parte de lo que le trajera los más puros, inocentes recuerdos, donde intentó todo para entrar en contacto.

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